Sábado 28 de setiembre de 2002

 

Menotti Bianchi, pionero patagónico

 
  o que el padre De Agostini había visto en "La Julia" (Patagonia de las estepas en la provincia de Santa Cruz), es que se pueden crear bosques en el desierto si se tiene la vocación y la voluntad para buscar agua, canalizarla y llevar adelante el esfuerzo en forma incansable, y se ratifica con las hileras de álamos que protegen del viento a los cuadros interiores destinados a la agricultura.
Ya en 1936 en la visita del padre De Agostini a "La Julia", camino a la cordillera para una nueva expedición, aspiró allí ese aire puro, mezcla de viento filtrado por los álamos y de aromas de lo que pudo crecer gracias al trabajo incansable de un equipo humano.
Todo está hoy en un triste estado de semiabandono. Pasaron los años, cambiaron los dueños, y de aquel trabajo monumental queda aún un bosque, pero enfermo por la falta de cuidados y con muchos árboles destrozados por una inaudita depredación con final de aserradero. 
La historia no fue benévola con el pobre Bianchi, creador del bosque. Había sido, él mismo, una versión auténtica y muy anterior a la del famoso libro de Jean Giono "El hombre que plantaba árboles", escrito en la década de 1950 y que cuenta la epopeya de un hombre que modifica totalmente una vasta región rural francesa gracias a su incesante tarea de plantador de árboles. Pero una cosa es plantar en los faldeos de los Alpes, como cuenta Giono, y otra muy distinta es hacerlo en la Patagonia, y una cosa es contarlo en un relato de ficción, pero otra mucho más notable es concretarla en verdad, en un entorno mucho más duro y agreste que el de los húmedos valles pre-alpinos.
La obra realizada por Bianchi es tan admirable que se justifican totalmente las palabras de elogio que le dedica De Agostini en su libro "Andes Patagónicos", al relatar su llegada a ese bosque en el desierto.
"Saliendo de la estepa escuálida y arenosa entramos súbitamente en un verde oasis de pastos y sembrados, entre avenidas sombreadas con hileras de álamos y sauces, que gimen martirizados por el viento. Un penetrante y agradable olor de hierba proviene del reciente corte de una extensa área de alfalfa, difundiéndose por todo el derredor: me parece haber llegado a un valle europeo. Allí vigorosos brazos y técnica agrícola lograron el feliz cumplimiento de esta obra".
"Este trabajo de saneamiento en forma tan racional, desconocido hasta entonces en la Patagonia austral, señala el comienzo de una nueva fase de explotación de estas tierras, cultivando productos agrícolas que hasta ayer se consideraba imposible conseguir en amplia escala y con fines comerciales".
Corría 1936 y el trabajo forestal de Bianchi sólo tenía siete años de vida, pero ya había cambiado totalmente el entorno. Tras construir un embalse en la unión de los ríos Chico y Shehuen (o Chalía), Bianchi cavó a pala más de 100 kilómetros de canales en el interior de la estancia, y a lo largo de esos canales plantó álamos de Lombardía que le sirvieron de primera barrera de defensa contra los vientos.
Apenas siete años después de esa obra gigantesca -los álamos crecen rápido-, ya producía alfalfa para animales vacunos, algo impensable en el lugar, trigo para hacer pan y comenzaba a recoger los primeros frutos de árboles de manzanas, peras y duraznos.
Empleado como administrador de campos en el entonces enorme grupo Menéndez Behety, Bianchi siempre se había destacado como un hombre de excepcional iniciativa. Su vida misma era novelesca.
Había llegado como inmigrante a los 15 años, solo, a encontrarse con su padre en Buenos Aires.
Pero nadie lo esperaba en el puerto. Su padre estaba, en cambio, en Río Gallegos. Hasta allí llegó, nadie sabe cómo, el adolescente que ni siquiera hablaba castellano, y comenzaría una larga vida de trabajo serio y responsable en aquellos años promisorios para la actividad agropecuaria en la Patagonia.
"A medida que el auto penetra en las elegantes y amplias avenidas, bordeadas por setos de flores, aparecen a ambos lados inmensos cultivos de hortalizas, legumbres y farináceas de una exuberancia y de un desarrollo maravillosos: perales, manzanos y otros árboles frutales nos muestran sus ramas cargadas de frutas".
"La sorpresa es tanto mayor por cuanto mis ojos, irritados por el viento y enceguecidos por el polvo, conservan aún, en toda su escualidez, la visión de las inmensas extensiones arenosas recubiertas de escasas y espinosas hierbas amarillentas".
"El mérito de esta transformación débese íntegramente a Menotti Bianchi. La estancia "La Julia" carecía de toda protección natural, expuesta a los violentos vientos patagónicos, estaba hace algunos años totalmente invadida por la arena. A pesar de estas dificultades, Bianchi puso manos a la obra con escasos medios mecánicos y con la ayuda de algunos trabajadores italianos".
"Fueron emparejadas verdaderas montañas de arena; se hicieron canales de desagüe y de irrigación; se niveló el terreno, se aró y se sembraron hierbas destinadas a fijar las arenas. Cientos de miles de plantas forestales se fueron distribuyendo en una superficie de 500 hectáreas para protegerla contra la furia de los vientos. La constancia y la tenacidad del hombre triunfaron al fin sobre la adversa naturaleza, y Bianchi vio coronado en pocos años sus esfuerzos por el éxito más halagüeño".
"En "La Julia" pude conocer a los humildes artesanos de este arduo trabajo: el capataz Angel Francia, romano; los hermanos Silvio y Luis Gasparini, venecianos; Juan Ferrando, piamontés, y algunos otros. La capacidad de trabajo de Bianchi y sus dotes innatas de organizador le valieron un rápido ascenso en la jerarquía del grupo rural Menéndez Behety, donde comenzó a trabajar desde los 20 años".
Gradualmente, su eficaz gestión administradora lo fue llevando de estancia en estancia por la Patagonia austral, para resolver problemas o reorganizar la producción. Hasta que en 1929 lo envían a "La Julia" , un campo de 20.000 hectáreas recién comprado y donde había que hacer todo, desde cero.
Esa sería su obra cumbre. Allí demostró todo lo que se puede hacer en la Patagonia. Allí nacieron sus tres hijos, y continuó plantando árboles -sus otros hijos- hasta el día del retiro, en 1955. Es fácil imaginar que tras haber dado vida al lugar se sintiera vacío al alejarse definitivamente de la Patagonia para radicarse, como jubilado, en Buenos Aires, y sin otro reconocimiento que el de los textos de aquel sacerdote italiano que solía pasar por "La Julia" desde 1930.
Más tarde, la estancia se vendió, los nuevos dueños no continuaron la obra forestadora de Bianchi, y el bosque sólo subsiste hoy como un silencioso pedido de auxilio a quien quiera retomar esa gran obra fundadora. Pero así como los árboles aguantan, sufridos, el paso del tiempo sin cuidados, con la misma persistencia quedan aún los testimonios de De Agostini como el mejor llamado a la reflexión.



(Del libro de Germán Sopeña, "Monseñor Patagonia, el Padre De Agostini).
   
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