Jueves 11 de julio de 2002
 

El no de Reutemann

 
  Por ser el nuestro un país en el que hasta el político más mediocre suele creerse plenamente capacitado para ser presidente de la Nación, la decisión -es de suponer definitiva- de Carlos Reutemann de no tratar de ser el candidato peronista a pesar de que conforme a las encuestas podría triunfar no sólo en las elecciones internas sino también en las nacionales, ha dejado perplejos a casi todos. Según parece, el santafesino entiende que aunque llegara al poder sobre la base de una mayoría importante no le sería dado gobernar con eficacia debido a la condición lastimera de los partidos políticos, entre ellos el PJ, el oposicionismo ya rutinario de una multitud de organizaciones y la inoperancia del Estado en todos los niveles. Es decir, sería como invitarlo a regresar a la Fórmula Uno con un Ford Falcon destartalado. Asimismo, no sorprendería que su propia popularidad y el crecimiento correspondiente de su presunta candidatura le hayan sido motivo de viva preocupación: como en efecto ha señalado, una vez más la ciudadanía se ha estado creando un "mago" o "salvador" que una vez en el poder no tendría ninguna posibilidad de cumplir con las expectativas de la gente. En nuestra historia abundan los ejemplos de este fenómeno: el retorno de Juan Domingo Perón fue un caso de autoengaño tal vez único en el mundo occidental moderno, mientras que hace poco más de un año el regreso al Ministerio de Economía de Domingo Cavallo sirvió para estimular expectativas que eran tan absurdamente exageradas como sería la voluntad posterior de considerarlo el artífice de todos los problemas del país. Pues bien: sería más que comprensible que Reutemann no tuviera ninguna intención de prestarse a una nueva versión de esta tragicomedia tradicional en la que desempeñaría el papel de chivo expiatorio por los errores y crímenes ajenos.
Como gobernador de Santa Fe, Reutemann se ha destacado por la extrema austeridad de su gestión y por su resistencia a contraer más deudas que las absolutamente imprescindibles. Sería de suponer que de trasladarse a la Casa Rosada actuaría de la misma manera, haciendo gala del desprecio que sin duda siente por los códigos propios de la política clientelista nacional, lo cual, claro está, le granjearía muy pronto el odio implacable de una hueste de funcionarios, legisladores y operadores partidarios que en adelante procurarían frustrar sus planes. Será por eso que no vaciló en solidarizarse con quienes han estado insistiendo en que en las próximas elecciones se renueven todos los cargos electivos: no será cuestión de esperar que por milagro naciera una "clase política" fundamentalmente distinta de la actual, sino de entender que sólo así sería posible debilitar las muchas redes mafiosas que a través de los años han servido para hacer de la política una actividad semidelictiva en muchos distritos del país, sobre todo en las municipalidades superpobladas del conurbano bonaerense.
Si bien Reutemann parece ser dueño del perfil indicado para los tiempos duros que corren, el que su popularidad se haya debido a las ilusiones ciudadanas y, en parte, a las maniobras de operadores peronistas vinculados con el aparato construido por Eduardo Duhalde, significaría que no tardaría en encontrarse tan aislado como Fernando de la Rúa, un conservador que llegó a la presidencia acompañado por un oficialismo consustanciado con el populismo supuestamente "progresista". Es que Reutemann, un hombre del campo, es a su modo aún más conservador, en el sentido bueno de la palabra, que De la Rúa y su eventual gestión no se distinguiría mucho de la propuesta por el ex radical Ricardo López Murphy. En vista de que no hay otro político de actitudes similares que podría triunfar con comodidad en elecciones presidenciales, es factible que un día Reutemann cambie de opinión para aceptar el desafío que tantos quisieran plantearle. Para que esto sucediera, empero, tanto "la gente" como la "clase política" tendrían que estar dispuestas a soportar con paciencia lo que con toda seguridad sería una gestión caracterizada por un grado de rigor decimonónico, pero ocurre que a pesar de todo lo que ha sucedido a partir del inicio del segundo período de Carlos Menem, todavía escasean las señales de que el país realmente ha asumido las connotaciones de la crisis que lo ha dejado postrado.
     
     
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