Jueves 12 de setiembre de 2002
 

Espejismos en el desierto

 
  A juicio de virtualmente todos los observadores extranjeros, trátese de políticos, funcionarios, economistas o periodistas, la causa principal de la debacle argentina consiste en la incapacidad patente de una sociedad a primera vista relativamente sofisticada para formar un gobierno que sea a un tiempo fuerte y coherente. Aunque es probable que en el fondo el grueso de la ciudadanía comparta tal opinión, a juzgar por los mensajes que están difundiendo los sondeos no está por intentar solucionar el problema así supuesto. Por cierto, ninguno de los cuatro precandidatos actualmente más favorecidos -Adolfo Rodríguez Saá, Elisa Carrió, Carlos Menem y Luis Zamora- parece estar en condiciones de ofrecerle al país mucho más que ilusiones, acaso porque todos a su modo encarnan distintas formas de protesta contra lo que ha sucedido en el país a partir de mediados de los años noventa. Si bien es comprensible que la mayoría quisiera manifestar su repudio a un colapso generalizado que ha castigado con ferocidad a millones de personas, las elecciones deberían servir para algo más que darle a la gente una oportunidad para desahogarse.
De los precandidatos que están en campaña, el más inquietante es el ex gobernador de San Luis y ex presidente de la República, Rodríguez Saá, aunque sólo fuera porque ha comenzado a distanciarse de sus rivales. Mientras que Carrió se ha estancado debido a la falta de propuestas positivas, Menem se habrá acercado a su techo a causa de su trayectoria y la popularidad de Zamora parece limitarse a la Capital Federal, el puntano sigue coleccionando adhesiones en todos los puntos del arco ideológico, desde la derecha carapintada hasta la izquierda piquetera o montonera, fabricando de este modo una coalición similar a la ensamblada más de diez años atrás por Menem. Asimismo, el mero hecho de que muchos crean que Rodríguez Saá podría triunfar ha despertado el interés de empresarios y de políticos como el presidente Eduardo Duhalde y sus allegados que, como es su costumbre, suelen apostar al probable ganador sin preocuparse por sus propuestas o por su eventual idoneidad.
Muchos empresarios suponen que de resultar elegido, Rodríguez Saá no esperaría un solo minuto para volver a ser el gobernador de San Luis que, su caudillismo autoritario no obstante, administraba su jurisdicción con cautela según criterios netamente capitalistas. Puede que estén en lo cierto, pero la actuación del puntano siempre sonriente durante su gestión presidencial fugaz hace pensar que no hay garantía alguna de que se haya propuesto alcanzar el poder por la izquierda hiperpopulista con el propósito firme de gobernar conforme a las pautas propias de la derecha conservadora y más o menos liberal. Por cierto, la manera extraordinariamente irresponsable con la que anunció el default, tratando un fracaso costosísimo como si fuera un gran triunfo nacional, sugiere que, lo mismo que su "compañero" venezolano Hugo Chávez, tiene dificultades enormes a la hora de distinguir entre medidas acaso duras pero claramente necesarias por un lado y, por el otro, extravagancias demagógicas que podrían suponerle algunos días de popularidad seguidos de meses, tal vez años, de penurias gratuitas para el país.
Aunque la mayoría parece entender muy bien que a menos que la cultura política nacional cambie radicalmente, la Argentina continuará rodando cuesta abajo -la consigna "que se vayan todos" refleja la conciencia de que será necesario una ruptura-, el protagonismo reciente de Rodríguez Saá, el representante más cabal de las tradiciones caudillistas criollas, hace suponer que es bien escasa la posibilidad de que el país logre salir del círculo vicioso en el que está atrapado desde hace tanto tiempo. Mientras no lo haga, empero, no le será dado emprender la renovación global que le permitiría comenzar a recuperar el terreno perdido a partir de la decisión del entonces presidente Menem de hacer de su propia reelección una prioridad absoluta a la que subordinaría todo lo demás. Dicho de otro modo, el éxito hasta ahora de la campaña presidencial de Rodríguez Saá se parece mucho más a un síntoma alarmante de la crisis en la que el país está debatiéndose, que a una señal de que por fin podría encontrar una salida.
     
     
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