Viernes 9 de agosto de 2002
 

Universo paralelo

 
  Aunque los funcionarios del gobierno del presidente Eduardo Duhalde y distintos dirigentes políticos siguen hablando de reformar las leyes correspondientes a fin de permitir que en adelante las elecciones sean más democráticas -es decir, menos partidocráticas- que en el pasado, dando a entender así que la campaña propiamente dicha no se iniciará antes del 2003, la verdad es que desde hace algunas semanas el país está envuelto en un clima preelectoral que es decididamente molesto. No es cuestión sólo de las declaraciones "enigmáticas" de Carlos Reutemann, de la propensión de Carlos Menem a atribuir todas sus dificultades legales a maniobras electoralistas, del lanzamiento de la candidatura de José Manuel de la Sota y de la actividad constante de Elisa Carrió y Luis Zamora, sino también de la voluntad de Duhalde de gobernar en función de los intereses electorales de su fracción del PJ. Asimismo, los medios de difusión ya se han habituado a interpretar virtualmente todo cuando dicen y hacen los políticos en el contexto electoral además, huelga decirlo, de abrumar a la ciudadanía con una variedad extraordinaria de encuestas de opinión que, por lo común, sirven para recordarnos que hasta los políticos más "populares" logran a duras penas arañar un nivel de aceptación que en otras circunstancias los obligarían a considerar la posibilidad de emprender otro oficio.
Si bien es normal que la gente sienta cierta curiosidad por saber la identidad del próximo presidente, no lo es en absoluto que se deje obsesionar por el asunto meses antes del presunto comienzo de la campaña. A la misma altura en Europa y Estados Unidos, el tema será tratado con cierto interés, pero pocos fuera de las filas de los especialistas lo creerían prioritario. Aquí, en cambio, la especulación en torno de las candidaturas regularmente desplaza de los titulares de los diarios y sus equivalentes televisivos a otras preocupaciones que, por estar el país experimentando "la peor crisis de la historia", deberían considerarse mucho más urgentes.
Los motivos de la obsesión electoral inoportuna no constituyen un misterio. Encontrar "soluciones" para los problemas nacionales es de por sí difícil y, es innecesario decirlo, todas serán conflictivas por suponer transformaciones drásticas que a la larga podrían beneficiar al conjunto pero que con toda seguridad perjudicarían a muchos en el corto plazo. En cambio, el electoralismo es en el fondo tan sencillo como una competencia deportiva por tratarse de una especie de carrera de obstáculos. Sin embargo, aunque sirve para distraer la atención de asuntos más engorrosos, a menos que los gobernantes se enfrenten ya con tales asuntos, por antipáticos que les parezcan, el país no podrá sino continuar hundiéndose. Para colmo, el que los distintos precandidatos ya se supongan constreñidos a crear una imagen atractiva significa que pocos querrán arriesgarse comprometiéndose con medidas escasamente populares, lo cual es una lástima porque dadas las circunstancias es concebible que andando el tiempo recibieran la adhesión de la mayoría propuestas que en la actualidad serían repudiadas por el grueso de los consultados por los sondeadores de opinión.
La convocatoria a elecciones adelantadas se debió a la conciencia por parte de Duhalde de que sin el horizonte que supondrían, su gobierno podría compartir el destino de aquel del presidente Fernando de la Rúa. Puede que en tal sentido haya acertado, pero hubiera sido mejor para el país que asumiera su condición de presidente de transición ajeno al eleccionismo y a las internas partidarias cuyo papel consistiera en afrontar sin parpadear los grandes problemas del país. Sin embargo, puesto que la resistencia de Duhalde a hacerlo estaba compartida por virtualmente toda la clase política, ésta aceptó con gratitud prestarse a la maniobra con la esperanza nada exagerada de que la ciudadanía prefiera una campaña electoral larguísima -la que haría las veces de sucedáneo de aquel decepcionante Mundial de Fútbol- a un esfuerzo genuino por intentar superar la crisis. En efecto, incluso los radicales parecen sentirse aliviados por la reanudación de la temporada electoral a pesar de que sus propias perspectivas difícilmente pudieran ser más sombrías.
     
     
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