Martes 2 de julio de 2002
 

¿Qué partido
gana la partida?

 

Por Gabriel Rafart

  A semanas de asumir Juan Domingo Perón su primera presidencia, el diputado radical Ernesto Sanmartino presentó un proyecto de ley para provincializar los entonces territorios nacionales. La iniciativa pretendía modificar sustancialmente la realidad de esas "cenicientas de la política nacional" tal las palabras atribuidas por la prensa a Perón ante una delegación del Partido Laborista de Río Negro. El legislador radical proyectaba reducir la cantidad de provincias surgidas por la conversión de territorios. La Pampa, Chubut y Misiones no sufrirían alteraciones. Chaco y Formosa conformarían una misma provincia, lo mismo le sucedería a Río Negro y Neuquén. El proyecto contemplaba un plebiscito para los ciudadanos opositores a la reunión de esos territorios. El radical Sanmartino -conocido por identificar a la plebe peronista como aluvión zoológico- perdió la partida. Fue el peronismo el que en 1954 impuso su iniciativa. De allí surgieron las actuales provincias del Neuquén y Río Negro. El partido de Perón logró imponer su proyecto porque tenía una posición hegemónica en el escenario nacional.
Cincuenta años después del nacimiento de ambas provincias, surge este nuevo intento por la unificación bajo la invocación de un regionalismo "mágico" y el buen gobierno tendientes a fortalecer una comunidad nacional que a la fecha sólo contiene incertidumbre. La propuesta parece no responder a un "movimiento de época" y sí a las urgencias de las maquinarias políticas preeminentes en ambas provincias. Reducción de la "política" y de su costo, eficiencia y planeación estratégica concertada, saneamiento de la administración, parecen tópicos de un arsenal discursivo que se aleja de las otras intenciones -eventualmente de primer orden- que guían a los actores políticos dominantes en ambas provincias. Si la iniciativa está al servicio de obtener mayores rendimientos a futuro para el MPN y la UCR, ¿es probable que llegue a buen puerto? y si arriba a él ¿cuál de los dos actores obtendrá mejores resultados? Para poder responder a estos interrogantes debemos considerar aspectos clave del desenvolvimiento del sistema de partidos políticos imperante en Río Negro y Neuquén.
Tanto el MPN como la UCR rionegrina han mostrado desde hace varios decenios una inquebrantable vocación hegemónica. Esta se ha configurado desde el despliegue de estrategias modernizadoras combinadas con prácticas residuales propias de un relacionamiento de tipo clientelar cuando de políticas sociales se trata. El MPN y la UCR se consideran partidos políticos modernos, orgánicos y democráticos. Sin embargo esta imagen pretende ocultar lo evidente: su construcción partidaria se ha consolidado en términos de verdaderas coaliciones regionales, de agregación de líderes, cuya convivencia resulta muchas veces problemática. De allí que a veces los vemos actuar a modo de expresiones políticas excesivamente personalizadas condicionadas en su materialidad y sentido de existencia por su estrecha dependencia del aparato estatal. El objetivo de la dirigencia de esas estructuras partidarias parece haber puesto su mira no tanto en aspectos programáticos como sí en asegurar cierta estabilidad organizativa y la conservación de las líneas de autoridad. La relación entre sus líderes siempre fue asimétrica, pero recíproca hacia sus seguidores, dándose un permanente intercambio desigual, en la que aquéllos ganan más que éstos. La maquinaria estatal es de donde se obtienen los bienes para su política de premios y castigos. No menos importante ha sido el papel de la oposición que siempre se expuso de manera fragmentaria y muchas veces "inventada". De allí sus recurrentes fracasos en la competencia electoral, siendo funcional a una lógica competitiva. En síntesis, esta particular constitución y desempeño del MPN en Neuquén y de la UCR en Río Negro los hace acreedores de una voluntad hegemónica que cierra la oportunidad de constituir un sistema político basado en la alternancia de los actores, además de su monopolización de la arena estatal.
Sí debemos notar una notable diferencia entre un actor y otro. La UCR rionegrina pareciera basar gran parte de su hegemonía en interpelar a sus ciudadanos desde valores, principios y prácticas de corte demoliberal, mientras el MPN lo hace por el lado de la resolución inmediata de la "cuestión social". De allí que el Estado rionegrino pudo lograr con mayor éxito desmontar sus políticas de bienestar adecuándose a la ola neoliberal imperante en los noventa, en sincronía con el impulso venido desde el centro. Por cuanto éste apelaba al discurso del individuo, de las virtudes del mundo privado sobre lo público. En cambio Neuquén no pudo desmontar su lenguaje asistencial, conservando no sin dificultades gran parte de su "Estado benefactor".
Otro aspecto a destacar es lo que podríamos definir el grado de periferia política de cada provincia con respecto al centro de la vida pública del país. Con ello queremos referir a la capacidad de inclusión y a su vez de implicancia en el escenario nacional. Es interesante notar una suerte de alternancia. Mientras la provincia de Río Negro logró conservar un lugar destacado en el ámbito nacional durante la década del ochenta, Neuquén fue una expresión políticamente insignificante. La promesa frustrada de trasladar la Capital del país al eje Viedma - Carmen de Patagones, así como también la presencia de dirigentes nacionales del radicalismo de peso provenientes de Río Negro fueron testigos de ese momento. Podríamos aventurar que la apelación a la candidatura del ex gobernador Horacio Massaccesi a presidente por un radicalismo desorientado después del Pacto de Olivos clausuró de manera estrepitosa la incidencia de la política rionegrina en el escenario nacional. En los noventa le llegó la hora a Neuquén. Y no sólo por el impacto mediático de la prehistoria del mundo piquetero. La pérdida de protagonismo de una provincia y el avance de la otra modificaron sustancialmente las expectativas de los actores políticos provinciales, impactando a su vez en el grado de iniciativa, de eficacia y desempeño político.
¿Una UCR rionegrina sin el soporte nacional adecuado ante el desprestigio de su entidad madre puede aventurarse al riesgo de entrar en una zona de incertidumbres como lo es la proyectada unidad? ¿Conservará la hegemonía en su territorio? ¿La regionalización no actuará como la nacionalización para la UCR desdibujando su lugar a manos de un actor "extraño"? No parece que el orden de cosas se modifique significativamente si Río Negro sigue siendo la unidad política soberana que es actualmente. ¿El MPN se animará a ingresar al espacio rionegrino detrás de mayores adhesiones a fin de construir un proyecto a su medida? Eventualmente el partido nacido de la mano de la familia Sapag parece avanzar sin remordimientos. En definitiva la iniciativa unitaria surgió de su riñón. ¿Gana o pierde el MPN regionalizando? Es evidente que la sola iniciativa lo fortalece.
Y un último interrogante: ¿qué discurso y qué política serán los ganadores? ¿El de la UCR que apela a un lenguaje probablemente ya hueco para gran parte de su ciudadanía, pero eficaz por su inercia operativa? ¿El de un MPN que hace alardes de los últimos vestigios de un Estado provincial hasta ahora vigoroso con políticas de bienestar que aún no termina de desmontar?

(*) Profesor de la UNC - GEHiSo.
     
     
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