Sábado 6 de julio de 2002
 

Barreras legales

 
  Aunque a esta altura pocos afirmarían que la Argentina se ha destacado por la voluntad de sus dirigentes de respetar la ley -por el contrario, en los tiempos últimos se las han arreglado para pisotear muchos principios jurídicos que son considerados fundamentales en todo Estado de derecho-, los jueces y abogados nacionales siguen mostrándose más que capaces de frustrar todos los esfuerzos del Poder Ejecutivo por hacer frente a la situación calamitosa en la que nos hemos precipitado. Fue gracias a su astucia y también, claro está, a una tradición jurídica que ha resultado ser poco apropiada para los tiempos que corren, que el sistema bancario se vio empujado al borde de la destrucción, desastre que hubiera hecho todavía más catastrófico el desmoronamiento de la economía. Asimismo, parece probable que por motivos similares la ciudadanía tenga que seguir conviviendo años más con una multitud de políticos desprestigiados, que sencillamente no están en condiciones de aportar nada útil a la superación de una crisis que los ha desbordado por completo.
Conforme con los constitucionalistas, para que la convocatoria a elecciones que fue formulada hace poco por el presidente Eduardo Duhalde sea algo más que una expresión de deseos será necesario celebrar antes una reforma de la carta magna. Puesto que por las razones que fueran la mayoría de los que ocupan cargos electivos no tiene la más mínima intención de arriesgarse revalidando sus títulos ante el electorado, es bien escasa la posibilidad de que acceda a ratificar cambios destinados a obligarla a hacerlo. Incluso el derecho de Duhalde a entregar la presidencia al triunfador de las elecciones que ha anunciado para el 30 de marzo del año que viene ya está siendo cuestionado, de suerte que no cuenta con mucho margen para presionar ni a sus compañeros peronistas ni a los radicales y otros. Tampoco es muy probable que los legisladores colaboren para que en el futuro puedan participar en elecciones candidatos ajenos a los partidos establecidos, mientras que sigue siendo firme la negativa de los políticos más influyentes a abandonar el sistema de listas sábana que tantos perjuicios nos ha ocasionado. Por lo tanto, no es inconcebible que el llamado a elecciones por parte del gobierno comparta el destino del "corralito", lo cual, huelga decirlo, resultaría más que suficiente como para privar no meramente a Duhalde sino también al Poder Ejecutivo como tal de la poca autoridad que aún les queda. En tal caso, el país se acercaría peligrosamente a la pesadilla de la "ingobernabilidad", o sea, a un colapso institucional generalizado.
El panorama sería menos confuso si más políticos, conscientes de que la emergencia es genuina y que tratar de prolongar la situación actual sería suicida, optaran por renunciar a sus cargos, con la intención de retirarse definitivamente de la vida pública o de presentarse a las próximas elecciones. Sin embargo, sucede que los únicos que están dispuestos a hacerlo son aquellos que, como el gobernador santafesino Carlos Reutemann, serían perfectamente capaces de prosperar fuera del mundillo político o los que, como la diputada Elisa Carrió, se sienten seguros de que no les resultaría nada difícil triunfar en cualquier elección. Es de prever que por entender muy bien que de caducar pronto sus mandatos podrían verse constreñidos a emprender una nueva carrera, los demás profesionales de la política, los que constituyen una mayoría abrumadora, seguirán resistiéndose a permitir reformas que los afectarían aunque a esta altura deberían haberse dado cuenta de que al obrar así están contribuyendo a intensificar la frustración que siente la ciudadanía por la presunta inoperancia de la "clase política". Si bien existen buenos motivos para suponer que aun cuando caducaran todos los cargos electivos los cambios resultantes serían menos profundos de lo que muchos imaginan, mientras que en circunstancias normales sería obviamente mejor respetar el calendario institucional prefijado, en la actualidad, con el país ya en bancarrota y sectores cada vez más anchos cayendo en la indigencia, no cabe duda de que la lucha desesperada de tantos políticos por aferrarse a sus puestos y a sus fuentes de ingresos podría tener consecuencias trágicas.
     
     
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