Domingo 11 de agosto de 2002
 

Pío Quinto Vargas: triste, solitario y final

 

Por Francisco N. Juárez

  No pensaba huir a Chile, es cierto, pero Pío Quinto Vargas era de todas manera un fugitivo camino de la cordillera. Escapó para proteger sus haciendas. También porque querían envenenarlo y hacerse de sus bienes, según decía. Clandestinamente vigilaría su cuantiosa fortuna en ganado que pastaba en la vastedad de Corcovado (una gran extensión que en parte abarca la fotografía actual de esta página).
Estaba entre la espada y la pared. Casi todos querían aprovechar su peor momento. Era un temperamental dispuesto a todo y en la región se le temía. Mantenía pelea eterna con Lucio Ramos Otero, pero hasta el Jefe de Policía territorial había instalado un rancho cerca de sus haciendas. Le obsesionaba la peregrina idea de vender parte de sus animales y quizás recién entonces alargar la galopada para pasar la cordillera. Había fraguado –como lo creyó el Juez Letrado- una venta de toda su hacienda con Tomás Austin, pero que, tal vez se concretaba. Entonces sí, recién decidiría.
Los abogados, los carceleros, los proveedores de comida y necesidades varias, todos, absolutamente todos, apetecían su fortuna en cuatro patas. Cuando se fugó debía 5000 pesos entre muchos que le prestaron en la esperanza de cobrarlo tarde pero con creces seguramente a un apoderado o un curador de sus bienes (se calculaba que quedaría encerrado por años). De sus acreedores algunos eran tan ilustres como el salesiano Bernardo Vacchina, pro vicario de monseñor Cagliero (quizás lo conoció a través de un hermano de Vargas que oficiaba de acólito de un misionero de la Patagonia).
En el juicio criminal a Vargas le dictaron el primer embargo. Pero en el sumario por fuga, el juez letrado Luis Navarro Carreaga dictó otro embargo y una inhibición general de bienes para protegerlo contra lo que sospechaba una trampa tendida por Austin. El juez, inmediatamente, pretendió que los jueces de paz de Colonia San Martín y 16 de Octubre cumplimentaran el embargo. Navarro Carreaga consideraba a Vargas "proverbialmente desconfiado y demasiado apegado a sus haciendas". Peor idea tenía de Austin.
Cecilio Crespo, el juez de paz ad honórem de la Colonia San Martín, telegrafió al juez que nadie quería acompañarlo para el embargo. Necesitaba policía y peonada para los rodeos y desatender intereses y familia.
Se impuso la solución mayor, según lo publicó la Cruz del Sur del 5 de noviembre: "Para el Corcovado salió comisionado por la Gobernación y el Juzgado, nuestro jefe político Julio Fougere en relación con la evasión y bienes de Pío Quinto Vargas". La comisión fue considerada por el periódico como "complicada y difícil". Fougere despachó el 11 del mismo mes un telegrama de Colonia San Martín señalando que "llegué ayer por la mañana con los caballos cansados" el mismo día que moría la madre del juez del lugar, Cecilio Crespo (no lo seguiría a Corcovado). También informó que Vargas no había aún cruzado el río en Paso de los Indios, el paraje donde el 20 de marzo se le había escapado al sargento que lo llevaba preso a Rawson en la primera fuga. Fougere logró cruzar luego de fracasar una balsa que construyó para el caso (también el 11 de noviembre, la Cruz del Sur dio cuenta de la muerte del salesiano y andinista Lino Carbajal).
Tres días después –el 14- Fougere telegrafió al Juez Letrado de Rawson para asegurarle que estaba "esperando en la estancia de Vargas al juez de 16 de Octubre" para hacer el embargo. Allí tampoco nadie quería colaborar porque "todos (tienen) temor del prófugo o ser objeto de su venganza futura". Como cálculo de la difícil tarea de los arreos, señaló que "los bosques van aún cubiertos de nieve y los animales pastan hasta cerca del lago General Paz". También pidió fondos o autorización para vender potros y novillos a fin de pagar los sueldos atrasados del capataz de Vargas y sus peones, y los jornales de quienes se ocuparían de los arreos. También se le presentó Alejo Cerdá, medianero con Vargas. Cerdá alertó al jefe policial sobre los quinientos vacunos que cuidaba, de cuya cría la mitad le pertenecía (para el 3 de abril de 1909 el Juez Letrado intimaría a Cerdá por quedarse con 3000 animales de Pío Quinto).
El 19 de noviembre de ese año cinco fue un día clave. Por un lado el juez de la colonia 16 de Octubre –enteramente galesa-, procedió al embargo de las haciendas y las puso a cargo del Jefe de Policía Fougere (3853 vacunos, 738 yeguarizos y 38 caballos mansos, además de un catango, varios enseres y hasta una trampa de zorro y un bote de lona inservible). Por otro, Pío Quinto Vargas, que lo espiaba todo porque se había hospedado desde pocos días atrás en la casa de Nicolás Illin -un polémico sub inspector de bosques de origen eslavo, que vivía en las cercanías de Vargas y de Ramos Otero-, hacía mandar desde Tecka un telegrama dirigido a su abogado en Rawson Jesús Alvarez.
"Me encuentro en casa Illin" le confesó y "sospecho que querían envenenarme (en la cárcel). Illin recibía telegramas falsos firma mía", mientras que otro telegrama paralelo con igual destino firmado por Illin, aseguraba al abogado de Pío Quinto que éste seguía sano y robusto a pesar que hizo el viaje "parte a pié y se alimentó cinco días con pasto"
Pero Illin, que era odiado en la gobernación por sus denuncias en los diarios porteños en los que se explayaba sobre varios temas gubernamentales y acusaba persecuciones que le dirigía el poder, estaba ausente de su casa cuando llegó Vargas. Este lo hizo sigilosamente pero cargado con su máuser, su poncho, su quillango de guanaco además de un cuero de carnero, freno y bozal por todo recado. De la oficina telegráfica de Rawson salieron sendas copias de esos telegramas comprometedores hacia la oficina del juez donde fueron cosidos al ya voluminoso sumario. Inmediatamente, otro telegrama en sentido inverso y destinado al jefe Fougere ordenó prender a Vargas (y a Illin, por hospedar al fugitivo).
Cruz del Sur tituló "Otra vez preso", en su edición del 26 de noviembre. "El procesado Pío Quinto Vargas ha caído de nuevo en manos de la Justicia y pronto estará de regreso con el señor Jefe de Policía quien con su activa habilidad ha efectuado la captura", rezaba zalameramente parte de la nota.
Falso. No hubo tal captura. El telegrama del 21 remitido por el propio Fougere al juez aseguraba que "esta madrugada salí para la casa de Nicolás Illin donde encuéntrase Pío Quinto Vargas quien me ha hecho llamar para entregarse a la autoridad". El 25 salió custodiado Vargas para Rawson pero Nicolás Illin no aparecía. El corresponsal de La Nación retrasó la noticia y recién el 2 de diciembre la tituló como "Presentación de un criminal", cuando apenas cuatro días después ya estaba en Rawson a disposición del juzgado. Hubo todo un incidente para recuperar el máuser que había quedado en casa de Illin, y éste finalmente fue prendido.
El sumario por la fuga se fue diluyendo a pesar de ser un tema de resonancia, dilatado por los incidentes judiciales menores, las peticiones de levantamiento del embargo o la compra de más de 400 novillos que finalmente se autorizó a venderle ¿a quién?: al comisario Eduardo Humphreys (ya corría el año 1909 y hacía dos que Vargas había sido condenado por doble crimen). Varios telegramas al juez también llegaron remitidos por Lucio Ramos Otero, porque seguían las invasiones de ganados y peones prepotentes. Esta historia se interrumpe aquí, pero no concluye. Unos y otros personajes aparecerán en muchas otras historias patagónicas.
   
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