Jueves 1 de agosto de 2002
 

El chateo: una nueva
forma de amarse

 

Por Eva Giberti

  Los enlaces que progresivamente van organizándose y sosteniéndose mediante las relaciones que se inician a través del chateo, merced a los oficios de Internet, han establecido nuevas pautas en los estilos comunicacionales. Hombres y mujeres transcurren horas de su tiempo en largas conversaciones que constituyen, justamente, algo diferente del diálogo habitual.
Vincularse de este modo logra encandilar a mucha gente, satisfacer a otra tanta y mantener despiertos y despiertas a generaciones de jóvenes que trasnochan hablando y enviándose fotografías y detalles de sus vidas con otras personas a las que no conocen físicamente.
Es la comunicación virtual de la cual han surgido innumerables parejas y algún casamiento.
En este modelo comunicacional se presentan los unos a las otras y viceversa sin mediación corporal. Sin aliento, sin color, sin temperatura. Podríamos pensar que se ha concebido otra forma de integrar, deslizar o recrear el deseo por carriles nuevos, inéditos. Quizá se trate de una nueva manera de expresión de lo sexual y de la genitalidad que elude el cuerpo a cuerpo, aunque puede desembocar en un encuentro sexual-genital y también amoroso si ambas partes lo deciden.
Las vertientes ilusorias del amor se arman gracias a esas interminables conversaciones, ilustradas mediante envío de fotografías que con cierta frecuencia no reproducen la verdadera imagen de quien la envía. Pero parecería tratarse de algo secundario: el engaño carece de eficacia si no se produce encuentro alguno.
Formando parte de esta virtualidad, aparecen la ficción y la trampa: se cambian los nombres, los géneros y las edades. Algunas mujeres se hacen pasar por varones y viceversa; dado que no escuchan las voces, no resulta difícil armar personajes de ficción.
Jugar con el engaño forma parte del chateo, cuyo sabor a transgresión suele acrecentarse al modificar la edad. Aquellos o aquellas que la disminuyen o la aumentan, según sean sus intereses.
Dejo de lado aquellas personas que chatean porque necesitan o quieren entablar un vínculo de amistad con otra persona, desconocida o no, habitante del propio país o de otras latitudes: en estas circunstancias se trata de chateos culturales o sociales sin intención de entablar una relación "de pareja".
Lo interesante de esta nueva práctica radica, justamente, en la posibilidad de abrirse al misterio, al suspenso, a la sorpresa (a veces a la frustración) en la búsqueda de otro o de otra que no se conoce. Y a la que hay que imaginar mediante los mensajes que envía, a partir de los datos que progresivamente instala en el chateo, acompañados por la desactivación del cuerpo presente. Ambas corporeidades ausentes.
La ingenuidad de alguien podría conducirlo a pensar que se trata de una nueva forma de romanticismo. Quizá sucede de este modo para algunas personas, pero la descripción que nos hacen quienes están entrenados en chatear, dista realmente del romanticismo extremo: la erotización del lenguaje, de los silencios y el atreverse a decir aquello que sería difícil exponer personalmente constituye parte del modelo de esta práctica
Se inventan fórmulas eróticas destinadas a estimular a quien escucha -además de estimularse quien habla virtualmente- y se avanza en diálogos eróticos que tal vez no se pudieran ensayar en un frente a frente.
Focalizar la atención en este fenómeno propio de la época -y protagonizado por quienes disponen de Internet, o sea, una minoría de la población- nos conduce a pensar en otra diferencia cultural instalada entre quienes cuentan con este medio de comunicación, y con tiempo para armar chateos durante horas. Porque, en el establecimiento de una pareja, es decir, en la búsqueda, suelen ocuparse muchas horas hasta encontrar la sintonía entre dos personas. Que no siempre son aquellos o aquellas que imaginan "los del otro lado", es decir, quienes están en el otro "extremo" de la línea virtual.
Esta forma de comunicación, descalificada reiteradamente por interpretaciones que reclaman la que consideran imprescindible presencia de los cuerpos, de las voces y de las miradas para entablar un vínculo "serio", nos coloca en el borde de un nuevo e inquietante aprendizaje: reconocer que existe otro modo de estar en el mundo, de comunicarse entre semejantes, que resulta decididamente ajeno y alienante para muchos, pero que, no obstante, regula los encuentros de innumerables seres humanos, que confían en la bondad y eficacia del chatear.
No es la única -ni la peor- de las modalidades nuevas con las que debemos aprender a convivir.
     
     
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