Sábado 29 de junio de 2002
 

Vergüenza y esperanza: el trueque

 

Por Tomás Buch

  La estructura productiva de nuestro país ha sido reducida de tal manera en los últimos veinticinco años que ya es incapaz de dar trabajo y alimentar a la mitad de sus habitantes, a pesar de producir alimentos para diez veces la población del país. La distribución del producto social se ha vuelto cada vez más desigual, regresiva e injusta.
Junto con la degradación económica, es evidente la degradación moral, que es una de sus causas. El Estado está destruido, y de gran parte de sus restos se han apoderado fuerzas mafiosas, que se esfuerzan solamente en mantenerse en el poder. Para ello siguen saqueando a los ciudadanos, haciendo uso de una legalidad que se percibe como cada vez más ilegítima. Debemos pagar impuestos, pero éstos no vuelven a la Nación en la forma de los servicios básicos que requerimos.
La mitad de la población ha sido empujada por debajo de la línea de pobreza, y la indigencia es una evidencia diaria. Pero hay partes de la sociedad que, ante esta debacle, han comenzado a crear estructuras para poder sobrevivir. Se ha generado así uno de los fenómenos más positivos y curiosos que están surgiendo de la inventiva popular, que se las ingenia para encontrar paliativos a la situación de marginación cada vez más desesperante. Al hacerlo, crea una economía de subsistencia paralela a la economía "formal", y un sistema que ya está llamando la atención fuera de nuestras fronteras: es el sistema del trueque.
En sus comienzos, hace ya unos seis o siete años, bastante antes del derrumbe final de nuestra economía, el trueque comenzó como un intento utopista puramente ético de generar una economía sin dinero intercambiando directamente productos y servicios. Al crecer la crisis, el pequeño movimiento fue tomado como un recurso de supervivencia por cada vez más gente obligada a vivir con migajas o expulsada de sus empleos; el trueque se hizo masivo y reinventó el dinero, llamado "crédito". Cuando la crisis se agravó más y más, quedando cada vez mayor cantidad de personas al margen del sistema "formal", la red de participantes se extendió y se ramificó: según algunos, ya serían más de tres millones en todo el país, agrupados en miles de "nodos" y que mueven el equivalente de varios cientos de millones de dólares anuales. En los nodos o clubes se intercambian bienes y servicios, desde alimentos elaborados en forma casera hasta servicios de variada índole. En un "nodo" se pueden encontrar verduras y huevos de granja, postres y tallarines caseros, pizzas y alfajores; ropa para niños y tejidos de aguja; libros usados y clases de todo tipo; peinados y cortes de pelo "in situ"; servicios de reparaciones y licores caseros; sesiones de psicoterapia y servicios de enfermería. También hay algunos comercios que aceptan parte del pago de sus productos en créditos y, en algunas localidades, las autoridades municipales permiten su empleo para el pago de impuestos o admiten que algunos deudores paguen con servicios, lo que es equivalente. Hasta se ha sabido de transacciones inmobiliarias con "créditos". Los "nodos" de esta red crecen y se ramifican en todas las ciudades del país, tienen presencia en Internet, editan revistas con avisos y comentarios doctrinales y generan un fuerte sentimiento de pertenencia y brindan a sus socios, los "prosumidores". Este neologismo, formado por la fusión de las palabras productor y consumidor, subraya un aspecto profundo de la propuesta. El sistema económico dominante no sólo ha sacado al productor del centro de sus desvelos, sino que premia sobre todo a la renta financiera. En el ambiente enfáticamente solidario de la actividad del trueque, en cambio, el socio prosumidor no solamente puede satisfacer sus necesidades básicas a cambio de lo que sabe hacer y ofrecer en cambio, sino que también recibe un encuadre social y una contención que es uno de los bienes más preciados de los que la sociedad "formal" lo ha privado en mayor o menor medida.
La experiencia directa de una reunión de un nodo del trueque es similar a la de una feria aldeana, y tiene una informalidad parecida. Los locales son escuelas o gimnasios, en cuyos espacios se establecen los puestos de los prosumidores con sus ofertas; el ambiente es colorido y ruidoso, los coordinadores anuncian novedades, ofertas y pedidos, la gente charla, toma café que paga con un crédito, intercambia novedades. Es evidente que el trueque, que se inspira en modelos económicos aun anteriores a la economía mercantil del Medioevo, no puede reemplazar la economía dominante o "formal". Tampoco puede ser autónomo y generar una economía paralela, sin fuertes contactos con aquélla. Está muy acoplada al sistema formal: nuestro estilo de vida es muy diferente del de una aldea medieval y nuestra economía ya no es agraria ni autosuficiente; de toda la lista de artículos ofrecidos en trueque sólo son relativamente pocos los que se pueden producir marginalmente en forma autónoma; se necesitan insumos provenientes de la industria para casi todo, aunque sólo se trate de frascos para envasar dulces caseros. Aunque alguien pueda tener gallinas, tampoco hay una producción autóctona de la harina usada para los panes, ni telas o hilos para los textiles que se venden. Por lo tanto, el contacto con el mundo exterior obliga a que haya algún nivel de conversión entre los "créditos" y el dinero legal. La moneda interna del sistema, idealmente, no se puede adquirir a cambio de dinero de curso legal. El que ingresa al sistema, junto con unas charlas para transmitir las reglas del juego, recibe algunos créditos como quien ingresa a un juego. Después, debe proponer alguna mercancía u ofrecer un servicio. Por supuesto, ya existe un mercado negro de créditos y también circulan créditos falsos, lo que desencadenó una especie de inflación en la principal red nacional. Para intentar aislarse del contagio de estos males, en nuestra región hay una estructura y una "moneda social" paralelas a la red nacional, aunque muchos de los "prosumidores" actúan en ambas redes a la vez.
Un detalle interesante es que los precios no reproducen la estructura de precios existente en el sistema "oficial": hay productos más caros y otros más baratos de lo que están "afuera" medidos en términos relativos. Las razones para esto no resultan evidentes, porque la coordinación establece ciertos precios orientativos para algunos productos alimenticios comunes, los cuales frecuentemente emplean ingredientes industriales. También hay una oferta de algunos productos industriales que se truecan directamente, sin "valor social" agregado.
Para los productos alimenticios, es natural que se plantee el problema de la calidad y de las condiciones sanitarias. El sistema ha implementado su propio control sanitario: posee profesionales que inspeccionan los lugares en los que se preparan los alimentos, lo que probablemente implique un control más confiable que el oficial, siempre sospechado de corrupción o negligencia.
El gobierno en sus diferentes niveles, del municipal hacia arriba, podría intentar hacer valer sus pretendidos derechos, aunque los prosumidores argumentan que se trata de intercambios estrictamente privados y no de actividades comerciales sujetas, en principio, al control estatal. Si lo fuesen, también se puede argumentar que los integrantes del sistema deberían pagar impuestos y, en general, integrarse al sistema "formal". La red se niega, argumentando que, ya que no interviene dinero en ninguna de sus fases, el trueque no es un trato comercial "a título oneroso" sino un conjunto de actos privados. Recientemente también se ha presentado un proyecto de ley regulatoria en el Senado de la Nación. En la mayoría de los casos en que hubo intentos oficiales por inmiscuirse y "reglamentar", los prosumidores se han resistido enfáticamente a tales esfuerzos del "sistema oficial" por apoderarse de lo que, en el fondo, es un modo de construir formas de organización social por fuera de lo que es percibido por muchos como un Estado semidestruido, voraz, corrupto e ineficaz. Sin embargo, no es plausible que el sistema del trueque reemplace un día al sistema económico formal. El trueque representa a la vez un síntoma de la profundidad de la descomposición del tejido social y una solución parcial a esa misma descomposición. Se trata de una respuesta imaginativa a la desocupación y a la marginación social que de ella deriva, aunque sus alcances son limitados. No puede aspirar a reemplazar una estructura económica de una complejidad como la que hemos alcanzado; salvo que la degradación sea tan profunda que la sociedad entera vuelva a formas de organización casi tribales, como las que pueden primar en un país devastado por una guerra total, en los primeros meses después del armisticio. Claro que al paso que vamos, no es imposible que lleguemos a eso.
     
     
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