Miércoles 3 de julio de 2002

 

Revancha

 
  Vinieron, no estaban. Vinieron. Y con ellos desembarcaron el fuego, el hierro, el poder, la locura, la belleza, el llanto. Pero como la gran rueda de la vida sigue girando, y la ironía es su combustible preferido, hoy nos rechazan.
Ahora que, exiliados por el dinero -antes por la violencia y el desatino- golpeamos a su puerta, nos reciben con un cartel de "No pasarán". En el marco de la economía de mercado que mueve al planeta esta decisión tiene sus razones de fondo. No por eso son menos responsables de pecar de indiferencia. Las leyes de extranjería se vienen endureciendo justo de la mano del país que más nos debe a los latinoamericanos: España. Nuestros hermanos aseguran que hasta hoy la Comunidad Europea ha sido demasiado flexible en tales materias.
Nos han explicado, sin convencernos, por qué se cierran fronteras en lugar de abrirse posibilidades de intercambio. Una al menos indica que los sistemas de cobertura social no son capaces de contener una avalancha de seres sin formación digital, hijos de culturas que entran en contradicción con revindicaciones propias de sociedades más desarrolladas. Y la ironía susurra en el oído. Vaya a saber si este cronista -o su tío o su amigo- presentaría su anárquico currículum a fin de que un restaurantero de Mérida lo ungiera flamante caballero de los platos.
La discusión es otra: es que no puede hacerlo y ellos pudieron siempre. ¿O no fueron decisivos -españoles, alemanes, ingleses, italianos, portugueses- en la conformación de América del 1500 en adelante? Ahora mandan pizza al paraíso.
De tanto pensar y repensar los recobecos de su civilización, el ser europeo se quedó seco de ideas y de amor por el otro. Su envejecimiento es un síntoma de esta enfermedad para la que Latinoamérica tiene la cura. Lo que sospechaba en 1994 Eugenio Trías al respecto, terminó siendo realidad de muchas maneras en el nuevo milenio: "Quizás lo que hasta ahora era una excepción empieza a ser la regla: que los fenómenos culturales de envergadura provengan de lo que solemos llamar, con una cierta prepotencia, periferia de las metrópolis culturales antes que de las propias metrópolis". Ellos que aprendieron aquí el color del color, el deseo del deseo y las infinitas posibilidades de sus idiomas, deberían recordarlo.
La lógica más simple indica que es mejor colaborar a que los pueblos no tengan la imperiosa necesidad de circular hambrientos, antes que comprar un candado y luego tragarse la llave. Trías también alentaba a: "...promover toda suerte de encuentros que hagan posible el conocimiento de los distintos protagonistas de las diferentes culturas. Lo primero y fundamental es conocer. Mientras no conoces, no puedes reconocer".
Por todo esto festejamos con Brasil. Fue una revancha frente a un enorme ego que ignora la intensa cultura palpitando al otro lado del Atlántico. ¿Si los admiramos? Sí, los admiranos (a Trías, entre cientos). Pero el domingo América, la latina, la suya, les marcó el pecho con una zeta.

Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar

   
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