Sábado 25 de mayo de 2002

 

Por la luz que me alumbra: Olores sinceros

 
 
El olfato es, quizás, el sentido que genera recuerdos más persistentes. Su capacidad de hacernos viajar en el tiempo es poderosa.
Caminando y atravesando aromas, nos percatamos de que hay algunos en decadencia y otros en pleno auge, a los cuales el silencioso y lento ritmo de la cultura social les declara una guerra invisible o los favorece.
El criollo y oloroso churrasco, junto a su secuaz el huevo frito, hoy son los malos de la cocina y enemigos número uno del sano olor familiar que ni siquiera la ley de los extractores más poderosos puede proteger. Convengamos que las frituras han acumulado mala prensa en esta mitad de fin de siglo y con razón. Aunque en realidad el aceite recalentado ya era reconocido como peligroso para la salud desde las Invasiones Inglesas.
De un tiempo a esta parte los olores respondían a orígenes más naturales y hasta marcaban claramente las estaciones. El otoño se reafirmaba con el olor a fogatas de hojarasca y el verano con el dejo dulzón de la banana. Quién no tuvo alguna vez un oloroso bacalao seco colgando en un rincón o, todo lo contrario, un limonero que nos acariciaba con sus fragancias de azahar en primavera.
Seguramente todos los olores no eran buenos, pero al menos eran sinceros y las cosas olían a lo que eran.
Nuestro presente odorífero es mucho más engañoso. Velas, sahumerios, pastillas y líquidos forman parte del arsenal sintético para enmascarar olores. Es posible que una cartera de plástico barato tenga olor a cuero, que un piso de granito huela como un campo de lilas y que al chueco Venancio lo acompañe un aroma a yupie con Calvin Klein cuando sale de la obra. Hace tiempo ya que la guinda de la torta es un engendro gelatinoso, las frutas del pan dulce son prótesis de siliconas y que el aroma del mismo pan dulce es un líquido que se vende en frasquitos.
La góndola de aerosoles en el supermercado es casi una agencia de turismo virtual.
Piense en qué lugar le gustaría estar sentado en un inodoro y hágalo realidad: "Flores de los Alpes", "Campo de violetas", "Aires de la montaña", "Brisa marina".
Y lo más preocupante es que el engaño se consuma con la eficacia de los efectos especiales. Cerrando los ojos y con un toque, en pocos segundos el baño se transforma en una pradera helvética con el abuelo de Heidi recontento por haber encontrado un baño en medio de la larga caminata por el bosque.
Sin embargo, el arma letal de la repisa es un aerosol de colores asépticos y sin fragancia que reza "neutralizador de olores". Ninguno se le resiste, aunque todavía no está claro si sus misiles paralizan los olores o la sensibilidad de nuestras papilas olfativas.
Lo más terrible será que los recuerdos quedarán también olfativamente neutralizados o vilmente confundidos. Los ahora niños, en su adultez, añorarán la verdulería de la esquina que olía a exótico patchuli. Entrar a un taxi recién lavado y sentir la catarata de fragancia a vainilla que nos hacía sentir una galletita del lado de adentro del paquete, o el taller de caños de escape de la vuelta donde flotaba un delicada mixtura de rosa y jazmín.

Horacio Licera
hlicera@rionegro.com.ar

   
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