Sábado 8 de junio de 2002
 

El Mundial y la conciencia

 

Por Jorge Gadano

  Nunca como ayer el Día del Periodista se vio tan opacado en este país. Le intentamos recordar a la opinión pública que un proyecto de reglamentación del derecho constitucional a la información duerme hace un año en la Legislatura neuquina, y hubo un acto del Sindicato de Prensa. Pero el día pasó sin pena ni gloria porque coincidió con el partido mundialista contra Inglaterra, el enemigo que siempre queremos derrotar sobre el césped de una cancha de fútbol para vengar a puro gol la humillación de una guerra perdida. Un imposible, porque, como lo acabamos de ver, podemos perder. Pero aunque ganemos mil veces en esa confrontación, y aunque Maradona haya logrado contra los ingleses la mayor obra de arte en la historia del fútbol, en las islas que nosotros llamamos Malvinas y ellos Falkland, ondea el pabellón del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte.
En sociedad con la televisión, el Mundial tapa todo. No importa que Bush insista en atacar a todo aquel país que, a su juicio, constituye una amenaza terrorista, o que en Israel vuelen cadáveres por los aires, que entre Pakistán y la India el conflicto por Cachemira ponga en apresto misiles con cabeza nuclear, o que en Colombia el ejército regular y la guerrilla se muestren los dientes. Nada importa. Ni siquiera que la derecha europea avance en un lugar tan impensado como Noruega, ni que en un planeta que se propone colonizar otros territorios siderales nuevas formas de esclavitud, mucho más penosas que las de la era del esclavismo, sometan a millones de hombres, mujeres y niños.
No importa que los países desarrollados cierren sus fronteras al ingreso de los pobres de Asia, Africa y América Latina, ni que el desempleo aumente en medida parecida al avance de la ciencia y la tecnología, ni que los discursos oficiales sobre la ética corran a la par de la corrupción de los gobernantes, ni que en lo que va del año la inflación nacional haya llegado al 26%, y que no haya sido mayor porque no hay consumo.
Todo se puede olvidar durante este mes del Mundial. Ya pertenece a la historia la servilleta que el senador Corach le pasó al ministro Cavallo, con los nombres de los jueces que el Supremo manejaba por teléfono, y en julio no nos acordaremos del papelito de Alfonsín retratado por una cámara indiscreta. ¿Alguien recordará, cuando el Mundial termine, que el presidente del Uruguay dijo que los argentinos somos una manga de ladrones y que luego, arrepentido, lloriqueó ante Duhalde, mientras este agónico presidente, frente a las cámaras, le perdonaba el exabrupto con gesto magnánimo?
La Argentina es un país en trance de demolición. Conviene tenerlo en cuenta porque nada hay como la conciencia de lo que pasa para tener posibilidades de sobrevivir. El intendente de Neuquén nos ha sorprendido con una cita de Rodolfo Walsh en su saludo por el Día del Periodista: "El campo de lo intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su país es una contradicción andante, y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto pero no en la historia viva de su tierra".
Eso es la conciencia. Es difícil saber si la Argentina sobrevivirá. Puede que gane la copa, pero también es posible que sea la última. Yugoslavia ya no está más en los mundiales. Ahora compiten fragmentos de aquel país, como Croacia y Eslovenia.
No hay una guerra en nuestro territorio. Los alemanes pudieron tener conciencia de sus errores cuando, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, vagabundeaban en busca de comida por las calles de sus ciudades devastadas por los bombardeos. Y todos supimos lo que significaba el nazismo cuando vimos las topadoras enterrando cadáveres en los campos de concentración. También fueron escenario y víctimas de terribles y no tan lejanas guerras los países que ahora brillan bajo las luces del Mundial. La guerra, cuando envuelve a los hombres, tiene una virtud: no se la puede ignorar. Es demasiado ruidosa.
Es distinto cuando el desastre llega silencioso. Es tan necesario cerrar los ojos ante la desdicha que seguimos viviendo como si todo fuera igual. Hay una masa aplastante de pobres, hay hambre de millones, se derrumban nuestros sistemas de salud y educación, esas glorias argentinas. Pero continuamos, casi con desesperación, haciendo la vida cotidiana: una moneda en la mano del mendigo, otra para el que lava el auto, menos gastos y, sobre todo, mucha televisión. Ya vendrán tiempos mejores.
Lamentablemente, los tiempos por venir son peores. Huyéndole a la conciencia, alguien quiso creer en estos días que en el Fondo hay buenos y malos. Pero no: son todos malos. Nadie cree allí que la Argentina, tal como está, hará lo que el Fondo quiere. Los gobernadores pueden arrodillarse ante Horst Köhler y Anne Krueger y jurar que cumplirán con el compromiso que firmaron de reducir hasta un 60% sus déficit fiscales. No les creerán. Y hacen bien en no creerles, porque no lo harán.
Ahora hay que ganarle a Suecia, decimos. Ojalá, porque no nos hará bien quedar fuera del Mundial cuando estamos fuera de casi todo. Pero hay que comprender que con eso no alcanzará. Comprender y actuar.
     
     
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