Domingo 2 de de junio de 2002
 

Maniobras infantiles

 

Si los radicales coinciden en algo, esto es que no les convendría verse obligados a rendir cuentas ante el electorado.

  Para aquellos historiadores del futuro que se interesen en el ascenso, estancamiento y disgregación del movimiento radical, la conducta de los integrantes de la UCR a partir del triunfo electoral de Fernando de la Rúa siempre constituirá un enigma inexplicable. Por motivos vinculados con el temperamento peculiar de su caudillo vitalicio, Raúl Alfonsín, los dirigentes radicales se resistirían a intentar gobernar con eficacia, tomando en cuenta tanto la realidad económica como la necesidad patente de atenuar los gravísimos problemas sociales. Por carecer de vocación administrativa, optarían por cumplir un papel opositor mitigado únicamente por la voluntad indisimulada de los operadores partidarios de aprovechar al máximo el botín político conquistado. Además de inutilizar a lo que conforme a todas las pautas conocidas había sido su propio gobierno para después hacer un aporte decisivo a su caída ignominiosa, los radicales tratarían de desempeñar el mismo rol en su sucesor, el del peronista Eduardo Duhalde, apoyándolo formalmente mientras harían lo posible por frustrar todas sus iniciativas concretas, "diferenciándose" de este modo del Poder Ejecutivo con la esperanza absurda de que el electorado los premiara por su "principismo".
A juzgar por las encuestas de opinión, el electorado no tiene ninguna intención de complacerlos. Lejos de sentir gratitud por el presunto apego de los caciques radicales a principios irrenunciables o por sus hipotéticos aportes a la estabilidad institucional, la ciudadanía ya no puede ocultar el fastidio que le están produciendo las sinuosas maniobras parlamentarias de legisladores radicales cuyos esfuerzos por ser a un tiempo oficialistas y opositores sólo han servido para agravar la crisis al reeditar la misma situación que imperaba durante los meses finales de la gestión de De la Rúa. Para colmo, el comportamiento de los líderes radicales ha estado en la raíz del desprestigio de "los políticos" en su conjunto porque, con justicia o sin ella, en nuestro país la UCR simboliza "la vieja política". Por lo tanto, es comprensible que sean cada vez más los peronistas que quisieran poner fin a una alianza ad hoc entre Duhalde y los radicales alfonsinistas que, desde el "golpe cívico" de diciembre pasado, les ha brindado más perjuicios que ventajas.
Claro, los alfonsinistas aparte, son muchos los radicales que también preferirían liquidar la alianza para poder asumir con plenitud el papel del principal partido de la oposición, neutralizando de esta forma el avance del ARI de la es de suponer ex radical Elisa Carrió. Tal aspiración tendría algún sentido si los "disidentes" radicales y los aristas tuvieran en mente un programa de gobierno coherente pero, es innecesario decirlo, no tienen la menor idea de lo que harían en el caso de que el electorado les pidiera formar una administración. Todos afirman saber lo que no les gusta: el FMI, los ajustes, el corralito, el "modelo", la "globalización, etc. Pero cuando es cuestión de formular propuestas concretas, sólo atinan a balbucear generalidades a su entender bienintencionadas.
Si los radicales coinciden en algo, esto es que no les convendría en absoluto verse obligados a rendir cuentas ante el electorado en los meses próximos. Sin embargo, no existe motivo alguno para suponer que andando el tiempo su imagen colectiva mejore lo suficiente como para permitirles conseguir una proporción digna de los votos. Por el contrario, parecería que a juicio de buena parte de la población del país la UCR se asemeja a un animal moribundo cuyos retorcimientos agónicos ya han ocasionado demasiados destrozos, de suerte que a la primera oportunidad optará por asestarle el golpe de gracia. Si esto sucede, los culpables de la muerte de lo que durante muchos años fue un partido que, mejor que cualquier otro, encarnaba la moderación democrática, habrán sido todos aquellos radicales, y son muchos, que por arrogancia, debilidad, fatuidad o miopía se han negado sistemáticamente a afrontar el desafío colosal planteado por el penoso atraso del país en un mundo que está cambiando a una velocidad vertiginosa, eligiendo el camino facilista que creían ver en la protesta "ética" combinada con el clientelismo más impúdico.
     
     
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