Domingo 7 de julio de 2002
 

Urnas con preguntas

 

Por Carlos Torrengo
ctorrengo@rionegro.com.ar

  Restemos por un momento de la política, su naturaleza de construcción.
Busquémosle su sentido desde otro ángulo.
Entonces veremos que su racionalidad se reduce -como dice el catalán Josep Ramoneda- al "juego de estrategias y de tácticas para la conquista y mantenimiento del poder".
Una especie de retroalimentación a la que no son ajenos "el vicio y virtud", señala.
Casi se podría decir que es el tramo enfermo pero inevitable de la política como expresión de poder. Un escenario más propicio para el águila calva que para el pato silvestre. Por algo los americanos resistieron sustituir en su escudo al primero por el segundo. Un tema de símbolo de poder.
Las campañas electorales -por caso- expresan mucho de esa zona compleja de la política.
Que sí o que no, guste o no guste, desencanto con la dirigencia política incluido, la política argentina está en campaña electoral.
En Río Negro se instaló con decisiones que, en algunos casos, eran impensables momentos antes de que Eduardo Duhalde pusiera al país rumbo a las urnas.
Decisiones que abren un espacio de contradicciones. Veamos.
¿Cuánto tienen en común desde lo político Elisa Carrió y quien le ha prometido su apoyo para presidenta, el líder del Frente Grande y candidato a gobernador Julio Arriaga?
Más cuestiones formales que de fondo.
La misma percepción de lo que debe ser la política en un país bajo azote de crisis terminal los diferencia.
Arriaga diseñó su proyección y construyó poder vía un discurso y acción que hacen de la política un tema más de gerenciamiento, que de una herramienta muy vinculada en sus decisiones con contenidos ideológicos.
Ideología como esquema de interpretación de la existencia, las relaciones de poder, el rol de las instituciones e intervención en la cosa pública.
Interpretación forjada en un interés, claro está.
Con su experiencia de intendente de Cipolletti al hombro, machaca Arriaga con severidad contra la dirigencia que tamiza los problemas nacionales desde perspectivas ideológicas.
Así, Arriaga encuadra con soltura en la cultura política pos-ideológica que ganó espacio en los "90. Desde ahí a sostener el fin de las ideologías, no resta mucho. Pero el fin de las ideologías es en sí mismo una ideología.
Como lo es el discurso único de la eficiencia. Y como lo es el discurso del gerenciamiento de la política como método excluyentemente idóneo.
Porque el gerenciamiento no es otra cosa que darle un único sentido a la decisión política: el utilitario. El "aquí y ahora".
Algo así como "orden y progreso".
Logrado eso, el gerenciamiento se divorcia de toda reflexión-opinión sobre lo súper-estructural del esquema de poder que -paradójicamente- define cuestiones vitales en la vida de un país.
Cuestiones en las que se juegan destinos, en oportunidades para siempre.
El poder del sistema financiero argentino, por caso.
¿Cómo engarzará Arriaga, con su ausencia de opinión sobre temas de esa naturaleza, con la postura ideológica confrontativa que con ese esquema de poder y otros -por caso- mantiene Elisa Carrió?
¿Cómo engarzará Arriaga con el pragmatismo con el que sustenta su gerenciamiento para la toma de decisiones, con una Elisa Carrió que privilegia la política con sustento ideológico como mecanismo para imponer condiciones?
Para Arriaga -por caso- gobernar es nada más ni nada menos que administrar bien. Desde su óptica, unos y otros estarán contentos muy por encima de escalas de valores y situaciones de poder, si ese objetivo se logra.
Pero para Carrió, en cambio, el administrar bien no se puede lograr sin lesionar intereses hegemónicos.
En fin, interrogantes interesantes genera la pareja Arriaga - Carrió.
Tan interesantes como los que promueven ciertos razonamientos que, de cara a las elecciones, se formulan los radicales.
Sostienen, por caso, que -acuerdo por Nación mediante- en dos meses estarán en condiciones de pagar los sueldos en el mes.
De ahí a afirmar que aquel acuerdo les está garantizando el triunfo en las elecciones, los radicales no expresan ningún pudor.
Entonces, el interrogante ¿perdura aún en amplios rincones de la administración pública provincial esa conducta que se funda en el razonamiento: "Los radicales me pagan mal, tarde y me recortaron el salario, pero no racionalizaron el aparato del Estado, con lo cual mantengo el trabajo y trabajo poco. Conclusión: me conviene votarlos".
Es un vínculo con dilatada historia en la vida política rionegrina. Basta recordar lo sucedido en las elecciones del "91 y el "95 para saberlo.
Es un vínculo enfermo. Desde ahí se traduce en complicidad.
Y hoy, más que nunca, está relacionada con la desesperación de miles de seres que no encontrarían salida laboral fuera del Estado.
Pero es una relación mutuamente concesiva. A la cual no son ajenas ciertas conducciones gremiales.
Porque nadie construye poder sin complicidades.
Al menos en Río Negro.
     
     
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