Sábado 25 de mayo de 2002
 

Riesgos

 

Por Jorge Gadano

  Aunque parezca un acontecimiento remoto, aplastado por el paso de siglos y que todos queremos enterrar en el olvido, no cabe duda de que la historia argentina por escribirse dirá que el último presidente del segundo milenio en este país fue Fernando de la Rúa. El sadomasoquista historiador que la escriba dirá también que este presidente, acompañado en la vicepresidencia por el licenciado Carlos Alvarez, un hombre joven e inteligente que aún después de haber asumido el cargo siguió viajando en taxi y tomando café en el bar de su barrio, representaron una nueva esperanza para el pueblo argentino, castigado durante interminables décadas por crisis y calamidades sin cuento. Aunque no lo dijeron con las mismas palabras que Carlos Menem, ellos, De la Rúa y Alvarez, también quisieron, durante su campaña electoral, llevar a sus conciudadanos la seguridad de que no los defraudarían. El pueblo -dividido hoy por mitades entre los muy pobres que roban y los no tan pobres que temen ser robados- esperaba cosas tan simples como trabajo y decencia.
No fue así. El desempleo aumentó, la criminalidad también y la corrupción continuó. El caso más grave fue el del pago de sobornos a senadores para que votaran en favor del proyecto de ley de reforma laboral. Que "la justicia" no avanzara en la investigación no significa que los argentinos hayamos abandonado la sospecha de que esos sobornos fueron, efectivamente, pagados. En otros tiempos, muy lejanos ya, podíamos creer que los acusados eran inocentes si no había condena. Pero ahora no, porque, en general, la Justicia también ha perdido la confianza que alguna vez tuvo.
A medida que nuestra confianza se descascaraba, el gobierno se debilitaba. Alvarez dijo una vez, refiriéndose a unos militantes porteños del Frente Grande que objetaban el acuerdo de la Alianza con el Partido Renovador salteño (de origen procesista), que "los compañeros tienen que aprender a construir poder". Pero su concepción sobre la construcción del poder debió tener alguna falla, porque "el poder" del que formó parte "no pudo" y así fue como primero renunció él, y luego, empujado por saqueos y cacerolazos, debió hacer lo mismo De la Rúa.
En esos dos años los argentinos nos hicimos asiduos lectores del llamado "riesgo-país", que aumentaba mes a mes primero, luego semana a semana, y ya sobre el final todos los días, hasta alcanzar el segundo puesto mundial. No logramos superar a Nigeria, aunque quizás podamos hacerlo en otro tipo de confrontación dentro de una semana.
Los crecientes índices de nuestro riesgo nos agobiaban, pero no podíamos menos que confiar en ellos, porque no había autoridad económica o economista que los pusiera en duda. Era tan así que aquel gobierno no se ocupaba tanto de bajar el desempleo, o los índices de criminalidad y corrupción, como de lograr que el riesgo-país descendiera algunos puntos. No lo consiguió, y hoy el riesgo-país-Argentina ha desaparecido en las nubes. Lo que queda abajo es un territorio que, como esos gigantescos icebergs que se desprenden de las masas polares, parece, separado del planeta, navegar a la deriva mientras se deshace.
En tanto, otros riesgos nacieron. Son los de las empresas que, ¡oh paradojas!, se dedican a calificar riesgos. Una de ellas, la famosa Merrill Lynch -banco de inversión y calificadora a la vez- aceptó una multa de cien millones de dólares que se le impuso por engañar a inversores con "análisis parcializados". Los analista de ML cometían fraudes tales como dar calificaciones positivas a empresas con las cuales la firma tenía negocios de banca. Privadamente daban bajas calificaciones a acciones de esas mismas firmas. El fraude fue destapado por un fiscal de Nueva York, Eliot Spitzer. Descubrió que en un mail un analista calificaba acciones como "basura" y en otro recomendaba a sus clientes que las compraran. La fiscalía está investigando a otras siete firmas, entre las que figura la conocida Goldman Sachs.
Por otra parte, el colapso del grupo energético Enron, tan escandaloso como imprevisto, encendió luces rojas en el Congreso de los Estados Unidos. Encabezados por el demócrata Joseph Lieberman, varios legisladores amonestaron a las prestigiosas Fitch, Moody"s y Standard & Poor"s, por no haber advertido oportunamente sobre la quiebra de la compañía. Según un despacho que publicó el diario "Clarín", el presidente de la Comisión de Mercados y Valores (SEC), Harvey Pit, dijo que será revisada la forma en que el organismo controla a ese sector.
Las tres calificadoras mencionadas constituyen un virtual monopolio, porque son las únicas designadas por la SEC para dar recomendaciones estadísticas reconocidas en todo el país. Las firmas colocadoras de acciones y títulos exigen que las empresas que emiten deuda tengan al menos dos recomendaciones de las tres calificadoras preferidas por la SEC.
El monopolio es por de más lucrativo. La Moody"s Corporation tuvo, entre 1997 y finales del 2001, un margen de beneficios del 33,5%. La calificadora Moody"s cobra desde 25.000 a 125.000 dólares por poner la nota a una empresa.
     
     
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