Lunes 5 de agosto de 2002
 

No creas en lágrimas de mujer

 

Por Mabel Bellucci

  En líneas generales, en la literatura popular rural la presencia de mujeres -criollas e indígenas- carece de toda significación enunciativa. Este desdeño en el relato no resulta arbitrario: el gaucho prescinde de una estructura familiar y conyugal como también de cualquier tipo de forma comunitaria concreta.
Su trabajo y condiciones de socialización son nómades y errantes. Falto de tierras, se moviliza a lo largo de grandes extensiones de campo sin la posibilidad de desarrollar actividades productivas grupales. Presumiblemente, su mundo sea un espacio monosexuado, en tanto que las únicas relaciones perdurables -de conchavos, ociosas, emocionales y de luchas- se perfilan entre varones. Por lo tanto, los personajes femeninos ocupan lugares periféricos, subordinados, incapaces de accionar y se los ubica en el escalón más bajo de los sectores oprimidos.
En la cultura gauchesca cuando las mujeres aparecen se hace bajo la figura de botín de conquista, objeto de uso o intercambio; desconociéndose la posibilidad de concretar lazos afectivos. Con trazo grueso, ello es develado en la obra ícono de este género, Martín Fierro. Los únicos vínculos reconocidos como tales son con hombres, sean protagonistas o vástagos.
Nuestra literatura rural enarbola entonces valores propios de la masculinidad más tradicional, aquellos relacionados con los modos estereotipados de la hombría: culto al coraje, a la lealtad y a la amistad a diferencia de las mujeres, quienes merecen un sentimiento de desconfianza constante al escamotear de manera subrepticia la verdad y por ello son consideradas traicioneras. En este contexto, la dignidad es sinónimo de hombre de bien.
"¿Pa"qué sirven las mujeres? Pa"que se diviertan los hombres. ¿Y las que salían fieras y gritonas? Pa"la grosería seguramente, pero les andaban con lágrimas". Así, hablan los gauchos de Don Segundo Sombra. Y en otro momento dicen: "Si tenés algo contra mí, decilo, que no es gueno andarse mezquinando la cara como las mujeres". "Gracia a Dios no sos mujer ni te has criado niño".
En tanto que en el Martín Fierro, Cruz plantea: "Mujer y perra parida no se me acerca ninguna". Mientras Vizcacha aconseja: "No creas en lágrimas de mujer ni en la renguera de perro".
Desde este culto exacerbado a la virilidad se define a las mujeres por la negativa y su opuesto a la condición masculina.
En 1948, Ezequiel Martínez Estrada publicó "Muerte y transfiguración de Martín Fierro", donde aborda los estigmas clásicos femeninos en dicho género... El amor para el gaucho es un sentimiento impropio del hombre. Su psicología era trasunto de las rudas condiciones de su existencia. Los rasgos de crueldad y de insumisión como los que provienen de su temperamento arisco y arrogante, son en el paisano más genuinos porque reflejan el modo de ser del hombre en su medio social. En la pintura del amor nuestros poetas gauchescos fueron groseramente ineptos.
... Hernández ha sabido colocar en su poema a la mujer en su insignificante papel de compañera pasional, sujeta a sus mismos padecimientos y todavía más privada de amparo y justicia. Junto con los niños, ellas recorren un albur no menos peligroso y propenso a reducirlas a la indigencia o a sucesivos concubinatos que equivalían a la prostitución, fuera de comercio. Las pocas alabanzas a la mujer que brotan de labios de Martín Fierro y de Cruz, no concuerdan con sus actitudes, pues no guardan hacia ellas ninguna clase de consideraciones, como lo prueba la circunstancia de que ambos, al partir de su rancho, las despojan de todas prendas que tenían...".
Cabe suponer que sus anonimatos presentan más interrogantes y enigmas que el desdichado destino de sus protagonistas varones. De alguna manera, la desafortunada vida de los gauchos dispone de formas, límites y textualidad a cambio de esas mujeres que son dejadas a la libre imaginación de sus lectores, sin recorrido preciso.
     
     
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