Miércoles 22 de mayo de 2002

 

El legado de Atahualpa Yupanqui

 

A diez años de la muerte de Atahualpa Yupanqui, dos de sus discípulas, Suma Paz e Hilda Herrera, analizan el legado del compositor y el desconocimiento que todavía hay de su obra

 
Buenos Aires, (Télam).- La cantante y guitarrista Suma Paz y la pianista Hilda Herrera, dos de las continuadoras más fieles de la obra de Atahualpa Yupanqui, quienes a 10 años de la muerte del máximo artista criollo encabezarán mañana un concierto de evocación en el teatro Nacional Cervantes, repasaron la obra y la importancia de Yupanqui.
Paz, discípula directa y dilecta de don Ata, no se limitó a continuar y difundir la obra del maestro sino que dotó al genial cancionero de su inspirada capacidad instrumental y su expresiva voz.
Herrera, eximia conocedora de la raíz musical nativa, logró en 2000, con la edición del maravilloso álbum "Yupanqui en piano" (donde repasó a sólo piano el cancionero del artista), subrayar la no tan valorada musicalidad presente en la propuesta del creador.
Cercanas al universo expresivo del guitarrista, compositor e intérprete fallecido en Nimes el 23 de mayo de 1992, ambas artistas coincidieron en que el desconocimiento acecha la posibilidad de que Yupanqui pueda ser reconocido, valorado y proyectado a nivel popular y masivo.
"Yo creo que las grandes obras, los grandes monumentos, los grandes cuadros, necesitan perspectiva para ser contemplados en su verdadera dimensión y eso sucede con la obra de Yupanqui. Hace falta tiempo para comprenderlo y quizás a partir de una década de su desaparición eso sea posible", señaló Paz.
La vocalista santafesina consideró que el conocimiento sobre Yupanqui debe ser profundo e integral porque "es imprescindible abordarlo desde el punto de vista de su contenido, su pensamiento y su lineamiento estético. Pero para eso hace falta estudiar y no se puede improvisar".
Desde la misma percepción apuntó que "a don Ata no se lo puede rozar ocasionalmente y pasar sobre él livianamente, tocando un par de cosas. A Yupanqui hay que tocarlo desde adentro, desde el contenido de su obra".
El compromiso que demanda la desgarradora hondura del oriundo de Campo de la Cruz es uno de los inconvenientes que identificó Herrera a la hora de mostrarse poco optimista en torno de una difusión creciente de su herencia estética.
"Toda la música nuestra -consignó la pianista cordobesa- está muy vacía de contenido y, además, atraviesa una decadencia educacional terrible. Por eso se hace cada vez más extraño el lenguaje de Yupanqui para los chicos".
En idéntico sentido, Paz complementó que "los muchachos que nacieron en la segunda mitad de los "70 dicen que su situación es mucho más dramática que la generación anterior porque nacieron en medio del desierto, de la nada, y no saben para dónde agarrar. Aunque, por suerte, andan a la búsqueda de referentes".
Aún con las limitaciones de formación y los banales vientos que soplan en la música local, Herrera resaltó la posibilidad de que la avidez de quienes rastrean señales y la magnitud de Yupanqui superen esas barreras.
La instrumentista indicó que "la búsqueda marca, al menos, un comienzo pues interesarse y admirar a alguien permite que se toquen algunas fibras y que los jóvenes puedan entender a don Ata de una manera más instintiva porque su obra es algo que conmueve. En ese sentido creo que hay una herencia que todos tenemos y que hace que escuchemos algo por ahí y lo reconozcamos como propio aunque no hayamos tenido registro anterior de esa música".

Privilegiada

Vinculando el patrimonio yupanquiano con el desfavorable presente cultural, Paz se reconoció como "una privilegiada" por haberlo tenido, a los 20 años, como maestro e inspirador.
"Siempre me decía -evocó- que la música tenía hondos objetivos y que al canto popular hay que pensarlo como parte del patrimonio, como parte de nosotros. Por eso, con el canto popular no se puede jugar ligeramente ni manosearlo porque expresa lo que somos".
En ese retrato de identidad con que Yupanqui elevó a arte el padecer de los habitantes del campo argentino, la también filósofa detalló que "el dolor fue el fundamento de la obra de Atahualpa".
Más allá del contenido telúrico y testimonial del repertorio de Yupanqui, su visión trágica adquirió un tinte filosófico y universal sobre las aristas dolorosas de la existencia. "La obra de Yupanqui era un canto verdadero. Nada tiene que ver con la música estridente que impera hoy día y sirve para aturdir y distraer, para el olvido momentáneo de las penas", evaluó Suma.

Cinco voces y una común admiración

Los músicos José Luis Castiñeira de Dios, Víctor Heredia, Nito Mestre, Jairo y Ricardo Iorio evocaron la figura de Atahualpa Yupanqui, de cuyo fallecimiento en la ciudad francesa de Nimes se cumplirán diez años mañana.
Jairo: "Atahualpa fue y es el máximo referente del folclore popular. No puedo sentir más que admiración por él porque fue una guía en mi carrera y un ejemplo de cómo se deben hacer las cosas".
Víctor Heredia: "Su historia es un reflejo del argentino que tuvo que salir a pelearla afuera porque acá no tenía el reconocimiento que se merecía. Siento que Yupanqui no murió el 23 de mayo de 1992 sino que fue muriendo antes, de a poco".
Ricardo Iorio: "Don Ata es una figura emblemática para el criollo como lo es Almafuerte (grupo que Iorio lidera e integra) para el heavy nacional. No quiero compararme con él, pero comparto muchas de sus visiones desde mis canciones, como la desigualdad social, el desarraigo y la falta de trabajo".
José Luis Castiñeira de Dios: "No voy a descubrir la rica obra de Atahualpa. Creo sí que más allá de recordarlo al cumplirse diez años de su muerte, debemos recordarlo todos los días, cuando difundimos algunas de sus canciones o releemos sus libros".
Nito Mestre: "Desde chico, más allá de criarme con exponentes del rock internacional, también escuché a Yupanqui porque me impresionaron su forma de escribir y la sapiencia al transmitir sus vivencias. Creo que nos marcó a todos los autores de cualquier género musical. Su música y su poesía no tienen fronteras". (Télam).

Perfil: El dolor como motor de la Argentina

BUENOS AIRES.- El folclore, como género de raíz, tuvo en Atahualpa Yupanqui a un exponente tan cabal y gigantesco, que su obra, enclavada en la inmensidad de la pampa argentina, saltó los límites del país y nutrió de silencios y testimonios al ancho universo de la canción popular.
Con la guitarra sin adornos y la poesía en un estado de salvaje belleza, Yupanqui retrató profundamente su hábitat y cumplió a pie juntillas con el mandato de pintar su aldea y, desde ella, reflejar un mundo atravesado por el dolor.
Los escritos de don Ata -en unas 1200 composiciones y media docena de libros- abordan la insignificancia del hombre ante el vasto mundo, ante el paso del tiempo, ante la acechanza de la soledad.
En la amplia producción artística del creador se cuentan zambas, canciones, milongas, chacareras, vidalas y estilos que constituyen una sólida columna vertebral para cualquier antología del arte criollo.
Sólo algunas de sus piezas más conocidas son "El payador perseguido", "Chacarera de las piedras", "Basta ya", "La hermanita perdida", "Camino del indio", "Los ejes de mi carreta", "Zamba del grillo", "Milonga del peón de campo", "Luna tucumana", "La añera", "La pobrecita", "El arriero", "La flecha", "El alazán", "Madre del monte", "A qué le llaman distancia", "Piedra y camino", "Milonga del solitario" y "Le tengo rabia al silencio".
La indisoluble comunión entre el compromiso social y la vida campesina al sur del mundo en la obra de quien nació como Héctor Roberto Chavero, logró que los denuestos sobre lo "paisajístico" o lo "panfletario" que habría en su creación queden disminuidos a torpes muecas de sus detractores.
No hay modo de descubrir en qué sitio de su cancionero comienza la postal de su tierra y dónde se proyecta la crítica contra el orden injusto, porque cada sonido, cada palabra, conforma un todo que va más allá de esos caracteres y, en cambio, se abisma en las profundidades del alma humana.
La impar mixtura entre la noción de pertenencia, la asunción de lo trágico de la existencia y la toma de postura social sobre un pentagrama contenido, ajustado, sin efectismos, integran una obra tan imprescindible como compleja de asir.
Esta suma de valores y compromisos siempre latentes en el ideario yupanquiano que se despliegan evitando la rítmica pegajosa y accesible, constituye un valor atemporal pero también una pesada carga para quienes no estén a la altura de tan contundente propuesta.
A una década de su muerte, la obra de Atahualpa Yupanqui resulta un legado que, olvidado o minimizado por la oscuridad que impera en torno a la construcción de una cultura genuina y popular, brilla con la esperanzadora fuerza de saberse fuente capaz de alumbrar tiempos mejores. (Télam).

Foto: Atahualpa Yupanqui nutrió con su profundidad el universo de la canción popular argentina.

   
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