Martes 3 de setiembre de 2002
 

Todos en contra

 
  Con pocas excepciones, los dirigentes políticos presuntamente más representativos, encabezados por los que según las encuestas de opinión tendrán las mejores posibilidades de triunfar en las próximas elecciones presidenciales, se afirman contrarios a cualquier acuerdo con el FMI a menos que el organismo abandone sus recetas habituales que, insisten, no han funcionado en ninguna parte y han contribuido a la ruina de nuestro país. Si bien tales juicios se basan más en el deseo de brindar la impresión de estar defendiendo a "la gente" contra el "capitalismo salvaje" o el "neoliberalismo" que en un intento serio por entender las opciones frente al país, no pueden sino incidir en el manejo futuro de la economía debido a que todo hace prever que antes de asumir el cargo el eventual sucesor de Eduardo Duhalde se habrá negado de antemano a impulsar medidas que merecerían la aprobación de una institución que, nos guste o no nos guste, habla en nombre de la "comunidad financiera" mundial, razón por la que Estados Unidos y la Unión Europea no han dejado de reiterar que cualquier ayuda que decidan darnos dependería de su visto bueno previo. Aunque se sabe que lo que dice un candidato mientras procura congraciarse con el electorado raramente guarda relación con lo que efectivamente hará si le toca ser el presidente de la República -es en buena medida por eso que la "clase política" es tan despreciada por el resto de la población-, sería de suponer que varios meses, acaso años, tendrían que transcurrir antes de que resultara posible no meramente un acuerdo firme con el Fondo sino también la difusión de la convicción de que por fin la Argentina se ha resuelto a administrar su economía con el mínimo de realismo imprescindible.
He aquí la cuestión principal. Como el ejemplo de Malasia ha mostrado, es perfectamente factible recuperarse de una crisis financiera grave sin seguir al pie de la letra las exigencias del FMI. Sin embargo, para lograrlo es preciso que el gobierno responsable actúe con coherencia y que lo acompañen las demás instituciones. En nuestro país, empero, parece sumamente remota la posibilidad de que se conforme un gobierno o instituciones que en este sentido sean comparables con los existentes en Malasia. Además, el motivo por el que tantos se oponen a las políticas recomendadas por el FMI tiene menos que ver con discrepancias ideológicas o con sentimientos humanitarios, como juran creer los que, como el ex presidente Raúl Alfonsín, se afirman contrarios a más "ajustes recesivos", que con la resistencia sistemática a intentar algo que pudiera resultar difícil. Ultimamente, Alfonsín y muchos otros han dicho inspirarse en la prédica del economista estadounidense Joseph Stiglitz, hombre que a raíz de su deseo de descalificar al FMI parece haberse persuadido de que todos los gobiernos del mundo se caracterizan por su eficiencia y su sentido común. Desgraciadamente, se trata de una ilusión: por cierto, nuestros gobiernos han sido capaces de cometer los errores más garrafales por torpeza o por cobardía.
De todos modos, en el caso de que el próximo gobierno consiguiera administrar bien la economía para que comenzara a funcionar de forma adecuada, a nadie le preocuparía demasiado si lo hiciera aplicando medidas heterodoxas porque, al fin y al cabo, lo que más importa son los resultados concretos. Sin embargo, ocurre que nuestros dirigentes se han acostumbrado tanto al fracaso, que el discurso contrario al FMI que muchos han adoptado no puede atribuirse a la convicción de que si se trasladaran a la Casa Rosada estarían en condiciones de hacer que el país prosperara gracias a un recetario distinto del generalmente aceptado, sino a su voluntad patente de contar con una explicación supuestamente razonable de los desastres que saben sobrevendrían. A su manera, ya están diciéndonos que si su negativa a "ajustar" -o sea, asegurar que los gastos no superen los ingresos por un margen muy amplio- desembocara en una nueva catástrofe, la culpa no sería de ellos ni de los autores intelectuales de sus "propuestas", sino del FMI. Es posible que desde el punto de vista de un aventurero político esta forma de pensar sea sensata, pero desde aquel de la mayoría abrumadora de los habitantes del país, difícilmente podría ser más perversa.
     
     
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