Miércoles 11 de setiembre de 2002
 

La irrupción del terror

 
  Aunque un año ha transcurrido desde aquel día en que aviones de pasajeros secuestrados por terroristas mayormente sauditas destruyeron las Torres Gemelas de Nueva York y una parte del Pentágono, asestando así golpes feroces, si más bien simbólicos, al poder económico y militar de Estados Unidos, todavía no existe ningún consenso en cuanto a la significancia del ataque terrorista más demoledor y, gracias a la televisión globalizada, por mucho más espectacular de la historia. Ninguna organización, ni siquiera la Al Qaeda de Osama ben Laden, lo ha reivindicado formalmente atribuyéndolo a diferencias religiosas, políticas o sociales. Para sorpresa y, es de suponer, alivio de las autoridades norteamericanas, el atentado aún no ha sido seguido por otros igualmente horrendos. Estados Unidos reaccionó declarando la guerra al "terrorismo" y luego de una breve campaña militar eliminó el régimen talibán de Afganistán que había colaborado con Al Qaeda, pero no ha conseguido capturar al presunto autor intelectual del atentado, Ben Laden, que, por su parte, no ha planteado una lista de exigencias al país atacado.
Las razones precisas del atentado, pues, siguen siendo oscuras. Acostumbrados a enfrentarse con bandas como ETA, el IRA, las FARC, Hamas, Hezbollah o, en nuestro país, los Montoneros y el ERP cuyos reclamos, por exagerados que hayan parecido, han sido por lo menos inteligibles, los norteamericanos se ven frente a enemigos capaces de devastar grandes centros sin saber lo que esperan conseguir, aparte de brindar a centenares de millones de árabes y otros motivos para regodearse por lo que toman por la humillación del país más poderoso de nuestro tiempo. Puesto que el rencor antinorteamericano o antioccidental, a menudo aprovechado por regímenes dictatoriales deseosos de distraer la atención de sus propios crímenes, es un sentimiento muy difundido que por cierto no se limita al mundo musulmán, el éxito en términos mediáticos de los atentados hace prever que no serán los últimos. Después de todo, no es nada difícil confeccionar una lista de razones supuestamente buenas para ensañarse con Estados Unidos o el Occidente en su conjunto: en todas partes se dan sectores contestatarios amplios cuyos integrantes podrían hacerlo. Por lo tanto, sorprendería que no hayan muchos grupos dispuestos a emular a los terroristas del 11 de setiembre atacando blancos elegidos tanto por su valor publicitario cuanto por su importancia real.
Como los norteamericanos y sus aliados ya han descubierto, luchar contra este fenómeno "posmoderno" supone una multitud de riesgos. Si actúan solos para eliminar un foco peligroso, ofenderá tanto a muchos simpatizantes como a sus adversarios. Si no actúan por respeto a la "opinión internacional", se expondrán a nuevos ataques. Cuando tratan de mejorar la seguridad interna, funcionarios de proclividades escasamente democráticas aprovechan la oportunidad para institucionalizar medidas netamente autoritarias, pero ya no pueden darse el lujo de suponer que nada comparable al ataque contra las Torres Gemelas podría suceder en el futuro: por el contrario, de producirse más ataques similares, sería probable que éstos resultaran ser aun más devastadores.
De más está decir que los atentados han incidido profundamente en la relación de Estados Unidos y de Europa con el mundo musulmán. Aunque el presidente George W. Bush y los líderes europeos han insistido una y otra vez en que el Islam es "una religión de paz" y han tratado a los gobernantes de países como Egipto, Arabia Saudita y Siria como "aliados" en la misma lucha "contra el mal", la desconfianza mutua, afectada por la aprobación de muchos musulmanes a Ben Laden y por las medidas de seguridad lógicamente discriminatorias tomadas por los gobiernos occidentales, no ha dejado de intensificarse. Aún no se ha desencadenado aquel "conflicto entre civilizaciones" - el que en su fase inicial por lo menos giraría en torno del enfrentamiento del Occidente con el mundo islámico -, que en opinión de muchos norteamericanos sucedería a la guerra fría, pero no cabe duda alguna de que en la actualidad el escenario pesadillesco así denominado parece mucho más probable de lo que era el caso el 10 de setiembre de 2001.
     
     
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