Martes 30 de julio de 2002
 

Niños criminales

 

Por Tomás Buch

  El título de esta nota está elegido para que un escalofrío recorra la columna vertebral del lector. Es poco probable que ello ocurra, porque ya estamos habituados al crimen cotidiano, cometido por personas cada vez más jóvenes.
A raíz del último show televisivo de la semana pasada, en la que media docena de canales nos mostraba la gran hazaña de un púber en vivo, el tema será, durante esta semana, debatido en todos los programas políticos. En ellos desfilarán el horror, la conmiseración por los jóvenes privados de todo futuro por un país destruido, simpatía por los padres (¿qué habré hecho para merecer este hijo?), el clamor por más cárceles, los análisis sociológicos, los testigos encapuchados que revelan aún más horror, el debate acerca de si la violencia es un rasgo genético o inducido por la sociedad, la opinión de los psicólogos sobre la niñez abandónica, todos los ingredientes que hacen a un buen programa televisivo. Después, la semana que viene, el tema será reemplazado por algún otro: una nueva denuncia contra un funcionario corrupto, un nuevo tiroteo con víctimas inocentes o no, si es posible con imágenes de primer plano de los cadáveres, hasta que se produzca el próximo hecho que involucre a un niño aún más chico. Entre nota y nota, imágenes de voluptuosas mujeres mostrando objetos de consumo inaccesibles para la mayoría, y también cruentas noticias, con imágenes macabras, sobre la violencia en otras latitudes.
En los debates desencadenados por el suceso en el cual el protagonista más famoso sólo tiene 14 años, se ha hablado de los orígenes de la violencia infantil en los hogares desestructurados y sin pautas morales, de la inexistencia de trabajo honesto en nuestra devastada economía, o en los salarios ínfimos que es posible obtener en el caso de lograr un precario empleo, del ejemplo de deshonestidad en gran escala que nuestra sociedad brinda a los que apenas se asoman a ella.
Se ha hablado acerca de qué hacer con los niños criminales. Si se los deja en sus hogares, donde la contención es poco menos que nula, sólo serán una boca más que deberá salir a buscar su sustento como pueda, o sea, delinquiendo nuevamente. Si sus padres reciben buenos dólares de los programas de tevé que exhiben sus lágrimas, ésta podría ser una fuente de ingresos nada desdeñable mientras dure la fugaz atención del público. Si se los encierra en cárceles generales o especiales, seguramente sólo se confirmarán sus solidaridades delictivas. Tal vez la única solución sensata sería encerrarlos en institutos especiales, donde se los podría reeducar en serio, si en tales lugares pudiesen contar con una educación en valores positivos y, sobre todo, con contención afectiva, además de la privación de la libertad. En esta Argentina, donde hasta los niños sin problemas son dejados a la buena de Dios, esto es totalmente utópico.
Parece evidente que se trata de un problema que, como tantos otros, carece de toda solución dentro de los marcos del sistema socioeconómico actual, donde los lazos solidarios de la sociedad se han destrozado sistemáticamente desde la misma ideología proclamada como pensamiento dominante: que nos quiere hacer creer que la lucha despiadada e individualista de cada uno por su propia supervivencia hará mágicamente la felicidad de todos.
Además del discurso de los políticos del "establishment", uno de los ambientes en los que esta ideología se ve reflejada con mayor pureza es en el cine estadounidense, que predomina en nuestras pantallas, chicas o grandes, casi sin competencia. Las actitudes que promueve, que se complementan bellamente con la violencia más brutal, son las del héroe individual, que nunca interactúa con sus semejantes, salvo en unos encuentros sexuales que poco tienen de amorosos; sus prototipos son Rambo o Batman, aquellos superhéroes violentos e inmortales que siempre se enfrentan al borde de un abismo, a tiros o a trompadas, con los "malos" a los que invariablemente derrotan en el último instante, después de las inevitables carreras automovilísticas llenas de choques y violaciones a todas las leyes del tránsito.
Entre los temas que en los programas de la semana no han sido tocados se encuentra el impacto de la misma televisión sobre las pautas de comportamiento de los habitantes de ese país en descomposición, un impacto mucho más fuerte e inmediato que el de cualquier otro discurso. En realidad, gran parte de la televisión argentina es una verdadera escuela del crimen. No cabe duda de que la televisión es el medio de comunicación de masas de mayor impacto sobre la conducta de la población. El impacto de la imagen es más inmediato que el de otras formas de comunicación, como los verbales o escritos, y la mayoría de los habitantes, también de nuestro país, pasa varias horas por día ante la "pantalla chica". La tevé informa, desinforma, entretiene, horroriza, educa e idiotiza. La tevé también naturaliza la portación y exhibición de armas y, si los movileros estuviesen a mano, llegarían a mostrar asesinatos en vivo.
La medida en la cual la televisión -en particular la violencia de los programas- influye sobre la creciente violencia de la sociedad en todas partes del mundo, es tema de un encendido debate en todas partes, menos entre nosotros. La política comercial de los medios se basa, teóricamente, en lo que quiere la audiencia. Y predominantemente parecería que la audiencia quiere productos de baja calidad cultural, alto contenido erótico y morbosidad y violencia. Los canales compiten por los favores de su propia divinidad llamada "rating" y nunca debaten con su audiencia sus propios contenidos. Desde los comienzos de la existencia misma de la televisión como medio masivo de entretenimiento se han realizado estudios sobre la violencia en la pantalla chica. Estos estudios han dado lugar a la convicción de que existe una correlación positiva entre los hechos de violencia que se exhiben en la tevé y la violencia en la sociedad real. Lo cual no quiere decir que se pueda afirmar que la violencia en televisión sea causa de la violencia creciente en las sociedades modernas, y mucho menos que sea su causa única ni predominante. Pero influye. Dado que en especial son los niños los que pasan, en general, varias horas del día ante la pantalla, no deja de ser preocupante que se haya estimado recientemente en los EE. UU. que un niño norteamericano ve unos 8.000 asesinatos y 100.000 otros actos de violencia antes de terminar su escuela primaria. Se trata de un modelo que impresiona la mente de los niños, los insensibiliza ante la violencia y los precondiciona para seguir conductas violentas en su propia vida. Es poco probable que un estudio similar se haya llevado a cabo entre nosotros, pero dado que tendemos a consumir los productos culturales estadounidenses y a imitar sus pautas, sus resultados seguramente serían similares.
La tevé educa, es decir, transmite conocimientos, valores y actitudes. Es mentira que sea solamente un medio de diversión o un entretenimiento. Educa, porque la concepción estrecha de que la palabra "educación" sólo se refiere a la transmisión de conocimientos, valores y actitudes consideradas "valiosas" o "positivas" es demasiado restringida y poco útil para nuestro objetivo de comprender el funcionamiento de los diferentes factores que hacen a la gente como es. La tevé incluso sigue educando a los jóvenes delincuentes una vez que están presos: un programa periodístico trató de averiguar de primera mano qué hacen todo el día los menores presos en las comisarías, aun cuando no estén en contacto con delincuentes mayores que les puedan servir de mentores: hacinados como están en lugares absolutamente inadecuados para ellos o para nadie, cuando hacen algo diferente de "nada", miran la tele. Lamentablemente, el periodista no les preguntó qué programas se les dejaba ver. Es poco probable que hayan sido muy edificantes: uno no se imagina que ellos como sus guardianes se interesen por nada mejor que programas deportivos o series de acción, telenovelas o informativos que realimentan el delito al dar a los delincuentes el espacio de gloria prometido como derecho a cada ser humano.
En los países escandinavos, el respeto por la libertad de expresión es una tradición mucho más asentada que entre nosotros. Sin embargo, en ellos se ejerce una censura sobre la violencia en los medios. Tal vez sería oportuno que los "medios" sobre los que habría muchas otras cosas que decir -en relación con su constante "creación de las noticias"- analicen su propio papel en la educación de una generación de niños asesinos.
     
     
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