Viernes 16 de agosto de 2002
 

¿Rumbo nuevo?

 
  Para satisfacción de muchos tanto aquí como en el exterior, las elites de casi todos los países latinoamericanos parecen haber llegado a la conclusión de que cometieron un error muy grave cuando, aproximadamente diez años atrás, optaron por probar suerte aplicando reformas destinadas a reducir las dimensiones del sector público, derribar muchas barreras proteccionistas y confiar en que la magia del mercado libre les traería la prosperidad. Los más concuerdan en que la estrategia supuesta por el llamado "consenso de Washington" ha fracasado y que, además de redundar en el caos financiero, ha ampliado la brecha que separa a una minoría pequeña de ricos de una multitud creciente de pobres y ha destruido una gran cantidad de empleos. Así pues, de triunfar, como se prevé, Luiz Inácio Lula da Silva en las elecciones brasileñas del 6 de octubre, toda América del Sur emprenderá un nuevo rumbo que, se espera, le permitirá atenuar sus dificultades económicas y sociales más urgentes.
Desafortunadamente, por ahora no parece demasiado probable que de elegir los países de la región una estrategia menos liberal y más estatista que las favorecidas en la década de los noventa, los resultados sean claramente superiores. Al fin y al cabo, el entusiasmo por las recetas "neoliberales" se debió menos a su atractivo inherente que al fracaso patente del populismo tradicional, más el hecho de que durante varios años era sumamente fácil conseguir créditos. Si bien es factible que una consecuencia del cambio que está en vías de concretarse sea una mejora relativa de algunos servicios sociales, sobre todo en lugares en los que el clientelismo suele reportar beneficios políticos inmediatos, no lo es que los países latinoamericanos comiencen a avanzar a un ritmo más rápido que el fijado por las naciones ya desarrolladas.
He aquí el problema principal. En todas partes, tanto en América Latina como en Asia, Africa y la ex Unión Soviética, los diversos movimientos que aspiran a imponer su punto de vista, trátese de marxistas o de neoliberales chicagoanos, nacionalistas o globalizadores, juran tener la clave macroeconómica del progreso que, coinciden, consistirá en alcanzar a los países más avanzados. Lo que virtualmente nadie quiere reconocer es que el desarrollo plantea un desafío tan mayúsculo que implicaría una serie de cambios muy profundos que en su conjunto equivaldrían a una auténtica revolución cultural. Es por eso que a comienzos del siglo XXI la lista de los países avanzados es casi idéntica a aquélla de cien años antes, limitándose a los países anglófonos de población mayormente europea, Europa occidental y el Japón. Fuera de este bloque, en el siglo XX, sólo Taiwán y Corea del Sur -ex colonias japonesas- consiguieron "desarrollarse", mientras que España, Portugal y Grecia lo lograron integrándose a lo que sería la Unión Europea, o sea, resignando facultades soberanas antes consideradas irrenunciables.
Esta realidad hace pensar que nuestras opciones son tres: conformarnos con el atraso, continuar proclamándonos resueltos a superarlo pero rehusar llevar a cabo los cambios imprescindibles y afrontar plenamente el reto modificando drásticamente no sólo la política macroeconómica, lo cual es muy fácil, sino también la educación, el Estado y la Justicia, emulando en todos estos ámbitos lo ya hecho por España. Puesto que pocos estarían dispuestos a tomar en serio la primera opción, que sería suicida, tendremos que elegir entre las dos restantes. Aunque lo más probable será que la clase política se decida por seguir subestimando las dificultades dando a entender que le resultaría agradablemente fácil impulsar el desarrollo de forma que convendría dejar las cosas más o menos como están, el que el grueso de la ciudadanía haya perdido por completo su fe en la capacidad y en la sinceridad de los "dirigentes" significa que son muchos los que estarían dispuestos a contribuir al esfuerzo incomparablemente mayor que sería necesario para que, por fin, la Argentina resulte capaz de emprender un proceso de crecimiento que sea no meramente "sustentable", sino también lo bastante vigoroso como para permitirle recuperar una parte del mucho terreno que ha perdido no tanto en la fase actual de la crisis cuanto en el siglo de desarrollo a medias que la precedió.
     
     
Tapa || Economía | Políticas | Regionales | Sociedad | Deportes | Cultura || Todos los títulos | Breves ||
Ediciones anteriores | Editorial | Artículos | Cartas de lectores || El tiempo | Clasificados | Turismo | Mapa del sitio
Escríbanos || Patagonia Jurásica | Cocina | Guía del ocio | Informática | El Económico | Educación