Domingo 30 de junio de 2002
 

Actitud ambigua

 
  Por un lado, tanto los funcionarios del gobierno del presidente Eduardo Duhalde como casi todos los demás integrantes de la clase política nacional insisten en quejarse de los esfuerzos de países como Estados Unidos y los miembros de la Unión Europea por obligarlos a tomar medidas determinadas aun cuando éstas sean más que razonables, pero por el otro protestan con indignación contra su negativa a asumir la responsabilidad de brindar una "solución" indolora para el desaguisado que se las han arreglado para confeccionar. Esta actitud ambigua, para no decir esquizofrénica, fue expresada muy bien por Duhalde cuando afirmó que "en Estados Unidos no se han dado cuenta de que el liderazgo global implica una responsabilidad y una carga", o sea, que a su entender los norteamericanos deberían ponerse a rediseñar "el modelo global", una empresa imperialista si las hay, aunque es de suponer que cree que debería hacerlo para que corresponda mejor a la cosmovisión particular del peronismo bonaerense.
Aunque muchos comparten la convicción de Duhalde de que "es evidente que esta globalización no es justa" porque, tal y como ha sido el caso desde que el mundo es mundo, el esquema existente propende a favorecer a los ya poderosos a costa de los débiles, el presupuesto de que en última instancia todo depende del "país rector" es de por sí enervador, sobre todo en las circunstancias en las que nos encontramos. Por cierto, no nos ha beneficiado en absoluto la decisión de Duhalde de esperar a que Estados Unidos asuma plenamente sus responsabilidades imperiales para entonces enviarnos dinero. Si bien los dirigentes norteamericanos y los funcionarios del FMI parecen estar dispuestos a impulsar algunos cambios en la arquitectura financiera internacional con el propósito de atenuar las consecuencias nefastas para los países latinoamericanos, todos los cuales dependen de créditos procedentes del "Primer Mundo", de la extrema volatilidad de los mercados, se trata de un proceso que podría prolongarse durante muchos años. En cuanto al proteccionismo que es tan típico de los países ricos, se trata de una realidad lamentable con la que tendremos que acostumbrarnos a convivir porque, desgraciadamente, escasean los gobiernos democráticos que estén preparados para sacrificar los intereses de empresarios, granjeros y sindicalistas locales en aras de la justicia internacional.
En Estados Unidos, los que piensan como Duhalde acerca de las responsabilidades derivadas del "liderazgo global" son por lo general intelectuales conservadores que, para extrañeza de la mayoría de sus compatriotas, suponen que su país efectivamente constituye un "imperio" y que por lo tanto le será necesario acostumbrarse a desempeñar un papel similar a aquel de Gran Bretaña en el siglo XIX o, conforme a los más imaginativos y ambiciosos, de la Roma de hace dos milenios. Sin embargo, por razones históricas, el grueso de los norteamericanos sigue negándose a tomar en serio la noción de que le haya tocado un destino imperial -antes bien, se cree tan antiimperialista como cualquier izquierdista latinoamericano-, motivo por el que hasta ahora Estados Unidos ha sido relativamente reacio a aprovechar al máximo su supremacía abrumadora militar y económica como con toda seguridad hubieran hecho otras potencias -como, por ejemplo, la Unión Soviética, la Alemania nazi, el Japón imperial- en una situación parecida. Pero, de más está decirlo, la falta de interés de los norteamericanos en apoderarse directamente de otras zonas del mundo también supone la resistencia a asumir aquellas responsabilidades mencionadas por Duhalde que quisiera que Estados Unidos aceptara todas las desventajas de su primacía sin disfrutar de ninguno de los privilegios que el poder supremo siempre ha supuesto. Claro, sería muy bueno si esto sucediera, pero la verdad es que no existe razón alguna para prever que los norteamericanos sean tan extraordinariamente benignos que estén por inaugurar el primer imperio resueltamente caritativo de la historia del género humano, de suerte que convendría que nuestros gobernantes pensaran un poco menos en la irresponsabilidad de Estados Unidos que según ellos no está a la altura de las circunstancias por no habernos salvado y un poco más en sus propias deficiencias.
     
     
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