Jueves 27 de junio de 2002
 

La Europa-fortaleza

 

Por Aleardo Fernando Laría

  Según lord Acton, el grado de libertad de un país se mide por los derechos y garantías que gozan sus minorías. Si éstas son marginadas y carecen del acceso a los derechos que tiene el resto de ciudadanos, no hay libertad. Si aplicáramos este parámetro a la Europa del naciente siglo XXI, observaríamos con preocupación el nuevo tratamiento jurídico que se dispensa a los inmigrantes. En la reciente cumbre de Sevilla, los países europeos han convertido a la inmigración en el "gran problema de Europa". Desde que Le Pen aseguró que "Europa está llena", hasta las palabras de Aznar -"aquí no cabe todo el mundo"- se suceden las medidas dirigidas a la gestión de los flujos migratorios y la lucha contra la inmigración clandestina. Los Quince han acordado revisar la lista de terceros Estados cuyos nacionales estarán sometidos a la exigencia de visado y pronto se dictarán normas comunes para obtener el estatuto de refugiado, conseguir la reagrupación familiar o el estatuto de residentes permanentes. Algunos países han entrado en una vergonzosa competencia por adoptar medidas de represión de la inmigración ilegal, que van desde la utilización de navíos de guerra para interceptar los clandestinos, propuesta por Blair, hasta las veladas represalias económicas contra los países acusados de no contener la emigración laboral. Para algunos se trata sencillamente de cerrar Europa, convertirla en una verdadera fortaleza para impedir la llegada de nuevos inmigrantes.
Según las estadísticas, en Europa residen alrededor de 18 millones de inmigrantes legales (un 5% de la población) y otros 3 millones de ilegales. Estas cifras no han experimentado variación en los últimos años, de modo que esta súbita preocupación por el fenómeno de la inmigración ilegal no tiene explicación aparente. Si la inmigración no ha crecido significativamente en Europa, lo que realmente ha crecido, según Miguel Pajares, experto en temas de inmigración, es la xenofobia. "En Europa hay una extrema derecha de creciente influencia que ha basado su discurso en la estigmatización de los inmigrantes, lo que, apoyado sobre los problemas reales que tiene nuestra sociedad (merma del Estado de bienestar), ha generado un importante desplazamiento de la opinión pública hacia posturas xenófobas". Los dirigentes políticos tratan de presentarse como firmes ante la amenaza de inmigración y, para no dejar espacio a la extrema derecha, han acabado por asumir sus mismos planteamientos.
El tratamiento del fenómeno de la inmigración divide naturalmente a la izquierda y a la derecha europeas. Mientras para la primera es necesario atender las causas del fenómeno, los conservadores sólo se preocupan por los efectos, convirtiéndolos en un estricto tema de seguridad interior, que buscan contrarrestar con un endurecimiento de las medidas policiales. Para la izquierda, en cambio, el problema ha de tratarse sobre todo en origen, promoviendo el desarrollo de los países del Sur. Los flujos migratorios son la consecuencia de las crecientes desigualdades engendradas por el proceso de globalización. Los inmigrantes provienen de las regiones empobrecidas por los efectos destructivos de estrategias económicas decididas por el G-8 y las reglas desiguales del comercio internacional que establecen límites a las producciones agrarias del Tercer Mundo. Otros flujos provienen de las zonas que han recibido los bombardeos humanitarios de los poderosos: los Balcanes, Afganistán, Irak. Como afirma Vidal-Folch, "o desde el Primer Mundo abrimos las puertas a la circulación (regulada) de las personas (como hicimos, aunque sin reglar, con los capitales) o las abrimos a sus mercancías, las que producen, sobre todo agrarias. El liberalismo bien entendido debe ser completo y empezar por uno mismo. El culpable de la inmigración, legal o ilegal, es el proteccionismo agrícola del Norte, no los inmigrantes, ni siquiera quienes trafican con ellos. A la perversa Política Agrícola Común (de subvenciones) europea se acaba de añadir la Farm Bill de George Bush: entre ambas totalizan un montante equivalente al PBI de todos los países subdesarrollados". Estas fuertes contradicciones de un proceso de globalización que permite el libre flujo de capitales, las mercancías y servicios del Norte (excluyendo las agrícolas del Sur) e impide el de las personas, no podrán sostenerse en el tiempo.
Según Etienne Balibar hay algo más que mero egoísmo económico. Estamos asistiendo a una nueva forma de racismo, que no se funda ya en el concepto biológico de raza, sino más bien en las diferencias culturales. La jerarquía de las diferentes razas se determina a posteriori, como un efecto de los diferentes rendimientos económicos de las sociedades, basados en su cultura. En los nuevos planteamientos xenófobos aparece el miedo al otro, un resto del racismo que dio lugar a los movimientos antidemocráticos del primer tercio del siglo XX. Para Samir Naïr, se trata de una cuestión de civilización. "O bien Europa le hace frente y la visión democrática se impone ampliando el derecho y protegiendo la dignidad de las personas, o bien la demagogia triunfa, el derecho queda sometido a una visión policial estrecha y el odio entre la gente no hará más que aumentar". La sociedad global nos obliga a pensar globalmente. El problema del subdesarrollo y la creciente pobreza del Sur, es también un problema del Norte rico.
     
     
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