Martes 20 de agosto de 2002
 

Sólo barbarie, nada de héroes y defunción de la política

 

Por Gabriel Rafart

  En el aeropuerto un coronel del ejército habló con los guerrilleros. Lo hizo después de que éstos decidieran rendirse al verse dificultado el plan de escape del penal de Rawson. "Primera Plana", transcribió ese diálogo para un público demasiado crítico del gobierno encabezado por el General Lanusse. Hablando con uno de los rendidos, Perlinger expresó: "Señor, no coincido con usted ideológicamente en nada, pero le rindo el mismo respeto que rendía un romano a un cristiano cuando lo tiraban a los leones y sabían levantar la cruz. Al país lo van a construir los que sean capaces de tirarse a los leones". Diecinueve guerrilleros no tuvieron oportunidad de levantar sus propias cruces. En vez de leones irrumpieron los halcones de aquella dictadura militar. Ellos fueron los responsables de la ejecución sumaria. No cumplieron las reglas de la guerra. El acto criminal se contradecía con la valoración que hizo el mismo coronel de los guerrilleros recapturados: "Tengo la convicción de que son profesionales. Pero no en un sentido peyorativo. No son inconscientes que andan a los tiros por ahí. Saben cuándo deben matar, cuándo deben atacar, avanzar, retroceder o rendirse incondicionalmente. Son profesionales en el arte de la guerra". El idioma de aquella violencia posibilitaba la emergencia del héroe. También de muchos mártires.
La masacre de Trelew, así quedó registrado en la memoria de los militantes y en la opinión pública de entonces, apuntaba directamente hacia la consecución de la mayor barbarie que experimentara nuestro país. Las palabras del militar que abordó a los rendidos pertenecía a una civilización en retirada. La dictadura de Videla se encargó de descubrir el más imponente capítulo de nuestra barbarie. Porque la barbarie tiene gradaciones. Es que aun en tiempos de violencia hay un sistema de reglas y conductas morales a seguir capaz de aislar a los bárbaros. Hasta la muerte de aquellos guerrilleros en la base de la Marina de Guerra "Almirante Zar" quedaba en la frontera de los nuevos tiempos. Todos reconocen que el "76 fue un punto de ruptura. A partir de ese año la violencia se desprendió de todo fondo ético. Y lo más grave de ello es que el Estado fue su principal artífice. En el lenguaje blindado y nocturno de las bandas del terrorismo estatal no hubo lugar para héroes, sólo para los cultores de la barbarie y sus víctimas.
Treinta años después de aquel 22 de agosto de 1972 una democracia cansina y apática ha mostrado su incapacidad por conformar una comunidad política gobernada por reglas y principios morales. La erosionada virtud pública de los hombres de gobierno, la corrupción rampante, la promoción de intereses corporativos y la producción creciente de apatía coloca a nuestro mundo político más cerca del gobierno de la barbarie. Pone a la política al borde de su defunción. Es parte de nuestra bancarrota. Es curioso, pero la Argentina contradice una suerte de ley de la política en democracia: "Los políticos son populares en tiempos heroicos, pero pocas veces lo son en tiempos rutinarios". Y nuestro país afronta un tiempo heroico para ser reocupado por la política y los políticos en el sentido de la construcción de un proyecto comunitario. Sin embargo nada nuevo parece deslumbrar en el firmamento de la política.
Dos primaveras democráticas transcurrieron. La primera, a los meses de la masacre de Trelew. La segunda, diez años más tarde con el fin de la dictadura videlista. En ambos momentos la política disfrutó de buena salud. Porque tenía inestimables oportunidades. Y aún más la política de aquellas primaveras se presentó como el mejor remedio para afrontar la barbarie. Pero la barbarie volvió a transitar por nuestras calles. Es que la sociedad argentina de hoy ha sido despojada de todo argumento de justicia para vivir su día a día y pensarse en términos de futuro. Ausencia que da sentido a la barbarie y que pone a la política en el mundo de los sepultureros.
La criminalización de la vida privada de hoy tiene como antecedente la criminalización de la vida política de los uniformados de ayer que siguieron el camino de la ejecución sumaria y de los hombres públicos que saquearon el patrimonio colectivo y "despolitizaron" al Estado durante los noventa. Antes de aquello hubo un horizonte de conductas. Hubo política. Porque había pasión y fe en lo público. Había una identidad en sociedad y no por fuera de ella.
La pasión por la política era un proyecto de transformación. Y ella sentenciaba a hombres y mujeres a vivir dentro de reglas morales. Aun en la violencia de ayer imperaban los principios. La violencia de hoy, heredera de aquel trágico 22 de agosto, es sólo barbarie. Hubo política dentro de la gramática beligerante de ese militar que dialoga con los guerrilleros. ¿Tendremos que regresar a sus conceptos? ¿Al país lo van a construir los que son capaces de tirarse a los leones?

UNC – GEHiSo
     
     
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