Jueves 27 de junio de 2002

 

Crecen quejas por el estacionamiento

 

La gente protesta por el sistema medido en el centro de la ciudad.

  CIPOLLETTI (AC) - Los automovilistas cipoleños son rehenes de un grupo de mujeres que, con la indiferencia de los funcionarios, manejan el estacionamiento medido en el centro de la ciudad de acuerdo con criterios muy distintos de los de la ordenanza.
"Dame cinco pesos y estacionás toda la semana". Este arreglo, que en general lo hacen con los comerciantes, desvirtúa el espíritu original de la ordenanza, que pretendió liberar de espacios para dejar el auto en el centro para beneficiar a los potenciales clientes de los propios negocios.
El sistema es así: durante la mañana, de lunes a viernes, estacionar en el centro cuesta 50 centavos por hora. La prueba del pago son una tarjetas que venden 40 mujeres de escasos recursos que se distribuyen las calles semanalmente. Los inspectores deben multar al auto que no exhiba esa tarjeta.
Pero en los hechos el sistema no funciona así. Lo saben hasta la jueza de Faltas, Mónica Santos -que se encarga de hacer justicia-, y los funcionarios de los que depende el estacionamiento, pero todos parecen hacer caso omiso.
En la ordenanza de creación del sistema se consigna como origen de la modalidad la "concentración de bancos, oficinas públicas y comercios en el área del microcentro (que) hace que los empleados estacionen sus vehículos por el término de la jornada laboral".
La bronca de la gente crece cuando ve que hay funcionarios que son exceptuados de pagar. Además basta recorrer las calles del centro de Cipolletti por la mañana para observar que son muchos los carteles de "libre estacionamiento" para periodistas -aun cuando no lo son- y que las tarjetas brillan por su ausencia en muchos autos sin que medie una multa. Los arreglos con los clientes habituales no sólo desvirtúa el sistema, sino que también perjudica a la comuna porque se trata de un pacto del que no se emite comprobante.

El personaje: Más que un peluquero, Richard es un amigo

CIPOLLETTI (AC).- Todos lo conocen por Richard, el peluquero de los hombres de la ciudad. No muchos saben que se llama Edgardo Bianchi. Nació en Treneta, en la Meseta de Somuncura. Luego de un periplo que incluyó perfeccionamientos en Buenos Aires, recaló en Cipolletti en 1973.
Siempre estuvo en el mismo local, donde desde hace tiempo lo acompañan sus hijos.
El sillón de Richard es casi un confesionario y el hombre guarda los secretos como el más hermético de los sacerdotes. Por ahí pasan empleados, empresarios, deportistas, políticos, comerciantes. Y en este aspecto -desliza con cautela el "peluca"- "las quejas por la situación económica están a la orden del día".
La táctica de Richard, frente a ese panorama negativo, es peculiar: escucha y luego gira el tono de la charla hacia cuestiones de "buena onda", con expectativas y esperanzas, pero sin despegarse demasiado del entorno. "A la mayoría le hace bien pasar un rato aquí. No se trata sólo de un corte de pelo. Muchos incluso vienen a conversar, a tomarse un cafecito", sostiene.
Su bohemia hace que se establezca de inmediato una corriente de simpatía con el cliente que llega por primera vez. A la segunda, pasa a ser otro de los tantos amigos de la casa.
Como siempre, Richard le pone una sonrisa al mundo lugareño. Y eso, de por sí, ya es todo un logro.

Una obra de nunca acabar

En uno de los laterales del Parque Rosauer hace años que se está levantando el monumento A los Italianos. Hubo aportes de diversos sectores, pero aún se halla inconcluso. El paisaje de esta obra sin terminar no hace precisamente a la estética del entorno, ni a las pretensiones colosales de sus mentores. Alguien debería apurar el trámite. (AC)

   
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