Domingo 1 de septiembre de 2002 | ||
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Un plan "B" |
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Héctor Mauriño
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En su artículo del martes pasado "Algunos en Argentina ven la secesión como la respuesta al peligro económico", el corresponsal de "The New York Times" en Latinoamérica, Larry Rohter, no inventó nada. Se podrían objetar algunos aspectos de la nota, el principal: no menciona que no existe en la Patagonia un caldo de cultivo comparable al de algunos de los graves secesionismos que sacuden al mundo de hoy. No hay enfrentamientos culturales, religiosos, raciales o étnicos seculares como los que alimentan los conflictos del País Vasco, Irlanda del Norte, Kosovo, Bosnia Herzegovina, Palestina, etcétera. Inclusive se podría observar la estricta actualidad de la nota pero, en lo esencial, es cierto que algunos barajaron hace sólo unos meses -y acaso lo siguen haciendo- la hipótesis de una separación de la región o de parte de ella del resto del país, como resultado de una agudización de la crisis económica y política actual. Más aún, quienes tejieron esa hipótesis no son unos "algunos" cualquiera, sino funcionarios encumbrados en los más altos niveles del gobierno local. En mayo pasado, mientras rescataba del olvido la idea de la regionalización y la relanzaba públicamente, el gobierno local comenzaba a manejar paralelamente, en forma reservada, una suerte de "plan B": la hipótesis de una eventual secesión patagónica o neuquina resultado de una nada descartable profundización de la crisis. El momento coincidió con la polémica entablada con el gobierno nacional por las retenciones a las exportaciones de crudo, rechazadas por el gobierno local y las compañías petroleras a las que éste tiene por "aliadas estratégicas". También, con el pico más alto de incertidumbre respecto de un brote hiperinflacionario que terminaría de demoler la economía y llevarse puesto al gobierno de Duhalde. La hipótesis, a la que tuvo acceso "Río Negro", era a grandes rasgos la siguiente: un pico hiperinflacionario, combinado con una nueva ola de saqueos en todo el país, terminaría por desalojar a Duhalde de la Casa Rosada. No había que descartar, en ese contexto, que aquellas provincias o regiones que por su inserción en el mercado internacional obtienen ingresos en divisas y "mantienen un sistema político y administrativo ordenado", obtuvieran "una independencia de hecho". Así, podrían recaudar impuestos, sostener la seguridad y aun emitir moneda, hasta tanto el país volviera a estar en condiciones de reunificarse, si es que esto realmente ocurría. "Río Negro" conoció esta información, a través de "off the record" de al menos dos funcionarios del más alto nivel y también de boca de dos diputados de la oposición, que según dijeron fueron "consultados por una muy alta fuente del Poder Ejecutivo sobre cuál sería su postura en caso de que se produjera una instancia como la contemplada en el "Plan B". Este diario trató de obtener un pronunciamiento público del Ejecutivo, pero no lo logró. Los legisladores, a su turno, restaron sustento real al tema y optaron por guardar reserva. El 4 de de mayo pasado, en esta columna se dio cuenta de que "hombres importantes del gobierno agitan privadamente la posibilidad de que ante un eventual colapso institucional se produzca una secesión de la provincia o la región". Se recordó el cuento del ingeniero Salvador San Martín, "Cuando la Argentina perdió la Patagonia", como una proclama para llamar la atención sobre las miserias del centralismo y se dejó planteada la duda respecto de cómo calificar la actitud de un gobierno provincial que agita el fantasma separatista en medio de la más grave crisis de la historia nacional. Pero bastó que esta realidad se reflejara en el espejo de uno de los diarios más importantes del mundo para que los interesados salieran a rasgarse las vestiduras, como si la gravedad del asunto consistiera en contarlo y no en protagonizarlo. En el caso de que hubiera un proyecto separatista serio, la falta de coraje para plantearlo podría ser tomada por cobardía, pero como más que nada parece tratarse de un nuevo -acaso temerario- intento de llamar la atención de las autoridades nacionales -también de países extranjeros y grandes empresas- sobre el malestar de una provincia que provee de energía a todo el país sin obtener la recompensa deseada, lo que se aprecia en cambio es cierta dosis de hipocresía. Después de todo, los reclamos sobre la histórica postergación de la región tienen sobrada legitimidad. Pero si en lugar de plantear las cosas abiertamente se acude a agitar ciertos fantasmas, acaso esto se deba en mayor medida a la necesidad de poner a resguardo determinados aparatos políticos, que a un desinteresado rescate de los intereses de la región, así fuera desde un muy discutible pero en todo caso sincero secesionismo. En su charla del martes pasado en la Universidad del Comahue el director de este diario, Julio Rajneri, expuso la cuestión de la histórica postergación de Río Negro y Neuquén como precedente a tener muy en cuenta en el diseño de cualquier proyecto futuro de integración. Refirió la historia de fracasos y errores que impidieron el despegue económico de la región y derivaron en lo que calificó como la actual "industria del empleo público", sin duda cautiva de los "aparatos políticos conservadores" que gobiernan ambas provincias. El lubricante que hizo posible esta gran frustración -sostuvo- fue la corrupción. Por desgracia, sin un cambio profundo en la manera de pensar, algo que no se avizora por ningún lado, es fácil imaginar que una nueva provincia, equivalente a la suma aritmética de los territorios de Río Negro y Neuquén, sólo lograría duplicar la frustración. Ni hablar de una hipotética república independiente inspirada por sus actuales clases gobernantes. |
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