Lunes 12 de agosto de 2002
 

Cosa nuestra

 
  Todos los esquemas electorales son imperfectos porque todos favorecen a algunos candidatos o facciones en desmedro de otros, de suerte que era de prever que el intento del gobierno del presidente Eduardo Duhalde de introducir un sistema de internas abiertas desataría las protestas airadas de los que prevén, con razón o sin ella, que estarían entre los perjudicados. Por motivos no muy misteriosos, quienes más temen a la participación de miles de independientes ajenos a los aparatos tradicionales son los partidarios del ex presidente Carlos Menem, seguidos por los radicales. Puesto que Menem está convencido de que, con la excepción de una proporción significante de los afiliados peronistas, la mayoría de sus compatriotas se opondría a su candidatura, es natural que haya preferido que la interna se decida en casa, por decirlo así, mientras que los radicales afirman sospechar que los extrapartidarios se las arreglarían para promover a los peores aspirantes con el propósito de facilitar el triunfo de sus propios candidatos.
En teoría, dichas inquietudes son legítimas pero así y todo no son demasiado realistas por basarse en la noción de que los independientes o los simpatizantes de partidos como el ARI, que no celebrarán internas serias por depender hasta tal punto de un caudillo "carismático" que sin su presencia es esfumarían enseguida, serían capaces de emprender maniobras maquiavélicas bastante complicadas, votando "tácticamente" en una variedad de internas ajenas con miras a remodelar el paisaje político nacional. Si bien es factible que en algunos pocos distritos pudieran hacerlo, sería realmente sorprendente que lograran tergiversar la voluntad ciudadana, privando al electorado de la oportunidad de votar por candidatos que en otras circunstancias disfrutarían de su plena aprobación. Al fin y al cabo, si algo distingue al ciudadano actual esto no es precisamente su voluntad de someterse a la disciplina partidaria.
De todos modos, si Menem supone que sus adversarios no peronistas estarían en condiciones de frustrar sus esfuerzos por ser el candidato del partido gobernante, sus posibilidades de triunfar en las elecciones presidenciales no podrían considerarse muy grandes. Sin embargo, parece que el ex presidente confía en que si consigue conquistar la candidatura peronista, el resto del país terminaría apoyándolo por entender que ninguna otra organización política podría gobernar el país. Asimismo, cuesta creer que los peronistas, los aristas y los independientes pudieran combinarse a fin de obligar a los radicales a aceptar como candidatos a sus correligionarios más antipáticos: como es notorio, el problema principal de la UCR es la reputación de ineptitud que se ha granjeado el partido como tal, no las deficiencias de algunos precandidatos determinados.
Según parece, en esta ocasión, como en tantas otras, le corresponderá a la Justicia tener la última palabra, lo que no contribuirá en absoluto a mejorar la imagen de la clase política por ser tan patente la politización de la Justicia. Por lo tanto, cualquier fallo, por equitativo que fuera, sería interpretado por algunos como una maniobra más. En cuanto a la ciudadanía rasa, no puede sino tomar la hostilidad de tantos dirigentes partidarios hacia las internas abiertas por evidencia de su voluntad de impedirle entrometerse en lo que consideran un asunto privado. En vista de que el espíritu corporativo que suelen manifestar virtualmente todos los integrantes de la clase política cuando sus costumbres son puestas en tela de juicio constituye uno de los factores que más han contribuido al desprestigio de los partidos, del Congreso e incluso de la política como tal, las polémicas furiosas que han sido desencadenadas por una iniciativa gubernamental destinada a permitir un mayor grado de participación ciudadana serán consideradas evidencia de que "los dirigentes" siguen siendo reacios a abandonar sus privilegios. Por cierto, a pocos se les ocurrirá atribuir la resistencia de los menemistas y radicales a las internas abiertas a su compromiso con la democracia. Por el contrario, el país está harto de la hegemonía de aparatos partidarios corruptos, pero comprende muy bien que la "solución" no consiste en eliminarlos, sino en controlarlos mucho mejor.
     
     
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