Miércoles 17 de julio de 2002
 

Ofertas truchas

 

La tragedia argentina es el producto del facilismo hipócrita de una corporación política pusilánime.

  El regreso del ex presidente Carlos Menem al centro del escenario debe muy poco a sus propias cualidades, al saldo de lo que fue la gestión más larga de la historia del país o a sus propuestas. Fue posibilitado casi exclusivamente por la pobreza realmente llamativa de las diversas alternativas que se han planteado. Si bien es de suponer que hombres como Ricardo López Murphy, Rodolfo Terragno e incluso el autoproscrito Carlos Reutemann estarían en condiciones de concebir una estrategia realizable, ninguno podría construir una base de sustentación política lo suficientemente amplia como para permitirle gobernar. En cambio, aunque a personajes como Elisa Carrió, Menem y, con la ayuda de Eduardo Duhalde, José Manuel de la Sota, les sería dado erigirse en opciones de poder, no existen motivos para suponer que estarían preparados para emprender los muchos cambios estructurales necesarios para que el país finalmente dejara de girar en el vacío para ser un integrante relativamente "normal" de la comunidad internacional. En una palabra, por ahora cuando menos, los que acaso podrían gobernar bien no tendrán la oportunidad para intentarlo, a diferencia de otros cuyo protagonismo político se debe en buena medida a su negativa sistemática a tomar en serio los problemas básicos del país.
Las causas del desencuentro así supuesto son dos. La primera consiste en el apego del grueso del electorado a distintas variantes del populismo, costumbre que por cierto no se ha visto modificada en absoluto por la popularidad coyuntural de la diputada Carrió, dirigente que, fiel a las tradiciones populistas, brilla a la hora de denunciar las muchas lacras existentes, pero que se apaga cuando es cuestión de explicar en detalle exactamente lo que se propondría hacer para atenuarlas sin provocar otras más graves aún. La segunda causa tiene que ver con el virtual monopolio de los aparatos políticos. A pesar del naufragio de la UCR y el desbande del Frepaso, el PJ se las ha arreglado para adaptarse a las circunstancias. Si bien una proporción tal vez mayoritaria de la población preferiría que el peronismo siguiera al radicalismo al basural de la historia, los más entienden que ningún gobierno podría administrar el país sin el apoyo de un aparato partidario adecuado, de ahí la probabilidad de que en el cuarto oscuro los votantes, naturalmente reacios a confiar en los dones mágicos de un candidato meramente "carismático", eligiera apostar al representante del PJ aun cuando se tratara de un dirigente de perfil tan poco prometedor como aquel del ex presidente Menem.
Aunque Reutemann ha aludido en términos absurdamente enigmáticos a "algo que vi" que lo hizo abandonar la carrera presidencial, pareciera que su determinación fue consecuencia de la impresión lógicamente alarmante que le habrán dado los esfuerzos de tantos individuos, encabezados por el actual presidente Duhalde, por vincularse con su hipotética candidatura con el propósito de aprovecharla para conseguir puestos en su eventual gobierno, para hacer subir sus acciones en sus propios distritos y para aferrarse a las llaves de las "cajas" que sirven para desviar el dinero de los contribuyentes a los bolsillos de los muchos que viven de la política. Como a esta altura Reutemann sabrá muy bien, en el caso de verse elegido presidente de la Nación, tales personas no hubieran vacilado un solo instante en oponerse a las medidas sumamente ingratas que le hubiera sido forzoso tomar si quisiera hacer frente a la crisis. En el fondo, la tragedia argentina es el producto del facilismo hipócrita de una corporación política pusilánime cuyos miembros están tan habituados a aprovechar en beneficio propio o partidario las dificultades del Poder Ejecutivo de turno, que quizás ni siquiera sean capaces de actuar de manera diferente, anteponiendo a los personales los intereses del conjunto, es decir, del país. Puesto que no hay motivo alguno para creer que la crisis los ha convencido de la necesidad de cambiar y, a juzgar por las encuestas de opinión, la ciudadanía dista de haberse decidido a repudiar el facilismo populista, no es descartable que en los meses próximos la política se polarice entre Carrió y Menem, aunque es evidente que ninguno tiene nada nuevo que ofrecer para superar la crisis devastadora en la que el país se ha precipitado.
     
     
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