Viernes 7 de junio de 2002
 

Una revolución involuntaria

 

Por James Neilson

  La clase media argentina no es la primera que se ha visto depauperada y de este modo "liquidada" por los políticos locales. El siglo pasado, decenas de millones de personas muy similares a los "nuevos pobres" argentinos, individuos con gustos y aspiraciones que eran casi idénticos a los habituales aquí hasta el año pasado -abogados, médicos, empresarios, comerciantes, profesores universitarios-, se vieron transformadas en indigentes dispuestos a aceptar cualquier empleo, por denigrante y poco exigente en términos intelectuales que fuera, que les permitiría comer. En muchos casos, los hijos de los así expulsados o liquidados serían jornaleros analfabetos rencorosos totalmente incapaces de entender los valores de sus padres. Se trataba de una tragedia humana inmensa que, después de la caída de la Unión Soviética, algunos creían no podría reeditarse nunca. En nuestro mundo, el progreso material es "natural" y también lo es el "ascenso social".
Sin embargo, mientras que la liquidación sistemática de la clase media en Rusia, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, los países bálticos, China, Cuba y muchos lugares más fue obra de una secta resuelta a remodelar todas las sociedades, purgándolas de sus vicios tradicionales, empresa ésta que la obligó a eliminar, físicamente si le resultara conveniente, a "los burgueses", la destrucción, por medios menos brutales pero tal vez tan eficaces, de la clase media argentina nunca estuvo en los planes de nadie con el poder necesario para llevar a cabo un operativo de ingeniería social en gran escala.
Por el contrario, con la excepción parcial de los peronistas de la primera ola, los jefes de todos los gobiernos de las décadas últimas han insistido en la importancia a su juicio fundamental de fortalecer la clase media. Los regímenes militares, obsesionados con el marxismo, la consideraba un baluarte contra la subversión, además del sector que hacía de la Argentina un país claramente superior a sus vecinos latinoamericanos. Desde sus comienzos la UCR es un partido de clase media, y aun antes de la llegada de Carlos Menem el PJ se había aburguesado. En cuanto al mundo exterior, tanto el FMI como los sucesivos gobiernos de Estados Unidos siempre han dado por descontado que la existencia de una gran clase media equivalía a una garantía de progreso político y económico.
Si bien es una suerte que los liquidadores de la burguesía argentina hayan cumplido su faena sin habérsela propuesto, limitándose a privar a sus víctimas de la posibilidad de prosperar y, a fin de rematar la tarea, apropiándose de sus ahorros, en vez de fusilarlas, gasearlas o echarlas al mar como ha sucedido en otras partes, de prolongarse mucho más "la crisis" los resultados globales podrían ser igualmente satisfactorios. Así y todo, el que la catástrofe haya sido consecuencia de una combinación confusa de errores, ineptitud, ilusiones y estupidez ha dejado a los expulsados totalmente desconcertados. A diferencia de los centroeuropeos y asiáticos que fueron sometidos a un proceso en cierto modo parecido, no pueden atribuir su infortunio a la guerra, a la hostilidad implacable de un país extranjero o a las exigencias acaso lógicas de la historia debidamente interpretada. Asimismo, los responsables del colapso no han podido invitar a los descolocados a convertirse a una nueva fe que, sus deficiencias y su salvajismo no obstante, por lo menos serviría para que su destino pareciera en cierta manera "natural".
Puesto que se trata de una caída "inexplicable", frenarla está resultando casi imposible. Aunque el gobierno encabezado por Eduardo Duhalde ya entiende que no le será dado producir el cambio milagroso, existencial, con el que sus integrantes habían soñado antes de asestar el golpe de gracia a un "modelo" sumamente precario, se resisten a considerar la posibilidad de que la Argentina actual sea en buena medida el fruto de sus propias teorías. En su opinión, no estamos atrapados en las ruinas de un edificio pésimamente construido por generaciones de caciques populistas de mentalidad insensata, sino en uno confeccionado por capitalistas liberales con la ayuda entusiasta de la banca extranjera y el FMI. Si no lo dicen con la misma vehemencia que antes, no es porque hayan cambiado de opinión, es porque siguen creyendo que si se afirman "ortodoxos" el resto del mundo aceptará darles mucho dinero.
Su prédica en tal sentido parece disfrutar de la aprobación de amplios sectores, lo que no es tan sorprendente porque, al fin y al cabo, es del interés de casi todos los miembros de la clase dirigente negar tener responsabilidad alguna de la debacle que se ha producido. Asimismo, el ejemplo brindado por la intelectualidad centroeuropea de los años veinte y treinta, antes de su descuartizamiento por los nazis primero y los comunistas rusos después sirve para recordarnos que por motivos concretos quienes conforman esta subclase muy influyente son casi siempre desdeñosos del capitalismo, cuando no lo son rabiosamente hostiles. Con todo, es poco razonable creer que si no fuera por el capitalismo liberal la clase media estaría nadando en la prosperidad porque ocurre que la existencia misma de dicha clase sería inconcebible en el contexto de cualquier otro sistema económico. Es precisamente por eso que revolucionarios de izquierda y, en algunas ocasiones, de la ultraderecha romántica, han intentado barrerla de la faz de la Tierra.
El hecho de que la Argentina sea el único país de población mayormente occidental que se ha precipitado en una crisis económica que conforme a los pesimistas podría calificarse de "terminal", de por sí nos dice mucho. De ser cuestión de un colapso generalizado, comparable al supuesto por la gran depresión que se abatió sobre el mundo hace más de setenta años, sería razonable achacarlo a las "contradicciones internas del capitalismo" y ponerse a pensar en una alternativa radicalmente distinta. Pero, como todos sabemos, en otros lugares el capitalismo está floreciendo. En Estados Unidos y Australia va viento en popa, en Europa goza de buena salud, en Asia oriental está recuperándose con rapidez de los reveses experimentado un lustro atrás, en Chile está produciendo resultados envidiables. Por lo tanto, la "crisis" tiene mucho más que ver con las particularidades argentinas y, en menor medida, latinoamericanas, que con el capitalismo liberal como tal.
¿Cuáles son estas particularidades? ¿Qué ha hecho que la Argentina sea tan radicalmente diferente a otros países occidentales? Si logramos identificar las características peculiares del orden político-económico existente, nos debería ser relativamente fácil diagnosticar la enfermedad y decidir cuál sería la cura indicada. Sin embargo, por motivos comprensibles, los beneficiados por las excentricidades nacionales no han manifestado mucho interés en definirlas. La idea de que convendría hacer una lista con el propósito de diferenciar las meramente inocuas de las con toda seguridad venenosas les parece intolerable, de ahí la voluntad del grueso de la clase política de defenderlas sin distinción, luchando con furia en favor de aberraciones como aquella ley de subversión económica que antes muchos habían atacado por saberla un vestigio de una época vergonzosa pero que últimamente les pareció espléndida porque les ha suministrado un pretexto presuntamente legal para encarcelar a banqueros. Aunque algunos banqueros sean personas malísimas, la retórica empleada por los que eran reacios a eliminar la ley era evidencia suficiente de que lo que tenían en mente era seguir contando con un arma que les resultaba coyunturalmente útil.
De haber sido la clase media argentina blanco de una ofensiva emprendida por sus enemigos declarados, su situación sería mejor porque sabría contra quienes le convendría luchar. Por ser su condición la consecuencia no deseada de una larga serie de equivocaciones agravadas por el egotismo de dirigentes congénitamente miopes duchos en el arte de engañar a los crédulos, está tan consternada que franjas significantes están más que dispuestas a festejar a sus verdugos, estimulándolos a redoblar sus intentos de aniquilarlas por completo, aunque sólo lo hicieran por error. Si bien los hay que comprenden que dadas las circunstancias la única "salida" tendría que asumir la forma de un gran esfuerzo conjunto por reducir las diferencias políticas, administrativas, económicas y jurídicas que separan la Argentina de las demás naciones occidentales, por ahora llevan la voz cantante los decididos a ampliarlas, "estrategia" que acaso resultaría provechosa desde el punto de vista de los consustanciados con el corporativismo prebendario y clientelar que ha arruinado al país pero que, desde aquella de la mayoría abrumadora de sus habitantes, es suicida.
     
     
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