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Miércoles 3 de julio de 2002 | |
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Una fórmula efectiva también en teatro |
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"Son amores" conserva el color televisivo en su propuesta teatral. |
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| Buenos Aires.- Una versión teatral de la exitosa tira televisiva "Son amores", desembarcó en la sala porteña Sky Opera para recrear en escena su probada fórmula, que constituye uno de los aciertos de la pantalla chica local en su temporada 2002. No siempre resulta feliz la traslación de una historia de uno a otro lenguaje. Sin embargo, en este caso el espectáculo conservó el "color" televisivo dentro de una estructura formal y un código de actuación esencialmente teatrales. Se trata de aceptar como punto de partida el código que identifica a la tira y la definición de los personajes tal como aparecen a diario en la pantalla televisiva porque, después de todo, la versión teatral busca atraer al mismo público. Lo interesante es que, dentro de esos presupuestos, no se advierten en el espectáculo actitudes que bastardeen el hecho teatral, guiños de complicidad con el público que vayan más allá de la situación ni regodeos actorales que perturben la puesta en escena. La adaptación de una telenovela -cuyo final se desconoce- a la estructura escénica que debe plantearse y resolverse en un espacio de hora y media, habitualmente resulta problemática. No se debe adelantar el final que ha de tener la tira (suponiendo que el autor lo haya decidido) pero, al mismo tiempo, es necesario redondear el argumento teatral. En este caso, el texto ideado por Jorge Maestro y Ernesto Korovsky, encontró la fórmula adecuada al acotar la temática a una situación que permite el planteo de un conflicto claro y la elección de un grupo limitado de personajes. La acción se desarrolla en el interior de un departamento donde, presumiblemente, la pareja protagónica (animada por Miguel Angel Rodríguez y Millie Stegmann) se reunirá a solas. Pero la irrupción de los sobrinos (Nicolás Cabré, Mariano Martínez y Florencia Bertotti) frustra ese proyecto y desencadena una curiosa "venganza" del tío y la posterior resolución del conflicto, en la que prima el afecto entre los personajes. El director Santiago Doria (de probada capacidad en el manejo de la comedia) logra imponer con rigurosidad una línea de puesta ajustada, con limpieza de movimiento y una especial preocupación por el ritmo. Aún en los momentos donde las situaciones se prestarían al desborde o a la improvisación exagerada, la dirección de actores ha dado la necesaria libertad a los intérpretes sin descuidar el ajuste de la puesta, el sostenimiento del ritmo y la limpieza de movimientos. Hay que reconocer que cada integrante del elenco tiene a su personaje absolutamente incorporado, pero todos ellos se han sometido a las necesidades del espectáculo, sujetándose al desarrollo de la situación dramática. Los personajes se van desarrollando de tal manera que, desde la presentación a la resolución final, se cumple un ciclo que se cierra en sí mismo dando sensación de unidad a la obra. Todos los intérpretes establecen un diálogo indiscutido con la platea (en la que predominan los jóvenes) sin desvirtuar los personajes ni tergiversar la situación dramática. Por lo menos en la función de estreno, no hubo actitudes que tendieran a producir determinada reacción del público ni arrancar guiños cómplices al espectador. Dicha actitud resulta especialmente rescatable porque en el público había una manifiesta disposición a conectarse fuertemente con los actores, que se puso en evidencia desde la primera aparición de los personajes. El productor Adrián Suar demostró una vez más su particular intuición para los éxitos comerciales y el manejo de los códigos del espectáculo, lo que lo llevó, por ejemplo, a elegir un director de larga trayectoria teatral para llevar a escena un producto esencialmente televisivo. El elenco se completa con Marcela Kloosterboer, Claudia Fontán y Berugo Carámbula. (Télam). |
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