Miércoles 29 de mayo de 2002

 

Tu enfermedad

 
 
Tu dolor es el mío.
Sé lo que vas a decir al respecto, que no entiendo, que no tengo una pálida idea de cuánto te he herido esta vez. Tantas veces me empeciné en destruir tus barreras de contención, tus trucos de bruja sabia. No hacías más que protegerte del puñal que esconde en su capa el amor.
No hay pasión sin consecuencias. El orgasmo es la calma que precede a la tormenta. Por eso unos pocos eligen el paroxismo y los demás el desierto de lo seguro.
Cada vez que entregas el alma también ofreces en sacrificio tu cuerpo. Firmas un contrato invisible que pide intereses exorbitantes. Pero aceptas estas malas condiciones a cambio de amar. Amar aunque el temporal arrecie y Poseidón se oponga, amar con el fuego sagrado que mantienes vivo dentro (justo para estas ocasiones), amar entre el goce y el llanto, mientras suplicas y das amor a manos llenas. A pesar de la certeza cruel de que nadie es capaz de procurarte tanto daño como aquel que se pone de rodillas en la noche confesando ser tuyo. Amor, último refugio de los condenados al olvido.
Estoy de acuerdo con que soy un desalmado, un ser incapaz de abandonar el camino de la ira cada vez que corre a tus labios. Y por más que jure en nombre de los santos del cielo que no pecaré, que no hurgaré en tus heridas cuando la oportunidad sea propicia, eres consciente de que reincidiré sin falta. Tarde o temprano me escucharás pedir perdón de nuevo.
¿Perdonarás a este miserable entonces? ¿Dejarás tu pulgar alzado para que siga viviendo? ¿Barrerás con una caricia la furia de la jornada?
Tu dolor es mío porque soy su génesis. Nadie mejor que este servidor para definir la fórmula del veneno, la extensión y el fondo de la enfermedad que te asfixia. Lamentablemente, conozco la pócima, no el antídoto.
Hemos nacido imperfectos. Intrínsicamente malos. Las vilezas de la humanidad no son otra cosa que las garras de un demonio en las sombras que cada día puja por salir a la superficie y mostrarse tal cual es.
¿Me quieres aun así? Hay cosas que sólo deberíamos decirles a los psicólogos y a los amigos de parranda. Tu dolor es el mío, créelo. No hay mañana, no el mañana eterno del que nos hablaban cuando éramos unos chicos en la escuela.
Después de todos estos años sólo queda este consuelo: tú y yo congelándonos en una esquina, tentados por la locura despierta en las pupilas. Una frase bonita en el bolsillo. Tu mano agarrada de la mía -quisiera cantarte una canción de Alejandro Sanz, pero no doy la talla ni el tono- .
Un día seremos recuerdos, aromas, polvo, casi nada. Ningún historiador escribirá las alternativas de nuestro desconsuelo. Sin testigos voy a robar tu esencia y la declararé -por este cielo negro sin dios que me cubre, por las barbas de todos los valores y prejuicios que dictaminan lo correcto y lo blasfemo- completamente mía. Absolutamente mía.
Te invito a hacer lo mismo o acepta el silencio.

Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar

   
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