Lunes 17 de junio de 2002
 

Un estilo destructivo

 
  Según el ex presidente Fernando de la Rúa, la corrida bancaria que precedió al corralito y el colapso del sistema financiero nacional fue provocada en gran medida por las actividades de la diputada Elisa Carrió, política cuyas denuncias sensacionales, que no ha podido probar, sobre el presunto lavado de dinero por miles de millones de dólares contribuyeron a crear un clima de incertidumbre que a la larga resultaría fatal. Aunque a esta altura pocos tomarán demasiado en serio el intento de De la Rúa de atribuir la caída tanto de su gobierno como de buena parte de la economía a la cruzada emprendida por la fogosa chaqueña, no se habrá equivocado por completo. Por distintas razones, desde hace mucho tiempo una proporción muy significante de la clase política, acompañada por algunos medios de difusión, sobre todo los televisivos, se ha dedicado a informar a la ciudadanía y a los inversores extranjeros de que la economía argentina es un engendro tan monstruoso que sería mejor para todos que se autodestruyera. En base de dicha convicción, políticos como Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín declararon la guerra contra "el modelo", vaticinando que tendría un final apocalíptico, se hizo rutinario exagerar la importancia de todos los reveses y minimizar aquella de los logros, y se organizó una caza de brujas frenética contra "menemistas" como el entonces jefe del Banco Central, Pedro Pou. Puesto que la mayoría de los políticos parecía resuelta a desmantelar "el modelo" cuanto antes, no sorprende que éste haya terminado hundiéndose.
Por desgracia, aunque las lacras que fueron denunciadas por los enemigos del "modelo" eran auténticas, nadie tenía en mente una alternativa genuina, de suerte que su destrucción sólo ha servido para dejar un vacío. Además, a juzgar por la gestión posterior de Duhalde, mandatario que cuenta con el apoyo firme de Alfonsín, y por ciertos comentarios formulados por Carrió, la única diferencia entre el "modelo menemista" y el que es de suponer surgirá después de la transición consiste en que la versión nueva será más "seria", es decir, que se aproximará más al paradigma estadounidense o europeo. Es una lástima que no se hayan preocupado por aclarar antes este detalle -en tal caso nos hubieran ahorrado muchas calamidades- pero, huelga decirlo, en aquel entonces a Duhalde, Alfonsín y, a su modo, Carrió les convenía hacer pensar que al país le sería muy fácil dotarse de una economía que sería radicalmente diferente de la existente, una en que habría trabajo y dinero para todos.
Pues bien: aunque muchos políticos, sindicalistas, clérigos, académicos y periodistas se consideran "nacionalistas", con muy pocas excepciones ven la realidad argentina a través de un prisma europeo, indignándose por deficiencias que sin duda alguna sería apenas concebibles en Francia o incluso en España, pero que son virtualmente inevitables en un país en el que el ingreso per cápita es decididamente inferior. Esta propensión, combinada con la costumbre difundida de repetir las diatribas antinorteamericanas, antiliberales y anticapitalistas que siempre están en boga en París, contribuyó mucho a socavar la confianza de la ciudadanía en el futuro del país. No es que no tengamos derecho a disfrutar de los mismos beneficios que los franceses y españoles, es que antes de alcanzarlos tendríamos que avanzar por el camino que ellos transitaron años antes, lo cual, por supuesto, nos obligaría a trabajar con paciencia y tesón, soportando penurias y tolerando situaciones que en otras partes sólo preocupan a los historiadores. Mal que les pese a los políticos y otros que por vivir en una burbuja primermundista encuentran escandalosa la realidad del país, nos convendría reconocer que no nos será dado cambiar de "modelo" para que, por arte de birlibirloque, la Argentina se convierta de la noche a la mañana en un dechado de honestidad, prosperidad y justicia social. Para alcanzar tal destino, tanto el gobierno como el resto de la clase dirigente tendrán que aprender a trabajar con realismo y sobriedad, cualidad ésta que no abunda entre los muchos que han hecho del oposicionismo histérico al statu quo un estilo de vida que, si bien a algunos les ha supuesto cierta popularidad, también ha aportado mucho a la ruina del país.
     
     
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