Lunes 5 de agosto de 2002
 

Internas ajenas

 
  Muchos políticos se sienten fascinados por las "internas" de sus partidos respectivos porque les permiten alejarse de los problemas exasperantes planteados por la condición del país. Al fin y al cabo, es mucho más fácil dedicarse a desplazar a un ministro de lo que sería concebir, para no hablar de instrumentar, programas destinados a producir mejoras auténticas. Del mismo modo, funcionarios de gobiernos extranjeros e instituciones internacionales como el FMI y el Banco Mundial, para no hablar de expertos independientes resueltos a aumentar su prestigio y por lo tanto sus ingresos, suelen interesarse más por sus propias internas cuando les es difícil formular las soluciones sencillas para problemas engorrosos que los demás les exigen. En ambos casos el internismo puede atribuirse a que en épocas al parecer signadas por el fracaso se hace irresistible la tentación de exagerar los presuntos errores de colegas -y rivales- a fin de distraer la atención de los propios y, claro está, de escalar posiciones. En cambio, cuando todo parece estar funcionando de forma adecuada, las luchas intestinas no ofrecen tantos atractivos.
Los perjuicios que nos ha ocasionado el internismo político "canibalístico" local son notorios, pero puede que el internismo ajeno nos haya resultado aún más costoso. Por ejemplo, la "dureza" a veces insultante de representantes del FMI como Anne Krueger y de su compatriota, el secretario del Tesoro estadounidense Paul O"Neill, parece haberse debido más a su voluntad de defenderse contra sus adversarios en Washington que a la conducta, que por cierto ha sido desconcertante, de los gobiernos argentinos más recientes. Es probable que, de no haber sido por su deseo de impresionar a sus pares por su intransigencia, hubieran actuado de modo menos frontal pero acaso más eficaz con el propósito de convencer a sus interlocutores en Buenos Aires de que las recetas eventualmente aplicadas eran de su propia cosecha, no la consecuencia de la presión extranjera. Asimismo, si bien las críticas feroces dirigidas contra el FMI por el ex funcionario del Banco Mundial Joseph E. Stiglitz, economista que ha sido laureado con el Premio Nobel, se habrán inspirado tanto en enconos personales como en discrepancias teóricas, han sido aprovechadas por aquellas corrientes políticas locales que están resueltas a obstaculizar cualquier intento de reducir el déficit fiscal: desafortunadamente, Stiglitz aún no ha explicado cómo un país en bancarrota que no está en condiciones de endeudarse más podría instrumentar las medidas flexibles "keynesianas" que a su juicio serían apropiadas después de años de recesión. Por otra parte, no cabe duda de que la campaña del conocido economista estadounidense Paul Krugman en favor de la devaluación incidió mucho en el pensamiento de los pesificadores aunque, por desgracia, el gurú célebre no se preocupó por advertirles que las complicaciones prácticas provocadas por la decisión de salir de la convertibilidad podrían resultarles insuperables.
En vista de que la economía mundial parece estar ingresando en un período conflictivo en el que la evolución de América Latina resultará llamativamente errátil, sería positivo que los especialistas trataran de actuar con objetividad ejemplar: después de todo, está en juego mucho más que las carreras de distintas personalidades internacionalmente conocidas. Sin embargo, sería asombroso que fuera así. Por el contrario, la experiencia hace prever que cuanto más confuso se haga el panorama, más decididos estarán los protagonistas a privilegiar aquellas internas que les interesan por encima de los esfuerzos por concebir esquemas factibles capaces de mejorar las perspectivas de los centenares de millones de personas que dependen del resultado de las medidas que tomen sus gobernantes que, a su vez, suelen acusar la influencia de los economistas más prestigiosos del momento. Así las cosas, no sorprendería en absoluto que los próximos meses se vieran caracterizados por un estallido de internismo no sólo en nuestro país, donde la truculenta versión peronista del género amenaza con dominar todo, sino también en Washington, lo que plantea el riesgo de que las ambiciones personales de un puñado de poderosos provoquen estragos a lo ancho y a lo largo del planeta.
     
     
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