Domingo 21 de julio de 2002

 

 

Apostar a la reactivación

   
  La actividad comercial es el espejo de una ciudad. Un simple recorrido por la capital rionegrina advierte una circulación comercial prácticamente nula. Muchos negocios reducidos a su mínima expresión, locales desocupados con carteles de alquiler que sostienen más tela de araña que esperanzas de ser retirados, comercios sólo atendidos por sus dueños y poca gente que recorre vidrieras. Muchos ingresan, preguntan precios y muy pocos compran. Las tarjetas están suspendidas, los tickets no son recibidos porque los proveedores no los aceptan y efectivo no hay. Entonces la ecuación es simple.
Como en tantas otras ciudades los viedmenses compran sólo lo estrictamente imprescindible tanto en alimentos como en vestimenta y combustible, en el mejor de los casos. Los supermercados y las estaciones de servicios son los que mantienen un nivel de movimiento aunque seriamente disminuido.
Según las datos que se manejan en estos últimos meses la reducción en las ventas alcanza el 45% en la mayoría de los comercios. En rubros como el automotor -sin crédito ni planes- la disminución es prácticamente del 100%. Los comerciantes ya no pagan impuestos, tienen cortado el teléfono, se quedaron sin financiación bancaria, sin ventas, las DGI no los perdona y están colgados de la soga cada vez más débil que los hace balancear en el abismo sin poder hacer pie. Nadie quiere soltarse porque esto significará engrosar la lista de desocupados.
En estas condiciones que han superado la imaginación más pesimista de hace unos meses atrás, el comercio en Viedma sigue siendo la segunda fuente de trabajo.
Cientos de personas desocupadas fueron hasta hace poco empleados de comercio. Los que permanecen corren el riesgo de cobrar un sueldo mínimo sin aportes, horario, ni obra social. De hecho ésta es una realidad para muchos. Los que quedaron afuera con suerte se inscribieron en el Programa Nacional de Jefes y Jefas de Hogar de 150 pesos por mes.
Muchos comerciantes ya no pagan ni siquiera su propio aporte jubilatorio, es decir, no podrán acceder a una jubilación el día que la necesiten y merezcan.
Lo tremendo de este tren es que no logre enganchar vagones que desvíen ese rumbo. Todos parecen mirar y depender sólo del lento paso de la locomotora esperando que los salve.
Pero nadie parece advertir que esa locomotora que es el Estado que supo mantener negocios que se daban el lujo de atender en horarios restringidos, con precios superiores a otras ciudades porque el Estado igual compraba y pagaba, ya no está como entonces. Lo que es peor tampoco se advierte un ánimo de unidad, de buscar una salida de conjunto, fuera del Estado a pesar de la cercanía y la relación directa. Pareciera que todavía se persiste en la idea que solo, se puede. Pareciera no existir una reflexión positiva, que la resignación ha ganado los ánimos y que todavía se cree que el Estado cada vez más quebrado salvará la situación como otras tantas veces. Aunque tal vez en este razonamiento exista algo de realidad porque, en definitiva, la no reactivación de la actividad privada significará mayor desocupación, más demanda en los hospitales y en las áreas sociales que son responsabilidad del Estado. Pero habrá que ver cuál es el futuro que Viedma quiere y que inevitablemente tendrá que pasar por la decisión y el esfuerzo de todos sus habitantes.

Estela Jorquera
   
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