Domingo 7 de julio de 2002

 

No hay clemencia para los secuestradores

 

Un peón chileno -gracias a un largavista que pidió prestado- fue quien detectó a los que se escondían en el Cañadón de los Bandidos.
Dio cuenta a la policía
y, amenazado, desapareció de la región.

  La primera versión que perduró de la pequeña batalla del Cañadón de los Bandidos, a partir de 1911 en las proximidades de Esquel, lo sospechó escondite de los norteamericanos William Wilson y Roberto Bob Evans (o Emiliano Hood) y fue la evocada por el diario Esquel en 1975. Esa edición sostenía que quien avisó a la policía fue del puestero Fortunato Fernández, baqueano en la saga y víctima (perdió una pierna baleada). Otros testigos apresados por la Policía Fronteriza del Chubut tras el secuestro de Lucio Ramos Otero testimoniaron otra versión.
Uno de ellos fue Wenceslado Solís –amigo de los bandidos de Cholila, asaltantes de bancos-, el primero que aludió al caso del Cañadón. Lo indagó el subteniente Jesús Blanco el 24 de julio de 1911 en Colonia General San Martín. Solís -43 años y 10 de residencia, era alfabeto y criador, domiciliado en Río Pico, tierra de labradores alemanes y escondite alternativo norteamericanos (Bob Evans visitó a Solís en tiempos del secuestro).
Del Cañadón habló en la segunda indagatoria del 28 de septiembre, esta vez en Súnica, asiento la Fronteriza.

La confesión de Mansel

En esta ocasión Wenceslao Solís confesó que "Mansel Gibbon le había dicho que en marzo pasado, él y William Wilson caminaban por la sierra de Esquel y en circunstancias en que Wilson se había adelantado bastante, había sido sorprendido por unos cuantos soldados que en cuanto le vieron le hicieron fuego. Que entonces él había sacado el revólver y hecho dos disparos pero no sabía si había herido a alguno". El testigo también confesó que días después de haberle contado esto Mansel Gibbon, llegó a Río Pico Guillermo Cadagán con novedades. El recién arribado contó que "Fortunato Fernández había sido herido en Esquel durante un tiroteo con unos bandidos y tenía una pierna quebrada de un balazo".
Pero fue Hugo C. Roberts, británico, de 63 años, casado, criador y domiciliado en Esquel, que en el mismo sumario –en Súnica, el 20 de octubre de 1911- y ante el mismo oficial Jesús Blanco, aludió al tiroteo confirmando que "supo que el día que hirieron en las sierras de Esquel a Fortunato Fernández, se encontraban allí Wilson y Mansel Gibbon".
En ese mismo día de octubre y ante el mismo sumariante compareció el chileno Francisco Albornoz, chileno sin instrucción, domiciliado en Súnica, casado, de 45 años y 18 de residencia. La suya fue una de las más enriquecedoras confesiones sumariales respecto a la vida y andanzas de los bandidos norteamericanos en la Patagonia: Y en lo pertinente al Cañadón de los Bandidos su referencia puntualizó: "En febrero o marzo del actual año el declarante vio en la sierra de Esquel a tres hombres que le parecieron sospechosos y para poder reconocerlos sin acercarse le pidió prestado a Daniel Gibbon unos anteojos de larga vista que tiene, con el pretexto de buscar un buey que le faltaba, a lo que Gibbon accedió, volviendo con el anteojo a las montañas pudo distinguir a Mansel Gibbon y otros dos más que él no conocía de lejos aunque uno le pareció Duffy" (otro norteamericano que también llamaban Diente de Oro fue luego asesinado por sus propios compinches). El relato del chileno Albornoz continuó con otros preciosos detalles: "Entonces vino a Esquel –el testigo- y dio cuenta a la policía, saliendo el subcomisario Francisco Dreyer, con el declarante, Fortunato Fernández y otros tres más en persecución de ellos. Cuando llegaron al lugar donde se encontraban los bandidos, no vieron a ninguno pero (éstos) les hicieron fuego hiriendo en las dos piernas a Fortunato Fernández. De regreso de esa comisión hallaron en la comisaría de Esquel un hombre que había muerto de muerte natural y el subcomisario Dreyer le dijo al declarante que hiciera en el cementerio la sepultura para enterrarlo. Cuando fue a dar cumplimiento a lo que Dreyer le había ordenado –continuó la declaración-, lo acompañó Daniel Gibbon al cementerio y allí le dijo que Mansel se hallaba entre los que había tiroteado en la montaña. Después que estuvo hecha la sepultura, Daniel Gibbon le dijo al declarante: "Si es Ud. quien dio cuenta a la policía de que esa gente estaba en la sierra, la sepultura que está cavando no es para el muerto que está en la comisaría sino para Ud. y toda sus familia", tras lo cual debió irse de Esquel porque verificó que lo seguían, especialmente de noche".

La propia fosa

Una amenaza de Dan Gibbon era para tener en cuenta. Tenía muchos hijos –cinco varones y cuatro mujeres-, pero Mansel era el que más comprometido estaba con la Justicia, que en actitud escrutadora también lo tenía en la mira a él. Digamos que Mansel seguía los pasos del padre en el meridiano de la legalidad y hasta lo superó. Era uno de sus hijos más jóvenes pero hay dudas sobre su verdadera edad. Mansel debiera tener 20 ó 21 años –hace 94, el 8 de julio de 1908- cuando cumplió el servicio militar en Puerto Madryn y allí lo visitó el padre con un hermano menor, oportunidad en que posaron para el fotógrafo Julio Ayllón, autor de la fotografía que ilustra esta página.
Para el otoño de 1911, cuando Mansel y sus compinches tenían secuestrado a Lucio Ramos Otero en apartadas cordilleras de Alto Río Pico, le dijo a su rehén en todo burlón: "Tengo 36 años, pero ya tengo canas, es la nieve de la cordillera". Y don Lucio apuntó que lo dijo de pícaro mirándole el cabello de él (que entonces tenía 41 años) "de pícaro, como refiriéndose a mí que tenía la cabeza descubierta y él me miraba mi cabello".
Para ese tiempo de los acontecimientos, con varias fechorías que se le adjudicaba –incluida la complicidad en el asesinato del galés Lloyd Ap Iwan- había sido apresado por las dudas que existían sobre otros asesinato, pero fugó. Aquella fuga, como todas sus andanzas con sus compinches, conforman un cúmulo de documentación imposible de resumir en la fugacidad de una nota.

Telegrama inútil

Era tan notoria la actividad delictiva de Mansel ya avanzado el año 1911, que el telegrama despachado por vecinos galeses al gobernador del Chubut a fin de conseguir perdón para el joven bandido, peca de rara ingenuidad. El telegrama de 160 palabras lo suscribieron, entre otros, C. Roberts, Eduardo O. Jones y John Reale Crilanier."Los infrascriptos –comenzaba el texto despachado desde la cordillerana Colonia 16 de Octubre- domiciliados en ésta, humildemente ruegan a VS declare libre de procedimiento policial a Mansel V. Gibbon que huyó de la comisaría aquí hace como un año arrestado por causa de un telegrama diciendo de la muerte de dos turcos. Cuando él fue interrogado acerca de esto se perturbó de miedo y escapó. Hoy satisfecho que dicho telegrama no tienen fundamento, en vista lo expuesto y que la madre está lamentando por su hijo, rogámosle a VS en nombre de la afligida madre y los que suscriben, sea declarado libre el 25 de mayo, pudiendo volver al seno de su familia y servir a la Patria como buen ciudadano habiendo servido con buena conducta en el servicio militar como demuestra su libreta". A Rawson se transcribió horas antes de la fecha patria pero recién arribó durante el feriado y el secretario de la gobernación Manuel Pastor recién lo pasó al gobernador Alejandro Maíz el 28 de mayo. El telegrama estuvo a la espera de despacho mientras se divulgada la verdad de la desaparición del estanciero: Mansel figuraba entre los secuestradores que fracasaron como tales-en reclamar un millón de pesos y porque el secuestrado fugó-, por lo que el gobernador desechó toda clemencia. La verdadera afligida era Emilia Noel, madre de Lucio Ramos Otero.
(Continuará)

fnjuarez@interlink.com.ar

Curiosidades

• Según La Nación del 12 de julio de 1906, en Cholila "de un tiempo a esta parte se han efectuado varios hurtos. En la semana pasada –continuaba el matutino- a don Claudio Solís le llevaron los rateros ropas y dinero. Durante la ausencia del comerciante Daniel Hodge le robaron 300 pesos y mercadería". También varios vacunos que se trajeron desde la Colonia 16 de Octubre murieron enfermos y contagiaron a los demás. Era un invierno muy nevador y las lagunas estaban congeladas.
• Para esta semana de 1906 desde Colonia Sarmiento denunciaban que desde abril no llegaba correspondencia y que la oficina telegráfica estaba en ruinas. Además se intentaba formar una pequeña colonia lituana en Chubut, según el ofrecimiento que hizo el poblador Justino Slafplio a Antonio S. Orozco. Prometía la llegada de 50 familias lituanas si se le proporcionaban pasajes y tierras. Los mismos gestores ya habían radicado a varios lituanos en la región.
• En la víspera del día de la Independencia de 1912 llegó a Roca el inspector de justicia Jacinto Ruiz Guiñazú en tránsito al Cuy donde culminaría una gira que revisaba los procedimientos civiles y judiciales de cada localidad.
• Estos días de julio de 1878 fueron los últimos que compartidos entre el comandante Luis Piedrabuena y su esposa Julia Dofour en su hogar de Carmen de Patagones. El viejo lobo de mar se alistaba para echarse una vez más al mar y navegar en una de sus habituales travesías y rescates hacia Santa Cruz. Se despidieron el 26 de julio y, para entonces, ya habían muerto dos hijos (Luis y Julia Elvira).
Sobrevivían Ana y María Celestina y doña Julia todavía amamantaba a un segundo Luis, nacido en mayo de ese año. No pudieron festejar el décimo aniversario de bodas (se casaron el 2 de agosto de 1868) y ella murió cuatro días después de la partida de ese prócer de los rescates náuticos australes.

   
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