Domingo 30 de junio de 2002

 

Historias patagónicas: Mansel Gibbon en la banda del Cañadón

 

Nació en el Chubut, pasaba por chileno pero era hijo de galeses. Se unió a esos vaqueros fracasados que pronto sucumbirían por impericia y que desde las serranías de Esquel estropearon a balazos una pierna de Fortunato Fernández, un puestero que vivió con muletas el resto de su vida.

  Era un argentino rebelde y audaz, tan joven y zaparrastroso como Billy de Kid, o El Niño, otro de los sobrenombres que también le destinaron a ese norteamericano tan desalineado como temible y de corta vida en los Estados Unidos. Pero en la Patagonia bandolera, este Mansel Gibbon, deslumbrado por las fechorías cercanas al ambiente cordillerano donde desarrolló su casi adolescente existencia, lo inspiraría a buscar un nombre de fantasía como correspondía a un verdadero fuera de la ley.
En toda documentación, diarios de época, confesión de testigos, sumarios, y hasta en los relatos de algún descendiente (como Mansel Víctor Gibbon, un sobrino de aquél que entrevisté en Esquel en el invierno de 1979), Mansel Gibbon aparece vinculado a los episodios criminales que van de 1909 a 1911 en el lejano oeste del Chubut.
Mansel estaba con sus compinches a los que subordinó en el que se llamó Cañadón de los Bandidos cuando una partida fue a buscarlos y se produjo un tiroteo que tuvo dos versiones contrapuestas.
Una de ellas –que intenta explicar por qué una simple balacera contra bandidos escondidos en un cañadón terminó con un civil voluntario inútil para andar como Dios manda- sostiene que no fueron balazos disparados por los que se escondían en lo que hoy se conoce como el Cañadón de los Bandidos, lo que dio por tierra con Fortunato Fernández, un puestero de la Compañía de Tierras del Sud (inglesa) en la extensión de Leleque. Si esa fue la verdad del episodio suscitado a pocos kilómetros de Esquel cuando todos esperaban dar caza a los asesinos del ingeniero Lloyd Ap Iwan, gerente de la Cooperativa de Arroyo Pescado, entonces –como lo señalan otros testimonios-, se produjo por la torpeza de la misma partida que trató de apresarlos o por su mala intención. Sea como fuere el origen de los balazos que le arruinaron una pierna al reclutado por la partida, lo cierto es que la acción no sirvió para apresar a esa banda inútil (no sólo asaltaron la cooperativa cuando no había un peso en caja y sólo se llevaron algunas prendas, sino que cometieron un crimen torpe).

Un familia en banda

¿Quiénes fueron esos bandidos que merodeaban por lugares donde cada error les podía resultar fatal? Se trataba de William Wilson y Emiliano Hood –que en sus últimos tiempos se hacía llamar Roberto Bob Evans- con el reclutado Mansel Gibbon, que como nativo hijo de galeses, que incluso había cumplido el servicio militar en Puerto Madryn. En Cholila, Mansel se había aficionado al airado estilo de los bandidos de ese valle cuando él era adolescente y le fascinaba el desparpajo de Butch Cassidy –que conocía por otro nombre, lo mismo que a su compinche Sundance Kid- como para tomarlos como paradigmas. Seguramente Mansel –uno de los hijos más jóvenes de la familia Gibbon- conocía muchos de los secretos de esos bandoleros de quienes ganó su confianza. Los bandidos de Cholila, a su vez contaban con la amistad y protección cómplice de Daniel Dan Gibbon, padre de Mansel.
Por lo menos uno de sus dos compinches desde fines del año 1909 (Evans y Wilson) ya había frustrado un intento de asalto –en la tarde del 6 de febrero de 1908- de una agencia bancaria de la entonces incipiente Comodoro Rivadavia, y aún iban a fracasar –y pagar con sus vidas- en el otoño de 1911, tras el secuestro que consumaron atrapando al impredecible estanciero Lucio Ramos Otero.
Acababan de encender la indignación de los pobladores de la cordillera porque matar a un tendero (Ap Iwan) bastaba para agenciarles una juramentada saga. Pero el tendero que habían baleado era un prestigioso ingeniero galés que ganó respeto a niveles ministeriales por haber actuado eficazmente en las comisiones de estudios limítrofes (un cerro de la cordillera austral lleva todavía su nombre). Es decir que habían lesionado el orgullo de los gubernamentales y también los de toda una colonia de tradiciones gregarias y religiosas.
Mansel Gibbon tenía 22 ó 23 años y ya se hacía llamar Cameron Jack al tiempo del tiroteo en el Cañadón. Era apenas más joven cuando se le tomó la fotografía que ilustra esta página y que Lucio Ramos Otero incluyó en el tercer tomo de la edición privada donde relató –con detalles de lujo- el secuestro que padeció. En ese relato del estanciero, Mansel fue uno de los personajes mejor descriptos y sobre el que descargó buena parte del resentimiento que a don Lucio le generó la penuria vivida junto a su peón Quintanilla, el casual compañero de cautiverio. Una buena prueba de que fue así, es que el primer tomo de su relato se llamó "Son cosas de la vida, dijo Jake", título en relación al desparpajo demostrado por Mansel en los duros días del cautiverio.

Primera versión

Ramos Otero se ocupó de dar algunos datos de la foto. Señaló –con pésima sintaxis– que el personaje de la foto era "más o menos como estaba con barba cuando me tenía agarrado" y acotaba: "poca barba castaña, ojos chiquitos de pícaro. Se hace pasar por chileno. No es tan chueco como parece". Es posible que ese retrato haya sido tomado en Rawson por el fotógrafo Manuel Ayllón, que también fotografió a Mansel cuando hizo su servicio militar y posó de uniforme con su padre Dan y otro hermano. Esa otra foto que sí tiene el crédito de Ayllón, fue sacada el 7 de julio de 1908.
El periodista Juan Carlos Alemán del diario Esquel, cuando evocó –el 14 de septiembre de 1975– el episodio del Cañadón de los Bandidos, precisó que el puestero Fortunato Fernández, enterado de la fuga de los criminales de Arroyo Pescado y habiendo detectado un fogón recién apagado en la senda que llevaba al cañadón, se ofreció como baqueano de una partida que encabezó el comisario Francisco Dreyer (el que iba a tener una dubitativa y hasta delictuosa complacencia en su actuación durante la investigación del secuestro a Ramos Otero). A Dreyer lo secundó el también cuestionado sargento Calatayud y un agente. Según el periodista Juan C. Alemán, el baqueano se adelantó demasiado en el sendero y los policías lo confundieron y le tiraron. Si fue así, robustecería otras pruebas que insinúan a la policía cordillerana de entonces como posible cómplice de los bandidos. El puestero habría sido encontrado recién al día siguiente por vecinos encabezados por el comisario Eduardo Humphreys que ofreció su casa donde el doctor Hugo Roggero realizó la amputación. Fortunato vivió con muletas y hasta volvió a andar a caballo.
Otra versión de la famosa balacera la escuchó el teniente y subcomisario Jesús Blanco instructor de la mayor parte del sumario por la investigación del secuestro de Lucio Ramos Otero. Quedó escrita; es la más fidedigna y habrá que repasarla.

Curiosidades

Después de la tormenta de nieve y lluvias que asolaron la cordillera –del 20 al 25 de junio de 1922- y producido el informe del inspector educacional señor Gatica que estuvo en Loncopué, allá fue el corresponsal de La Prensa. Comprobó, según su telegrama del 30 de junio, que el edificio alquilado para la escuela 29 tiene viejos techos de junco y paja, llueve por todos lados y el director Armendia se ha cansado de reclamarle al propietario y al Consejo.
El 1º de julio del mismo año los vecinos de San Martín de los Andes pidieron al gobierno neuquino el nombramiento de una comisión de turismo y la gestión para que se instale una municipalidad.
Casi al mismo tiempo –2 de julio de 1922- los mismos vecinos del lago Lácar telegrafiaron a las autoridades por los atrasos del correo. Se había demorado una semana y la mitad de la correspondencia se varó en sacos que quedaron entre Zapala y Las Coloradas. Tampoco se tenía noticias de la correspondencia que debía llegar el 27 de junio.
Simultáneamente, en Puerto Madryn, el vapor inglés Worhisorth descargaba 5.000 toneladas de material ferroviario para un decauville proyectado para unir ese puerto con la Colonia 16 de Octubre cercana a Esquel.
Al mismo tiempo había llegado a Las Lajas un funcionario de los Ferrocarriles del Estado, el ingeniero Luis M. Ladola, quien se dirigía a Pino Hachado. El ingeniero era el jefe de estudios del ferrocarril que se intentaba construir desde Zapala a Chile. Esperaba formar una nueva comisión de estudios.
El entusiasmo ferroviario contagió a la vez a los galeses de Gaiman donde hubo festejos –el 3 de julio de 1922- por la llegada de los materiales del decauville y por la noticia de la adquisición de la línea del Ferrocarril Central del Chubut. "Así se resuelve el problema que impedía el progreso de la región", celebraron en el brindis.
El 4 de julio del mismo año 22 la policía de Bariloche cometió abusos que fueron denunciados a los diarios porteños y al cónsul italiano en Buenos Aires. Habían apaleado a tres antiguos vecinos italianos en momentos que se disponían a cenar y los llevaron presos sin motivo y sin apertura de causa. Se investigaba un crimen en Río Mayo y en Colonia Sarmiento, Chubut, el comisario Milton Roberts investigaba el sumario por el asesinato de Ramón Lianonen, además de los desmanes policiales encabezados por el comisario Edmundo Laborde. También tomó la denuncia del indio Lifipan a quien le robaron 900 ovejas.

Francisco N. Juárez
fnjuarez@interlink.com.ar

   
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