Sábado 3 de agosto de 2002
 

Mujeres en tiempo de oscuridad

 

Hannah Arendt, Edith Stein y Simone Weil

  Las Guerras Mundiales, tanto la primera como la segunda, marcaron el fin de una era caracterizada por la fe en el progreso ilimitado, en la felicidad en la tierra y en la libertad sin restricciones. Fe que había sostenido las esperanzas de los iluministas de los siglos XVIII y XIX, y que no pudo soportar el golpe de la historia. La tecnología puesta no al servicio, sino en contra del hombre, y la razón utilizada no para emancipar, sino para sojuzgar, fueron los ladrillos con los que se edificó la gran desventura humana. Pero en la oscuridad de esta historia trágica sobresalen y resplandecen aquellos hombres y mujeres que con valentía inaudita se rebelaron contra el despiadado curso de los
acontecimientos.
Hannah Arendt, Edith Stein y Simone Weil tuvieron muy poca suerte. Víctimas de la guerra,
del racismo y de la barbarie, intentaron desde su desdicha pensar sobre el sentido o sin sentido de lo que les tocaba vivir. Y lo lograron gracias a su triple condición de mujeres, filósofas
y judías, a partir de la cual reflexionaron sobre la riqueza
de la diversidad y las ventajas
de la diferencia.
En un ciclo de conferencias
a llevarse a cabo en la Universidad Fasta de San Carlos de Bariloche, a partir del martes 13 de este mes, estas tres mujeres serán objeto de estudio
y reflexión. En el Cultural una visión de sus vidas y sus obras.

HANNAH ARENDT: La conciencia frente  al  totalitarismo  y la  barbarie

Hannah Arendt nació en el seno de una familia acomodada en Hannover, Alemania, en 1906, y murió en Nueva York en 1975. Mantuvo una temprana y marcante relación con el filósofo Martín Heidegger. A los 23 años se doctoró en filosofía en la Universidad de Heidelberg con una tesis sobre "El concepto del amor en San Agustín", publicada en 1929.
Debió huir de Alemania bajo las amenazas que se cernían sobre los judíos. En 1941, tras la ocupación alemana de Francia se estableció en los Estados Unidos, y recién en 1951 obtuvo la ciudadanía norteamericana después de 18 años de vida como apátrida.
Muchos reconocen a Hannah Arendt como la mente más original del pensamiento político del siglo XX. Sus obras "Los orígenes del totalitarismo" (tres tomos, 1951) y "Sobre la revolución" (1963) constituyen escritos fundamentales para la comprensión de la época moderna. Y también escribió con lucidez sobre el sentido de su vida y su obra en "Hombres en tiempos de oscuridad" (1968).
Pasó sus últimos años ejerciendo la enseñanza en la New School for Social Research de Nueva York y como profesora invitada en muchas otras universidades, incluso fuera de Estados Unidos. Muchas veces afirmó: "Mi profesión, si se puede calificar como tal, no es la filosofía sino la teoría política". Lo cierto es que su obra es capital en el pensamiento político del siglo XX, y que sus reflexiones acerca del antisemitismo, imperialismo y totalitarismo hacen de ella un clásico contemporáneo.
La singularidad del pensamiento de Hannah Arendt reside en que antisemitismo, imperialismo y totalitarismo resultan, a su juicio, un todo homogéneo y sistémico donde se destacan la brutalidad y la absoluta falta de moralidad.
Interesa también la postura de Arendt respecto del mal. Fue a través del juicio desarrollado en Jerusalén contra el criminal de guerra Adolf Eichmann, en el año 1961, que cubrió como corresponsal del célebre semanario norteamericano "The New Yorker", cuando reflexionó sobre el horror del Holocausto.
Señaló entonces que la dominación totalitaria prepara conjuntamente al "verdugo y a la víctima para funcionar como aparatos de dominación total". Por eso, no sólo estudió la cadena de mando que durante el Tercer Reich permitió el genocidio de judíos, eslavos, homosexuales y discapacitados.
Fue más allá. Advirtió sobre el rol que le cupo a un grupo puntual de las víctimas en dicho proceso. Fundamentalmente el de quienes encarnaron a las policías judías que protagonizaron las razias en los guetos de sus propios hermanos de religión, y el de los prominentes miembros de los Consejos Judíos que llegaron a negociar la salvación de uno a cambio de varios centenares de ellos.
Pero también pensó acerca del nacimiento y la libertad. Y lo hizo en forma esperanzadora, porque, según ella: "Los hombres, aunque tengan que morir, no han nacido para morir, sino para empezar".

SIMONE WEIL: ¿Cuál es tu tormento?

En la primera parte de su autobiografía, Simone de Beauvoir relata el breve encuentro que tuvo con la misteriosa Simone Weil. Que después de un breve intercambio de palabras sobre política, Weil la miró con un profundo desdén y le dijo: "Se ve que usted nunca ha tenido hambre".
Con posterioridad Simone de Beauvoir reconoció en su implacable jueza las virtudes que a ella la acusaban de carecer: "Me intrigaba por su gran fama de inteligencia y por su extraña vestimenta; deambulaba por los corredores de La Sorbona, escoltada por un grupo de compañeros (...) Yo envidiaba un corazón capaz de latir a través del universo entero".
Estas pocas palabras retratan de una manera extraordinaria a Simone Weil. Nacida en París en 1909, hija de un matrimonio de la burguesía judía, nunca aceptó ninguna situación de privilegio que la pudiera beneficiar. Siendo profesora de filosofía repartió su sueldo entre los obreros que vivían a su alrededor, trabajó un año como fresadora en la Renault y se alistó junto a los republicanos en la Guerra Civil Española.
Siempre que tuvo que elegir lo hizo en favor de los más débiles. Su meta en la vida era equilibrar la balanza de la justicia, "esa fugitiva del campo de los vencedores". Por esa misma razón, si bien siempre militó en la izquierda nunca se afilió a ningún partido político. Los dogmas marxistas y su estrategia para alcanzar el poder tampoco escaparon a su intransigente mirada. Tan es así que llegó a afirmar que "no es la religión sino la revolución el opio de los pueblos".
Su anárquico y agudo análisis no dejó casi ninguna estructura en pie. Según ella, toda organización es inversamente proporcional a la liberación. Cualquier jerarquía o sistema, aunque tenga como fin el bien del individuo, termina subordinando las personas al todo. El mayor bien que podemos hacer es pensar al hombre como tal, como principio y fin de toda consideración.
Destacó que la verdadera necesidad del hombre es "la presencia de alguien que le preste atención". Y que todo intento de buscar una salida que no postule la primacía de la persona por sobre cualquier otra categoría, cae indefectiblemente en el totalitarismo, sea de izquierda, de derecha, ateo o espiritualista.
La muerte la encontró en Londres, cuando tenía 34 años (1943). Entonces aguardaba la oportunidad de ser lanzada en paracaídas sobre la Francia ocupada para unirse a las fuerzas de la Resistencia.
Sus amigos, Gustave Thibon y el dominico P. Perrin, dieron entonces inicio a la recopilación y edición de sus escritos y cartas. Pese a que señaló que: "No soy alguien a quien sea bueno unir su suerte", fueron y siguen siendo innumerables los espíritus que cautivados por la intensidad de su vida procuran ese contacto a través de su obra.

EDITH STEIN:Más allá del feminismo

Con la simplicidad y lucidez que la caracterizaba, Edith Stein, doctora en filosofía y colaboradora del fenomenólogo Edmund Husserl, advertía sobre las consecuencias de un feminismo que, absorbido por la lucha cotidiana, no dedicaba suficientes energías a la profundización teórica.
Corría el año 1930 y afirmaba que el mejor modo de liberar y emancipar a la mujer era reconocerle su distinción frente al varón. Si la mujer le fuera idéntica, ¿qué necesidad habría de su presencia en el mundo? Cuando algunas feministas en el fragor de la lucha niegan la "especificidad femenina", en el fondo, lo que están perdiendo es la posibilidad de recalcar su valor particular frente a la masculinidad.
Es justamente la diversidad de la mujer, su diferencia, la que exige imperiosamente que no se la relegue y encierre entre los confines de los ámbitos tradicionales. Escribió al respecto que "la entrada de las mujeres en las más variadas ramas profesionales podría significar una bendición para la vida social en su conjunto, la privada y la pública, precisamente si se hiciera presente el ethos específicamente femenino".
Stein creció en el marco de una familia tradicional judía y sus dotes intelectuales se manifestaron desde muy temprano, llegando a ser una exitosa docente universitaria. Su propia configuración (ethos) femenina, su ser plenamente mujer, estuvo presente a la hora de su inesperada conversión al catolicismo y le permitió seguir moldeando su vida como monja carmelita, aún cuando se encontraba detenida en el campo de concentración de Westerbork al norte de Alemania en agosto de 1942.
Dice de ella uno de los testigos: "Entre los prisioneros Edith Stein llamaba la atención por su gran tranquilidad y su entereza. Los lamentos y la excitación entre los recién detenidos eran indescriptibles. Edith Stein iba como un ángel entre las mujeres consolando, ayudando, tranquilizando. Muchas madres, casi al borde de la locura, se habían despreocupado durante días de sus niños, sumidas apáticamente en una profunda desolación. Edith Stein tomó enseguida a su cargo a los pequeños, lavándolos y peinándolos, y se ocupaba de alimentarlos y cuidarlos".
Entre los años 1928-1933 dio una serie de conferencias sobre la mujer, dirigidas especialmente a aquellas de la clase trabajadora. Infundía ánimo a todas las mujeres que no sólo se enfrentaban a un mundo laboral hecho para los hombres, sino que al mismo tiempo se ocupaban, antes y después del trabajo, de las tareas domésticas, de la educación y la contención de sus hijos. Y hasta de ser también, en muchas ocasiones, sostén de maridos que sufrían, al igual que ellas, las presiones de una economía y una competencia cada vez más bárbara e inhumana.
Les aseguraba que en la sociedad todos necesitan "no sólo lo que tenemos; necesitan también lo que somos". Ese dar lo que somos, y desde lo que somos, es lo que aseguraría que todo aporte particular y específico fuera absolutamente insustituible e invaluable.
Edith Stein estaba convencida de que un mundo en el cual quedan ámbitos donde no se encuentra el temperamento femenino, es un mundo empobrecido, disminuido en sus posibilidades y mutilado en sus esperanzas. Así también como estamos convencidos nosotros de que sin su personal presencia femenina hubiera sido más terrible el horror de aquellas mujeres que, junto a ella, fueron asesinadas hace sesenta años en Auschwitz.

   
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