Miércoles 25 de setiembre de 2002
 

Rumbo suicida

 
  Si bien el Ministerio de Economía ha insistido a través de un comunicado en que por ahora ha decidido mantenerse al día pagando con las reservas del Banco Central sus deudas con los organismos internacionales, conforme al jefe de Gabinete, Alfredo Atanasof, el gobierno del presidente Eduardo Duhalde podría cambiar de actitud en el futuro "a medida que avancen las negociaciones" con el FMI, lo cual hace suponer que se ha propuesto procurar utilizar el tema para presionar a la máxima auditoría mundial, "amenazándola" con una ruptura total a menos que adopte una postura más flexible. Si éste es su propósito, le convendría pensar en los eventuales costos de llevar el default a semejante extremo. De concretarse la "amenaza" de no pagar, los más perjudicados seremos los argentinos mismos, no los funcionarios del FMI, por difícil que les resultara explicar cómo habrían permitido que un país miembro optara por vivir con lo suyo en un momento en que, como es notorio, la mitad de la población ya se ha hundido en la miseria.
Aunque últimamente se ha formado una suerte de consenso en el sentido de que los costos de romper formalmente con los organismos internacionales podrían ser menos graves que los supuestos por quedarnos con las reservas casi agotadas, esto no significa que no serían enormes. Como ha señalado Ricardo López Murphy -según parece, el único dirigente notable que considera realmente preocupante el peligro que nos supondría una ruptura-, se trataría de un auténtico desastre porque el eventual retorno a los organismos de un moroso suele resultarle sumamente caro. Dicho de otro modo, lo que personas como Duhalde, Atanasof y, claro está, muchos políticos vinculados con los diversos movimientos populistas que tanto han pululado aquí tomarían por una maniobra genial, podría constituir un error tan garrafal como el perpetrado por los "dirigentes" descerebrados que festejaron el default original por creerlo un gran triunfo criollo sobre el resto del mundo.
A partir de aquel día nefasto, los encargados de gobernar el país han estado manejando su relación con el FMI, Estados Unidos y la Unión Europea con ligereza imperdonable, actuando según los mismos criterios a los que suelen atenerse en el curso de sus reyertas internas y, para colmo, insinuando que los problemas del país son responsabilidad no de ellos sino de la comunidad internacional. Incluso se las han arreglado para tratar el pedido reiterado de que confeccionen un "plan" coherente como si fuera cuestión de una forma novedosa de agresión: al fin y al cabo, desde hace años nuestra clase dirigente está convencida de que la política es incompatible con la economía y que por lo tanto el realismo es de por sí "políticamente inviable". Huelga decir que en el exterior muy pocos entienden lo que quieren decir los muchos que se han acostumbrado a hablar de esta forma. Puede que fronteras adentro la retórica insensata de tantos políticos parezca inteligible, pero en otras latitudes el espectáculo que están brindando muchos hombres públicos locales sólo motiva desprecio, de ahí los comentarios ácidos que con frecuencia creciente formulan distintos personajes de prestigio internacional.
Lo comprendan o no Duhalde y la mayoría de los "precandidatos", lo que está en juego no son sólo las reservas y las hipotéticas ventajas de aferrarse a ellas cueste lo que nos costare, sino la negativa de la clase dirigente a afrontar la crisis con la máxima seriedad. El mero hecho de habernos aproximado a una situación en la que ya es necesario elegir entre conservar las reservas y despedirnos de los organismos internacionales debería haber producido un cambio de actitud de todos los preocupados por el futuro del país, pero los más, obsesionados como están con las elecciones fijadas para fines de marzo del año que viene, prefieren creer que en verdad es un episodio menor, que puesto que ya hemos caído, descender un par de peldaños más no nos perjudicará, que pueden continuar como antes porque andando el tiempo todo se remediará. Se equivocan. Cuanto más los líderes políticos se resistan a afrontar la crisis tremenda en la que nos han metido, más dolorosas serán las consecuencias no sólo para los habitantes actuales del país sino también para las generaciones futuras.
     
     
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