Domingo 16 de junio de 2002
 

Sobrevivientes

 

Por Héctor Mauriño

  Las palabras son reveladoras por sí mismas, como pretende Chomsky, y frecuentemente por su sentido o por todo lo opuesto, dicen verdades que el discurso maquilla.
Los anglosajones hablan de "cometer suicidio", en cierta forma como si se pudiera divorciar la acción de quien la acomete; como si quien "suicida" su cuerpo y su alma, en fin, no fuera el mismo que "es suicidado".
Lo mismo o parecido parecen haber hecho los políticos argentinos con el Estado: virtualmente lo asesinaron, siguiendo las instrucciones de ciertos grupos económicos, acaso sin percibir que estaban "cometiendo suicidio". En definitiva se quedaron casi sin razón de ser ya que, ahora se comienza a ver, no parece segura la existencia de los políticos sin el Estado.
Así, los políticos argentinos en general se han convertido en una suerte de sujeto sin objeto y no es casual que la gente común los desprecie tanto -"que se vayan todos"-, porque en definitiva no sólo son en buena medida responsables del actual estado de cosas, sino que en cierto modo parecen carecer cada vez más de una razón de ser valedera.
Dos que se han cuidado bien de "cometer suicidio" con un cuerpo que no es el propio pero que les da sustento, son Jorge Sobisch y Horacio "Pechi" Quiroga.
El primero, ya se sabe, se prendió temprano del discurso en boga que sataniza al Estado, pero se cuidó de llevar sus recomendaciones a la práctica en sus propios dominios, bien que ayudado por una oposición cerril que en definitiva le sirvió de coartada.
En cuanto a Quiroga, está logrando sobrevivir en medio del terremoto actual aferrado al Estado municipal en su versión "obras y servicios públicos".
Lo hace en buena medida porque, como él mismo reconoce, su suerte está atada a la de la provincia. Y ya se sabe que la provincia tiene buena suerte porque, a diferencia de lo que le ocurre a la mayoría de sus pares, cobra buena parte de sus rentas, las regalías de petróleo y gas, en dólares.
Pero no sólo porque se ha preocupado de marchar con la corriente, Quiroga también sobrevive porque se ha desenganchado de la política en el momento en que ésta es considerada mala palabra.
Lejos de ese menester, se ha dedicado a aprovechar las ventajas que le proporcionan la buena estrella provincial y su política de buena letra con Sobisch-mientras no-pueda-pisarle-los-dedos, y ha puesto su libido entera en el pavimento.
De manera que si un nuevo y más violento cataclismo nacional no se lo lleva puesto, "Pechi" será recordado por haber tapizado una parte importante de esta maltratada ciudad de asfalto. Una etiqueta no menor en la capital del polvo y el canto rodado.
Como es un intuitivo, Quiroga comprendió temprano la magnitud del sismo que viboreaba a sus pies y optó por tomar dos decisiones que hasta ahora han contribuido a salvarle el pellejo: tomó, al menos públicamente, distancia del controvertido "Cacho" Vidal, hasta hace poco su primer violín, y se dejó ganar por una amnesia selectiva respecto de su condición de aliancista y radical, a sabiendas de que lo primero se ha convertido en lastre y lo segundo en una palabrota.
Así, Quiroga confiesa que viene de rechazar la amable invitación de sus correligionarios para ser candidato a gobernador en las elecciones que se podrían producir en el momento menos pensado (de la historia del país). Lo ha hecho porque si bien el intendente no se fue ni se irá de la UCR como pregona -no vaya a ser cosa tampoco de que alguien se acuerde de que todavía la integra-, no está dispuesto en realidad a inmolarse a lo bonzo con una boina blanca calada hasta las orejas.
No hay caso, Quiroga se niega a "cometer suicidio" político. Por el contrario, perplejo con su propia supervivencia en medio de la crisis, ha comenzado a soñar de nuevo: gobernador no, claro, pero acaso todavía es posible una vuelta más en la municipalidad.
Después de todo, si el FMI convoca a elecciones adelantadas, Brollo, el candidato de Sobisch a pronunciar el responso de Quiroga, todavía no estará suficientemente maduro para competir. Por desgracia para el sobischismo, una porción importante de los electores de esta ciudad todavía trabajan, leen el diario y mandan sus hijos a la escuela, por lo que no son presa fácil de la política clientelista.
Es verdad que Sobisch puede ser razonable cuando se lo propone y, perdida por perdida la ciudad, podría ofrecerle a Quiroga ser su delfín. Pero, sin perjuicio de que eso no está escrito -conllevaría un riesgo para el gobernador porque nunca se sabe si aquel al que se le ofrece la mano no se la quedará para sí-, acaso Quiroga todavía se considera en condiciones de presentar batalla por sus propios medios.
No sólo por las cuadras de asfalto, que a atenerse por lo que asegura el intendente, puestas una tras otra podrían unir su despacho con el Comité de la UCR en la Capital Federal, sino porque muchos vecinos podrían optar por él como un contrapeso.
Después de todo, aunque en desbandada, el sector social que alumbró la Alianza aún existe y bien podría guardarse los escrúpulos con tal de poner algún dique a la marea sobischista.
Tal vez por esto o acaso porque no se quiere regalar, Quiroga deja entrever que no descarta la posibilidad de echar a rodar un partido municipal con la obra pública como divisa excluyente.
Tal vez percibe que todavía ni Neuquén ni el país han salido de la larga condena a optar por el mal menor.


Héctor Mauriño
vasco@rionegro.com.ar

 

 

     
     
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