Lunes 8 de julio de 2002
 

Provincia de Río Negro: ¿adónde nos quieren conducir?

 

Por Pablo Fermín Oreja

  En la edición del 20 de mayo pasado de este diario se publicó una colaboración mía en la que aportaba opiniones relacionadas con el tema de una asociación territorial de las provincias patagónicas. Esta iniciativa, lanzada por el gobernador del Neuquén, avanzó en un compromiso formal suscripto el 19 del corriente en Viedma por los gobernadores Verani y Sobisch.
El pueblo ha tomado conocimiento de esta propuesta de los titulares del Poder Ejecutivo de ambas provincias, sin que hasta el momento se haya dado intervención a las legislaturas respectivas, que son las depositarias de la soberanía popular en todo lo relacionado con la vida institucional.
Como ciudadano rionegrino, largamente vinculado con nuestro devenir político desde la época territoriana, me ha sorprendido que los mandatarios que asumen este compromiso no hayan hecho referencia alguna a antecedentes tan importantes como la ley 1.532, del 16 de octubre de 1884, que creó los territorios nacionales; la Constituyente de 1957, que sancionó las constituciones de las nuevas provincias creadas por la ley 14.408 de 1955, y el patrimonio histórico que tanto Río Negro como Neuquén ofrecen desde su origen. Primero como Gobernación de la Patagonia, creada en 1878, que incluía a la totalidad de las actuales provincias de la región, con capital en Viedma; después, a partir de 1884, como territorios, y desde 1957 como provincias.
En el transcurso de 118 años, Río Negro -y también Neuquén y las demás actuales provincias patagónicas- ha determinado una tradición político-institucional que no puede así nomás desecharse y menos en circunstancias en que el Estado Nacional está sufriendo un grave proceso de debilitamiento estructural y de penuria económica. Creer que estos problemas van a superarse por una mera operación teórico-contable, surgida de la sumatoria de registros demográficos, áreas territoriales y presupuestos administrativos, carece de razonabilidad, porque son otros los factores que han creado la personalidad, las características y los valores cívicos de cada una de las actuales provincias.
En lo que respecta a Río Negro y Neuquén, si bien son muchas las afinidades y los intereses compartidos, también son importantes los problemas geopolíticos existentes, sobre todo a partir de la década de 1970, cuando el impetuoso diseño de la política en la cuenca de los ríos Limay y Neuquén, los aprovechamientos hidroeléctricos, las nuevas estructuras viales que convierten al sector noroeste rionegrino en cautivo de la influencia urbana de Neuquén y otros conflictos derivados de la compleja y dispersa geografía de Río Negro, como la lejanía histórica de nuestra capital provincial, reclaman un análisis y afrontamiento autonómico de los mismos, sin entregarnos porque sí nomás a un compromiso que trasunta urgencias personalizadas a través de algún mandatario.
Estas consideraciones no pretenden desestimar la sana intención de que la ciudadanía analice una perspectiva de algunos cambios político-institucionales en nuestras provincias hermanas, y que por otra parte están previstos tanto en la Constitución Nacional como en la de los Estados federales. Pero este abordaje tan aparatoso de oficialismos que por ahí avanzan sobre la opinión pública con demasiados bríos, sin que haya un visible acompañamiento del pueblo, invita por lo menos a instalar serenidad y cordura cuando se propone nada menos que reformar, fusionar o eliminar a nuestras provincias.
La frondosa y reformada Constitución provincial de 1988 determina plazos perentorios para decisiones fundamentales en Río Negro, entre otros los referentes a la reivindicación de sus límites territoriales, especialmente el deslinde y amojonamiento de los afectados por la errónea traza del meridiano 10 oeste de Buenos Aires, que le sustrae 197.600 hectáreas indebidamente detentadas por Neuquén, incluyendo la cuenca petrolífera común a ambas provincias; el paralelo 42 de latitud sur, el dominio sobre el lago Nahuel Huapi, isla Victoria e islas sobre los cursos de los ríos Colorado, Neuquén y Limay. ¿Es que la propuesta "fusión" de ambas provincias apunta a "blanquear" esta situación existente, catorce años después del mandato constitucional incumplido? (1).
El compromiso de los gobernadores Verani y Sobisch no puede apostar a la dramática circunstancia que vive la República, jaqueada por penurias internas e internacionales que condicionan la plena capacidad de su soberanía y el ejercicio irrestricto de los derechos de sus ciudadanos.
Por el respeto y la solidaridad histórica que desde sus orígenes marca la comunidad de intereses y sentimientos entre rionegrinos y neuquinos, no creemos que la actual situación política, institucional, económica y social que nos agobia sea la más propicia para esta apresurada aventura a la que nos invitan nuestros gobernadores.



(1) En el capítulo "Derrota geopolítica en el oeste rionegrino", de mi libro "La provincia perdida y otros recuerdos" (1996), hay un tratamiento exhaustivo de este tema.
     
     
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