Martes 6 de agosto de 2002
 

El nombre de la poesía

 

Paul Celan, Fernando Pessoa, Henri Michaux y Alejandra Pizarnik son los poetas que analiza Sara Cohen en "El silencio de los poetas", en el que reunió cuatro ensayos.

  En "El silencio de los poetas", Sara Cohen entrelaza cuatro ensayos en torno de las figuras de Fernando Pessoa, Alejandra Pizarnik, Paul Celan y Henri Michaux para abrevar en un territorio donde la escritura poética da forma a aquello imposible de nominar.
"El libro surge como un producto de mi interés por esas encrucijadas a partir de las cuales el balbuceo y la fragmentación del texto poético permite dar cuenta a la vez de la insuficiencia de la palabra y de una construcción estética a partir de lo indecible", explicó Cohen.
"Aunque he procurado evitar generalizaciones acerca de la escritura -agregó- y centrarme en la particularidad del recorte generado por estos cuatro poetas que han diferenciado su voz deviniendo en obra la propia imposibilidad expresiva".
Publicado por Editorial Biblos, el libro -que abre en la editorial una nueva colección de textos sobre y de poesía- indaga en la invención de una lengua propia, en la paradójica capacidad de reinventar una poética a partir precisamente de lo indecible, de aquello que se escabulle de la palabra y cuya tácita omisión le confiere su fuerza expresiva.
El periplo lingüístico recorre la vivacidad entablada por Pessoa con sus heterónimos, las metáforas autobiográficas en Pizarnik, la "misión" de Celan con la lengua alemana y el retorno de Michaux de su experiencia del límite a través de las drogas.
"En Pessoa me interesó mucho el recurso poético de los heterónimos como un modo de reestablecer mediante su potencia poética un sistema de filiaciones que le permitieran desdibujar improntas de su pasado imposibles de rebobinar y recuperar, mediante ese artificio, la propia historia", señaló la autora.
"Incluso su melancolía -acotó- no está dada por una pérdida sino, al contrario, por la posesión de la pérdida misma, por una apropiación que le otorga identidad; con ella se presentifica el objeto faltante al punto de que esa fraguada no-carencia inhibe el propio deseo".
En el caso de Pizarnik, la presencia es la de un universo de pasiones que anuncia todo el tiempo un desenlace dramático, regodeándose en un juego mortuorio que pareciera convocarse mediante la escritura.
No obstante, Cohen no lo aborda como una escritura premonitoria sino desde una indagación expresiva: "Es que al analizar su obra y eternizarla sólo a través de una identidad con la muerte se corre el serio riesgo, como decía Aira, de apelar a sus metáforas autobiográficas para utilizarlas contra ella".
"Si fuera por eso, Paul Celan también se suicida arrojándose al Sena ante de cumplir los 50 y sin embargo lo que se pondera en él es el trabajo de investidura con la palabra", apuntó.
Para la autora, Celan se había formado una "misión" orientada a trabajar con la lengua alemana, la lengua de los verdugos de sus padres asesinados en los campos de concentración, "como una forma de redimir "su" alemán de los signos del Holocausto. El sostenía que el poeta no tiene otra posibilidad que escribir en su lengua materna porque si no miente; por lo que no tuvo más remedio que recrear un alemán propio desde su exilio parisino; confrontando los sonidos de sus seres queridos con los de sus verdugos".
Cierra el libro un ensayo sobre Henri Michaux -aparentemente el más vital de los cuatro- donde desanda los múltiples caminos de su exploración en la pintura, la literatura y la mezcalina. "Su experiencia con las drogas hay que entenderla inscripta en el contexto científico de la época; sobre todo en el ámbito psiquiátrico que indagaba en las alucinógenas estableciendo un parentesco entre las psicosis experimentales y la esquizofrenia", señaló Cohen.
"Aunque de haber algo esquizoide en él -ironizó- sería esa múltiple y voraz personalidad que lo llevó a disgregarse en experiencias, casi como una vocación por no ser en ninguna; incluso durante mucho tiempo se rehusó a afrontar una cámara de fotos, sugiriendo quizá en esa negación a plasmar una identidad definida, la voluntad de carecer de un rostro que lo nombre".
   
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