Martes 20 de agosto de 2002
 

La culpa del FMI

 

Por Mario Teijeiro (*)

  Paradójicamente, mientras un gobierno populista como el de Duhalde continúa intentando desesperadamente un acuerdo con el FMI, las críticas a ese organismo se multiplican. La crítica heterodoxa (el premio Nobel Stiglitz) es que el Fondo nos exigió demasiado. "Recortar los gastos del Estado cuando se está en recesión no hace más que acentuar los efectos de la caída de la economía", afirma en su reportaje más reciente sobre la Argentina. La crítica ortodoxa (por ejemplo Mussa, ex IMF) es la opuesta: el Fondo fue demasiado permisivo, tolerando déficits fiscales que acumularon una deuda que llevó al default y de allí al colapso productivo. ¿Quién tiene razón? La razón la tiene Mussa, pero veamos por qué .
La crítica de Stiglitz puede haber sido relevante en otros países, pero no en la Argentina. Después de aumentar el gasto público en dólares más del 100% en los primeros años de la convertibilidad, el gasto nunca bajó. Desde el año "95 en adelante el gobierno recurrió sistemáticamente a paquetazos impositivos y nuevos endeudamientos para nunca bajar el gasto público (que en realidad siguió aumentando a partir del "96 en las provincias). Más aún, a mediados del año 2000 y viendo que la economía argentina no repuntaba, el FMI de Fisher decidió bendecir con el "blindaje" una política fiscal "reactivante", aumentando las metas de déficit de la Ley de Responsabilidad Fiscal (aun antes del año de ser aprobadas). Entonces, ¿cómo se explica que Stiglitz sostenga que el FMI exigió demasiado? La explicación es que el Sr. Stiglitz está usando el colapso Argentino para los fines de su pelea personal con el FMI. La Argentina le importa tan poco que ni siquiera se informa adecuadamente antes de citarla. Todo sirve para promocionar sus ideas keynesianas y estatistas frente a los "fundamentalistas del mercado".

La discusión de fondo

La verdadera pelea de Stiglitz con el FMI es la defensa de los intereses financieros que quieren continuar prestando a altas tasas a los países emergentes, pero con la garantía de grandes salvatajes del FMI que les permitan salir a tiempo. Para apoyar este objetivo Stiglitz declara que "no fue que la Argentina hubiera hecho algo malo, fue que las instituciones financieras internacionales impusieron requisitos que ningún país razonable podía cumplir. Esa es la lección que se debe aprender para el futuro", insinuando implícitamente que el FMI debió haber exigido menos ajuste y debió haber ampliado el auxilio financiero. El máximo defensor de los intereses de los capitales financieros es George Soros. En su libro más reciente (George Soros on Globalization) sostiene que "los mercados financieros son inherentemente inestables" y que "hay que otorgarle un mayor (y no un menor) papel al FMI para evitar que los mercados financieros se salgan de cauce". En ausencia de un banco central mundial que opere como prestamista de última instancia (su solución ideal, de ejecución imposible), Soros insiste en propuestas alternativas que a través de varios mecanismos le permitirían al FMI disponer de mayores fondos para acudir en auxilio de países endeudados y prestamistas imprudentes.
La coincidencia de las ideas estatistas de Stiglitz y los intereses financieros internacionales, no es casualidad. La fiesta del gasto público de los "90 fue posible gracias a la disponibilidad de préstamos internacionales que lo financiaron. La "plata dulce" internacional es lo que permitió un boom insostenible de gasto público. Duhalde y el populismo nacional aprendieron tarde que el estatismo era "socio" (por necesidad al menos) del capital financiero internacional. Se lanzó en una cruzada contra los intereses financieros sin darse cuenta de que sin los capitales financieros, el sector público (y la economía real) iban a colapsar. El costo de la ignorancia tuvo el efecto de un boomerang. Cuando se dio cuenta del error, empezó a mendigar un acuerdo con el Fondo. Pero ya era tarde, pues en el camino se construyó una imagen de incapaz y no confiable.
La política del G-7 con respecto a los salvatajes financieros internacionales comenzó a cambiar en 1998, después de la crisis rusa. Se hizo evidente entonces que los capitales financieros internacionales, al amparo de los auxilios contingentes del FMI, provocaban enormes crisis, financiando primero aumentos insostenibles del gasto público y del consumo, para luego fugarse ante los síntomas de insostenibilidad del atraso cambiario y los déficits fiscales que permitían. El cambio de política se acentuó con la llegada de la administración republicana. A partir de entonces el Tesoro y el Fondo están haciendo equilibrio entre un deseo de evitar la repetición de salvatajes financieros que incentivan la especulación internacional y la necesidad inmediata de evitar efectos contagio que provoquen una crisis de proporciones internacionales. La coexistencia de salvatajes al Brasil y al Uruguay y la "mano dura" con la Argentina se explica por la necesidad de compatibilizar una política de largo plazo con una transición ordenada de las viejas a las nuevas reglas de juego de las finanzas internacionales.

¿Dónde están nuestros intereses?

Si la pelea de Stiglitz y Soros es por lograr mayor intervención del FMI y evitar que las pérdidas de los financistas internacionales se multipliquen en Brasil y otros lugares, ¿por qué posición debemos pelear nosotros?
Los intereses empresarios atados a la paridad 1 a 1 también preferían continuar con la "bicicleta" del endeudamiento a través del apoyo del Fondo, con tal de postergar las consecuencias inevitables de una década de irresponsabilidad financiera. Es por ello que Juan Llach coincide con la posición de Soros y Stiglitz en su artículo más reciente afirmando que "evitar la caída de la Argentina era una de las inversiones más rentables que el mundo podía hacer" y "la cuestión no se resolverá dejando caer países para que truene el escarmiento. Más bien hay que barajar y dar de nuevo, y formar un club con condiciones estrictas para ingresar y tener derecho al uso de recursos ante ataques especulativos". Yo me pregunto, ¿alguna vez la Argentina se sometió a condiciones estrictas que justificaran su salvataje? ¿De qué club podíamos aspirar a ser miembros?
Pero la pregunta fundamental es si el interés general de los argentinos coincide con un FMI tolerante de la indisciplina fiscal, el atraso cambiario, déficits excesivos en cuenta corriente y un capitalismo prebendario que vive de la protección del Estado. Y la respuesta es obviamente negativa. No hay crecimiento sostenible basado en el endeudamiento irresponsable, en un sector público que es un lastre para la competitividad del sector privado y en un capitalismo corporativo que lucra con monopolios internos. Un FMI que continuara con la política de los grandes salvatajes internacionales serviría sólo a los capitales financieros especulativos, a la política y sus clientelas que parasitan en el Estado y a los intereses empresarios que se asocian con él.

¿Cuáles son las nuevas recetas
del FMI?

Pero la discusión de las "culpas" del Fondo como criterio para decidir si nos conviene acordar o no, es irrelevante. Por un lado, al Fondo se le puede atribuir la culpa del "cómplice" que toleró una política irresponsable. Pero la culpa primaria es la de nuestra dirigencia política y empresaria, pues fuimos nosotros los artífices principales de las políticas que se implementaron. Por otro lado, las políticas del Fondo han cambiado 180 grados. El FMI de Krueger no tiene nada que ver con el de Fisher.
Hoy el Fondo es el brazo ejecutor de una nueva política financiera internacional. La tolerancia con los déficits fiscales y el atraso cambiario desapareció. Quienes criticaban al FMI por apoyar los intereses de los acreedores internacionales, ahora tienen que repensar sus críticas, pues ya no hay salvatajes suficientes para preservar las inversiones de los financistas internacionales (como pretenden Soros y Stiglitz) y los intereses corporativos internos.
La pregunta relevante es si los criterios de la nueva arquitectura financiera internacional y del FMI son coherentes con nuestros intereses de largo plazo. La respuesta es positiva. Ya no encontraremos adhesión a programas insostenibles basados en déficits fiscales financiados con endeudamientos irresponsables. Pero esto no es suficiente. Para crecer sostenidamente nuestro país, además de resolver su problema político y restablecer la seguridad jurídica de los derechos de propiedad, necesita una revisión integral de su estrategia económica.
La apertura en serio al comercio internacional y un replanteo del rol del Estado son dos temas estructurales críticos para una nueva estrategia que nos permita crecer sostenidamente. Sin embargo, estos temas estratégicos y estructurales nunca forman parte de la discusión de los programas económicos de corto plazo con el FMI. Pero este problema es tema suficiente para otro artículo.


(*) Presidente del Centro de Estudios Públicos
     
     
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