Sábado 1 junio de 2002

 

Cuando el "Che" era Fuser y andaba por la Patagonia

 
 
Verano del "52. Ernesto Guevara Lynch de la Serna. 23 años. Una ruta por delante y una vida por andar. Mucho se sabe del legendario guerrillero argentino, el "Che", pero a muchos escapa que sus primeros pasos en su periplo latinoamericano fueron dados aquí, en la Patagonia.
Y aquel verano no fue poca cosa. Entonces emprendió su "camino iniciático", la senda en pos del sí mismo, de la que jamás se retorna.
Cuando todavía no era el "Che", sino "Fuser", (apócope de Furibundo Guevara Serna, como le llamaban sus compañeros de rugby) decidió, junto con su amigo Alberto Granado, ir desde la Argentina a Estados Unidos en moto. Viaje que nació como un sueño delirante masticado bajo la sombra de una parra, pero como tal vivió lo que un suspiro. El "Che" ya mostraba su decidida vocación de transformar la materia onírica en realidad. Las fantasías en motor de aventuras.
Guevara escribe en su diario de viaje: "Fue una mañana de octubre. Yo había ido a Córdoba aprovechando las vacaciones del 17. Bajo la parra de la casa de Alberto tomábamos mate dulce y comentábamos todas las últimas incidencias de "la perra vida", mientras nos dedicábamos a la tarea de acondicionar La Poderosa II. El se lamentaba de tener que haber abandonado su puesto en el leprosario y yo también tenía algunas desazones, debidas, más que nada, a mi espíritu soñador; estaba harto de la Facultad de Medicina, de hospitales, de exámenes. Por los mismos caminos del ensueño llegamos a remotos países, navegamos por mares tropicales...y de pronto surgió la pregunta: ¿Y si nos vamos a Norteamérica? -¿A Norteamérica? ¿Cómo?- inquirió mi amigo- ¡¡En La Poderosa, hombre...!!"
Así, en una rueda de mate, los amigos sellaron el compromiso de partir.
La sangre corrió como champán por las venas de Guevara durante el año de preparativos para el viaje. Mil y una vez habló en sueños con su abuela. De su boca había escuchado en su infancia las primeras aventuras y a ella le contaba, paso a paso, el itinerario que dibujaba con destreza sobre mapas imaginarios.
La genética también contó en la elección del destino. El "Che" mantuvo una relación muy estrecha con su abuela paterna, de apellido Lynch, quien lo había acercado a sus ancestros que vivieron en California, refugiados allí como exiliados políticos del gobierno de Juan Manuel de Rosas (1829). No así los Guevara, descendientes de los fundadores de Mendoza, quienes llegaron a EE. UU. tras "los placeres de California", como buscadores de oro.
Nadie duda de que estos relatos leudaron las fantasías atropelladas del joven Guevara y en medio del limbo de recuerdos el desafío echaba cuerpo. ¿Si ellos lo hicieron, por qué no lo haría? ¿Por qué habría de ser un disparate pensar en llegar en moto a EE. UU. desde la Patagonia?
Llegaron a enero y subidos a La Poderosa II, una Norton de 500 centímetros cúbicos de cilindrada que "parecía un enorme animal prehistórico", partieron. El primer destino, la cordillera argentino-chilena. Bahía Blanca, Choele Choel, Cipolletti, Piedra del Aguila, San Martín de los Andes, Bariloche, Temuco, Santiago y a trepar América.
A los 20 años, Ernesto Guevara era aún un tipo cándido, divertidísimo, inquieto, empachado de sueños, romántico, sensible y todavía no había llegado a leer la última hoja del Capital. Entonces, era un estudiante avanzado de medicina, aun adormilado para comprender su destino (si es que alguna vez lo imaginó), un pibe que pensaba con frecuencia en cómo hacer plata, incluso con inventos o algún "curro" extraño que la vida porteña le ponía en el camino.
Granado y Guevara eran amigos de años, se conocieron por la pasión común por el rugby. Ernesto tenía 14 años y los clubes lo rechazaban debido a su asma. En su posición de medio scrum, siempre tenía un buen amigo que, para darle el gusto de jugar, corría a la par suya con un inhalador para cuando la respiración apretara.
Granado aún hoy repite la impresión que causó la prueba a la que sometieron al "Che" para terminar admitiéndolo en el club. La misma consistía en saltar un palo de escoba que estaba a metro y medio de altura y debía caerse sobre un hombro sin apoyar las manos. Lo cierto es que "hubo que pararlo para que deje de saltar". Fue un jugador excelente.
Granado era mucho mayor cuando se conocieron, le llevaba seis años. Pero pese a la diferencia de edad, durante diez años cultivaron sin inconvenientes su amistad, mientras alimentaban un sueño: la utopía de partir.
Al terminar la secundaria, el "Che" hizo su primera incursión en el "raidismo". Cuentan que un médico lo había sentenciado a causa del agravamiento de su asma y le limitó los ejercicios físicos. Cuando salió del consultorio tomó la decisión de recorrer medio país en bicicleta. Y así lo hizo. Una hazaña que fue documentada como tal en la tapa de El Gráfico.
Cinco años más tarde llegó a la Patagonia en moto. El paso por aquí fue particular, fue el tiempo que acumuló la excitación de todos los preparativos del viaje. Representa la etapa más "argentina", la más despreocupada. La narración que lleva Guevara en su diario no tiene desperdicio. Con un lenguaje francamente irónico, fresco y marcadamente porteño, nos lleva a su universo de caminante voraz.
El primer destino, obviamente, el Nahuel Huapi. Los mitos convocantes de esta zona del país siempre fueron poderosos y era impensable una aventura semejante que no incluyera en su mapa a la mítica Patagonia, aun cuando la elección implicara desviarse kilómetros de su destino. La escala inicial fue Bahía Blanca, la dificultad inaugural, atravesar los médanos de sus cercanías. Con varios porrazos en su haber llegaron a Choele Choel, pueblo que fue guarida de una gripe que lo asaltó a Guevara el 25 de enero y que lo obligó por varios días a ser huésped del hospital local.
La ruta que unía el Alto Valle con la cordillera entonces era de tierra, pero animados por el apuro por llegar a la zona de los lagos, la transitaron sin mayores dificultades hasta llegar a Cipolletti, donde pernoctaron en un calabozo vacío de la comisaría.
El 28 partieron para el siguiente destino, Piedra del Aguila. La presencia del infaltable viento patagónico dominó la escena. Impedidos de avanzar, se vieron obligados a hacer una parada y a ¡¡atar la moto a un poste telegráfico!!, donde lograron afirmar un extremo de la carpa para pasar la noche.
Cuando el temporal amainó, siguieron viaje y poco a poco dejaron la estepa atrás. Ya los pliegues de la cordillera asomaban y el verde boscoso amanecía en la ruta.
El último día de enero llegaron a San Martín de los Andes, donde precipitaron sus miradas atónitas en un lago que parecía de aceite, ya sin las marcas rencorosas del furioso temporal de viento que lo golpeó en toda su superficie el día anterior. San Martín era un pequeño y pintoresco poblado entonces y, como gran parte de esta geografía, poblado de nativos y de inmigrantes europeos. En el pueblo se alojaron en un galpón de Parques Nacionales. Recorrieron los Siete Lagos, se pasaron varios días sumergidos en los bosques, impregnándose de aroma a pino. Conmovidos con el silencio, el verde profundo de estas latitudes, se sintieron felices de estar atrapados en el refugio de la cordillera de los Andes. Pero seguir era la clave y vencieron sus deseos de permanecer allí por siempre.
El 8 de febrero conquistaron las imponentes aguas del Nahuel Huapi. Ambos se quedaron mudos ante la inmensidad de aquellas aguas. Bariloche era la frontera. Un día más tarde dejaron el país por primera vez.
Con emoción cruzaron a Chile por Puerto Blest embarcados en la Modesta Victoria, rodeados de la curiosidad de turistas extranjeros y de la apuesta de los locales que se jugaban la vida a que los raidistas no llegaban con la moto ni a Santiago de Chile.
Recuerda Guevara en un relato que destila emoción, donde parece remontar vuelo: "Un sol tibio alumbraba el nuevo día, el de la partida, la despedida del suelo argentino.... ya estábamos en ese minúsculo paraje del lago, llamado pomposamente Puerto Blest. Unos kilómetros de camino y otra vez agua, ahora en las de una laguna de verde sucio, laguna Frías. Navegamos un rato para llegar a la aduana, allí nos topamos con un nuevo lago alimentado por las aguas del río Tronador, que nace en el imponente volcán del mismo nombre. Dicho lago, el Esmeralda ofrece, en contraste con los argentinos, unas aguas templadas que hacen agradable la tarea de tomarse un baño.
Sobre la cordillera, en un lugar llamado Casa Pangue, hay un mirador que permite abarcar un lindo panorama del suelo chileno, es una especie de encrucijada, por lo menos para mí lo era en ese momento. Ahora miraba al futuro, la estrecha faja chilena y lo que viera luego, musitando los versos "Y ya siento flotar mi gran raíz libre y desnuda..."."
En suelo chileno las complicaciones con la moto se multiplicaron y fueron tantas, que decidieron dejar el rodado en la capital chilena para seguir por otros medios. "A La Poderosa II le están saliendo todos los dolores", escribe Granado en Osorno.
Previo paso por Valdivia, llegaron a Los Angeles, donde la hospitalidad chilena volvió a conmoverlos. Pero cierto resto de dignidad los hacía pensar en trabajos temporarios para poder comer, aunque jamás perdieron la generosidad para recibir. Durante el viaje usaron su carnet de "expertos" en ciencias médicas. En Temuco aparecieron en la tapa de un diario local como "expertos en leprología" y a partir de entonces, rememoran, "nos empezaron a tratar como reyes" .
Hartos de los problemas con la moto, salieron de aventuras. Mujeres, bailes, borracheras, peleas con hombres despechados por sus mujeres que sucumbían a la seducción de los argentinos, y hasta llegaron a hacer de bomberos en un incendio en Los Angeles.
El 2 de marzo se consumó el funeral de la moto en Santiago y, entonces, se inició una nueva etapa del periplo americano. A merced de sus pies y de los demás, retomaron un camino que finalizó el 26 de julio de 1952 en Estados Unidos, cuando alcanzaron su primera gran meta juntos.
A lo largo del viaje atendieron enfermos, recibieron consultas, visitaron y vivieron en un leprosario en el Amazonas. Fue durante estos pasajes que pudo vislumbrarse el otro sentido de la vida del "Che" Guevara, el cómo iba perfilando su espacio de compromiso a medida que se adentraba en América y en su realidad pródiga y mísera a igual tiempo.
Cuatro veranos más tarde, el "Che" desembarcó del "Granma" junto con Fidel Castro y 82 hombres en Cuba. La Revolución se ponía en marcha.

Susana Yappert

syappert@rionegro.com.ar

   
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