Domingo 14 de julio de 2002
 

Cada vez son más los que suben al ring a pelear por el pan para sus familias

 

Este "boom" va de la mano del hambre, admiten. La mayoría de los boxeadores son desempleados. La posibilidad de cobrar $15 por round los alienta.

  Amateur o profesional, que más da. Acá hay que pelearla para no desaparecer. Y más de uno, entonces, perdido por perdido agarra los guantes por el pan, con los riesgos que ya se sabe o se supone que se corren. Pero llegar a cobrar $15 por round de dos minutos no está nada mal, calculan quienes encarnan la metáfora perfecta del país: "el golpe a golpe", con la posibilidad cierta de quedar nocaut.
"Hoy por hoy, ¿quién no está cerca de la lona?", preguntan los muchachos en el gimnasio que entrenan, en San Martín al 1.800 de Roca. En un clima espesísimo por cierta falta de oxígeno, algo de calefacción y toneladas de transpiración le dan sin asco a las bolsas de arena.
La mayoría de ellos son pobres y le escapan al hambre. Tienen entre 14 y 30 años, en promedio. Hay hombres y mujeres. Si alguno terminó la educación primaria, no avanzó en la secundaria. En los últimos meses se reprodujeron como hongos, "por la malaria", dice Víctor Valverde, presidente de la Comisión Municipal de Boxeo: en Río Negro, suman 700; en Neuquén, más de 1.000. Reconocen que de no tener la disciplina que este deporte les exige, quizás estarían en algunas corridas no muy santas. "Es así nomás, macho", dice Néstor Rivas, 32 años, de Mendoza. Hace tres años que llegó al Valle y aún está desocupado. No terminó la primaria. Corto de palabras, dejó de trotar un rato y sin sacarse los guantes, mientras el sudor chorreaba por su piel morena y con tatuajes a borbotones, largó: "Anoche salí, pero después de un rato, corté. Ando alejado de otras cosas". No puede pasarse ni con el alcohol porque si no, al otro día, cualquier exceso "te las hace pagar bien caro" en el gimnasio.
¿Qué puede hacer un desocupado durante todo el día? Acá larga toda la tensión, la agresividad, de modo creativo, dice Félix Carrasco (32), entrenador y manager, con 50 peleas en su haber. "Controla los nervios y los miedos: no es poca cosa, ¿no?" Ojos negros y nariz de tabique roto, nada que ver, afirma. "El pegador no va más". La popular disfruta hoy el juego de los esquives y la habilidad para poner en condiciones de inferioridad al rival con una buena defensa, un buen bloqueo, saques directos. "Los cross, los ganchos", se entusiasma Carrasco. "Nada de cagarte a piñas: eso fue. Tengo 50 peleas como amateur y tres como profesional y no tengo ni una marca. El boxeo se humanizó mucho". Podés perder por abandono pero nunca por paliza, reitera sabiendo de las polémicas eternas que rodean a esta actividad. "Que no es deporte" o "que es el peor de todos los deportes" declaman los más críticos.
Lo cierto es que, más allá de estas diferencias, los chicos suben al ring por el mango. "Acá todos llegan por necesidad. Con la esperanza de ganar plata, de zafar. Lo toman como un trabajo más. Y si entrenan bien y tienen las habilidades justas, pueden pelear cada 10 ó 15 días. Se está pagando $15 por round". ¿Quiénes llegan? Al hambre del estómago hay que sumarle el de gloria, sintetiza Carrasco: "si los mezclás bien, triunfás, salís de la malaria, bancás a tu familia". Claro, muchos de ellos son parte de los más de seis millones de desocupados y subempleados que hay en el país. Cifra récord, cifra dolorosa, si la hay.
Por eso se los trata bien, dice Carrasco al vender su trabajo de promotor. "Por el déficit alimentario que suelen traer se les plantea un trabajo adecuado". Primero el manager habla con la familia del boxeador; si es chiquito, se cita a los padres. Después viene un examen médico en el hospital. Cuando todo está OK empieza el entrenamiento. Se llama "gimnasia de boxeo", donde no hay guanteo. Con el tiempo, un mes o un año o dos, llega la decisión en algunos de salir a competir. "Se intensifica el cuidado personal". Hay que salir a trotar, por ejemplo. "La otra tarde salí de Noroeste (el barrio donde vivo) a correr. Llegué hasta Paso Córdoba. Como 30 kilómetros en total. Y cuando venía llegando a Roca había un allanamiento en un barrio y me agarró la policía como dos horas. No me creían que soy boxeador y que me estaba entrenando", confiesa Fernando Montes (20). Portación de cara, podría decirse. Cuando lo cuenta se ríe. Tiene frescura, vitalidad, que se esfuma un poco cuando dice que admira con fervor a Tyson.
¿Aunque le haya arrancado con su boca parte de la oreja de su rival? "Sí, sí... estuvo bueno, ¿no?" Terminó la primaria a duras penas y cada tanto "laburo en las chacras". "Me pongo los guantes y combato el miedo". ¿Como cuáles? Piensa pero no habla. De lunes a viernes le da fuerte en el cuadrilátero, dos horas todas las tardes, "con ganas y esfuerzo". Empezó hace cinco meses y antenoche ya debutó. Perdió por puntos. Otra vez será... "A éste hay que pararlo, decirle que se vaya", advierte Carrasco. "Sería capaz de estar todo el día con los guantes puestos".
¿Y en el barrio? "¿Si soy machito, decís?", pregunta Fernando. He llegado a suspender a muchos cuando se hacen los locos, dice Carrasco. "Suelen tener la tentación de mostrar que saben boxear. Pero una vez que suben al ring experimentan que ése es el único lugar donde se exhibe lo que se aprendió. No en la escuela, en la casa, en el boliche", expresa Carrasco.
De este mismo ambiente, José Sciuta, jurado que conoce historias de boxeo desde 1908 como pocos, ha dicho: "Amo el boxeo. Yo personalmente no boxeé, mi primo hermano sí, boxeó tres veces por la Corona del Mundo. Esto es un vicio, como todo. Ser boxeador implica una disciplina muy dura, y es muy cruel. El boxeo, hay que decirlo clarito, es muy cruel. Nos gusta verlo, pero la realidad en el ring es otra. ¡No nos engañemos! Pero, ojo, es un deporte sano. Fíjese que es el único deporte donde, al final del combate, los contendientes se abrazan y se dan un beso. Las actitudes cabronas, los retos, todo eso es parte del show. Son seres humanos brillantes. Pero evidentemente faltos de cariño. Ellos no tienen cariño. La gran mayoría de ellos viene de un extracto social muy bajo. El chico que quiere ser boxeador tiene que tener hambre. Si yo le digo que me agarro a trompadas por la gloria, es porque antes tengo que tener hambre. Yo vengo a los gimnasios porque siempre se aprende algo, si uno sabe mirar. A mí me placen los entrenamientos, porque se los prepara para cualquier cosa, aunque no boxeen. Los preparan para la vida. Y la vida, ¿no es una lucha?" Lo mejor sería tener la posibilidad de no encararla a las trompadas.

Horacio Lara
hlara@rionegro.com.ar

Foto: Néstor Rivas, 32, reconoce que la rigurosidad del entrenamiento le exige "estar alejado de cualquier vicio". Así, dice, se preserva. No encuentra trabajo desde hace tiempo: "Eso sí que es jodido", afirma.

   
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