Viernes 14 de junio de 2002
 

El primer Estado del siglo XXI

 

Por Martín Lozada

  El pasado 20 de mayo se produjo el nacimiento de un nuevo Estado nacional. Se trata de la República Democrática de Timor Oriental, sucesora del territorio que durante 450 años fue colonia portuguesa y que en 1975 Indonesia ocupó mediante el ejercicio de la fuerza militar.
Su surgimiento ilustra acerca de la actualidad de un principio fundamental del derecho internacional contemporáneo: la libre determinación de los pueblos. Derecho acuñado a lo largo del siglo XX, avalado por sucesivas resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas y confirmado por la jurisprudencia de la Corte Internacional de Justicia. Funcionó como la llave maestra que abrió el proceso de descolonización, permitiendo la constitución de más de medio centenar de Estados desde 1960 hasta la fecha.
Sin embargo, el camino hacia la independencia no ha sido fácil ni pacífico. Indonesia permaneció mediante el empleo de la violencia y del terror durante 25 años en Timor Oriental, contando para ello con el documentado apoyo diplomático y militar de los Estados Unidos. Luego, en 1999 se inició un período de transición durante el cual el territorio estuvo bajo control de Naciones Unidas, lo que facilitó la reorganización social y el reagrupamiento de las fuerzas políticas.
La invasión por parte de Indonesia, oportunamente condenada por el Consejo de Seguridad de la ONU, se encuentra detallada por el entonces embajador de ese organismo en la isla, Daniel Patrick Moynihan. Sostiene el diplomático que se registraron alrededor de 60.000 muertes a manos del ejército, es decir, del 10% de la población registrada en Timor Oriental. Un porcentaje casi equivalente al de las pérdidas soviéticas durante la Segunda Guerra Mundial.
En 1977 y 1978 el ejército de Indonesia continuó su acometimiento y perpetró un ataque devastador contra cientos de miles de timorenses. Fuentes creíbles de la Iglesia Católica en Timor Oriental dieron a conocer la cifra de 200.000 muertes sobre una población de 800.000. Según Noham Chomsky, el mundo no veía una masacre igual desde el exterminio llevado adelante por el nacionalsocialismo alemán en Europa, durante 1941-1945.
Debe buscarse en las opciones de la "realpolitik" la causa por la que los Estados Unidos mantuvo su incondicional apoyo a Indonesia durante aquellos años: en plena Guerra Fría constituía un aliado geoestratégico de primer orden en el sudeste asiático. Las relaciones con este país rico en materias primas y con más de 200 millones de habitantes, que bajo el régimen de Suharto había reducido a cenizas a los partidarios comunistas, interesaban mucho más que el destino político de Timor, un territorio pobre y reducido.
El último capítulo de esta historia se inició después del referéndum de 1999, cuando el presidente interino de Indonesia llamó a una consulta pública para optar entre la incorporación a Indonesia o la independencia. La violencia y las amenazas no impidieron que la población de la isla concurriera a votar, logrando el 80% de los sufragios en favor de la independencia.
De inmediato el ejército volvió al ataque. La misión de Naciones Unidas (Unamet) estimó que casi la mitad de la población resultó expulsada de sus casas y que aproximadamente 4.000 personas fueron para entonces asesinadas. Ni más ni menos que el doble de las que en Kosovo justificaron los bombardeos de la OTAN.
El presidente de la nueva nación es el independentista Xanana Gusmão, quien fue votado durante el pasado abril por un total de 379.116 personas de las 436.000 censadas. Hijo de un maestro de escuela, educado en la religión católica, topógrafo y periodista durante un tiempo, se convirtió en el líder carismático de la resistencia timorense poco después de la invasión de Indonesia.
Combatió durante casi 15 años al Ejército de Yakarta, hasta su detención en noviembre de 1992. Tras seis años en las cárceles indonesias, Gusmão fue liberado siete días después del referéndum para la independencia y desde esa fecha guía los destinos del pueblo timorense, junto con el brasileño Sergio Vieira de Mello, representante de Naciones Unidas.
Es posible extraer algunas lecciones del sangriento y sufrido proceso que debió experimentar este pueblo hasta lograr su independencia. En primer lugar la vigencia del Estado como forma de organización político-institucional en esta época de grandes transformaciones jurídicas, marcadas por el rumbo hacia la supraestatalidad. Valga recordar, en este sentido, que cuando se creó la Organización de Naciones Unidas (1945) sus miembros eran tan sólo 51, mientras que casi sesenta años más tarde son 193 los Estados reunidos en torno de la misma. A los que hay que sumarles, además, aquellos que como Suiza no tienen la calidad de miembros.
En segundo término respecto del papel relativamente exitoso que puede cumplir la intervención de fuerzas de paz de la ONU. Pese a fracasos manifiestos como en Somalia y a operaciones objetables, como las practicadas en Bosnia, lo cierto es que en Timor desplegó un rol fundamental durante la transición. No sólo viabilizó la indispensable ayuda económica para recomponer una infraestructura mal herida. También logró el compromiso para el establecimiento de instituciones legítimas y una pacificación que tiene a la sociedad civil como protagonista central.
     
     
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