Domingo 23 de junio de 2002
 

Caída libre

 
  Puesto que en nuestro país las estadísticas suelen llegar con un retraso de varios meses, no cabe duda de que el panorama ya se ha hecho mucho más tenebroso de lo que era a fines del primer trimestre del año en el que, según acaba de informarse, el Producto Bruto Interno se achicó el 16,3% contra el mismo período del año pasado. En vista de que desde comienzos de abril los problemas se han agravado, la situación actual es sin duda alguna peor. Además, no existen demasiados motivos para creer que hayamos llegado a un punto de inflexión, para que en adelante las inversiones, el consumo, la producción, los salarios y la creación de empleo empezaran a mostrar señales de recuperación. Por el contrario, todo hace prever que en la segunda mitad del año el país continuará rodando cuesta abajo y que en el sector privado -pero no en el público- la desocupación seguirá aumentando hasta alcanzar niveles aún más terribles que los ya registrados.
Frente a lo que es una emergencia económica, y por lo tanto "humana", de dimensiones desconocidas en las naciones desarrolladas desde los días de la Segunda Guerra Mundial, sería razonable suponer que la clase dirigente haría todo cuanto resultara necesario para que la Argentina comenzara a recuperarse, pero parecería que el grueso de sus integrantes está más interesado en sus respectivas internas partidarias, que en el destino del país. Ya han perdido seis meses debatiendo, por decirlo así, la relación con el FMI -lo que les brinda un pretexto para demorar una y otra vez la toma de medidas concretas-, y si bien los legisladores siempre terminan aprobando las modificaciones exigidas por el organismo internacional, la voluntad de muchos individuos de aprovechar la oportunidad para "diferenciarse" del gobierno ha servido para prolongar durante meses los trámites correspondientes, lo cual, obvio es decirlo, ha incidido de forma catastrófica en el nivel de vida de los demás. Por su parte, el gobierno de Eduardo Duhalde ha manejado la crisis de manera tan incompetente que los resultados de su aún breve gestión han sido los peores de la historia de un país que por cierto nunca se ha destacado por sus logros económicos. Como es natural, los voceros duhaldistas han imputado la caída del primer trimestre a "la herencia" y al "modelo", pero a esta altura es penosamente evidente que su propio aporte a la hecatombe ha sido realmente fenomenal.
También ha sido notable el aporte de otros miembros de la clase política. No sabremos nunca cuánto nos habrá costado aquellos festejos obscenos que protagonizaron muchos legisladores cuando el entonces presidente Adolfo Rodríguez Saá anunció el default, pero con toda seguridad provocaron más perjuicios al país que los ocasionados por todos sus enemigos extranjeros en toda su historia al convencer a los dirigentes norteamericanos, europeos y japoneses de que la Argentina estaba en manos de un conjunto de imbéciles irresponsables y que por lo tanto sería necesario dejarla cocinar en su propia salsa hasta que sus habitantes aprendieran a respetar ciertos principios básicos. Asimismo, la manera improvisada en que el ministro de Economía del sucesor de Rodríguez Saá instrumentó una devaluación muy difícil, alegremente pisoteando una multitud de derechos en su afán de premiar a los lobbistas "productivos", resultó más que suficiente como para asegurar que lo que iba a ser un trance muy difícil fuera un desastre con muy pocos atenuantes. Por cierto, hasta ahora los beneficios supuestos por aquella devaluación "asimétrica" han sido mínimos, mientras que los costos han sido colosales.
El país seguirá hundiéndose mientras no cuente con un gobierno coherente y capaz de merecer la confianza ajena, pero todavía no puede vislumbrarse en el horizonte ningún movimiento que sea a un tiempo responsable y lo bastante atractivo como para tener una posibilidad de triunfar en elecciones. Así, pues, en los meses próximos por lo menos, el país seguirá siendo gobernado por los políticos que lo han arruinado al subordinar virtualmente todo a su propios intereses sectoriales y que, pese a todo lo ocurrido, continúan resistiéndose a reconocer que el estado de la economía podría tener algo que ver con sus propios errores de comisión y de omisión.
     
     
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