Lunes 1 de abril de 2002
 

Docentes rionegrinos al borde de...

 

Otra mirada

  "De no ser por lo trágico sería cómico", suele calificarse con pudor. Sin embargo la realidad es tan salvajemente increíble y el pudor ha sido tan vulnerado que a veces el humor parece una hormona salvadora que alguna glándula segrega para protegernos del corto circuito.
Al menos eso parecía pasar en el cuerpo de María, esta maestra que se descubrió riendo ante el espejo a las siete de la mañana.
-¿De que "caratso" (docente al fin) me estaré riendo?, me estaré volviendo loca..., pensaba.
No tenía ningún razón para reírse, como ninguna de sus colegas. Sin embargo, se dejó llevar por el recuerdo cómico.
Esa noche había soñado que la perseguía una berenjena gigante, la madre de las berenjenitas que estuvo envasando el día anterior. Finalmente la arrinconaba contra una pared y le espetaba que además de encerrarlas en un frasco y hervirlas las compró con viles Lecops. ¡Papeles pintados!. Para colmo de males había pedido rebaja de forma humillante y sugirió que le regalaran el perejil. Las hordas hortícolas le gritaban desde un cajón: Se va acabar, se va a acabar... esa costumbre de envasar. Asustada corría mientras se miraba todas las manos y la ropa manchada de rojo y se preguntaba: ¡qué hice... qué hice!.
¡Envasar tomate! paparula, le dice con mala onda esa voz en off que siempre nos alerta en los sueños. Fue peor. Se imaginó la manifestación de tomates que se sumaba a la de ajíes, cebollas, zanahorias, duraznos y membrillos... Se despertó transpirando mientras sacudía a su esposo de las solapas del pijama: ¡Ahí vienen los pickles, ahí vienen los pickles!
Claro, se reía de la cara de su marido: un gesto mezcla de pánico, estupidez y sueño mientras le balbuceaba: -¿A esta hora?... yo prefiero unas tostaditas.
No era para menos, la pobre estaba agotada. Hace de todo para paliar la malaria provincial y lleva un mes envasando todo lo que se le pone a tiro.
Muchas veces hubiera querido ser un tomate y guardarse en un frasquito y destaparse en unos meses.
Ya eran las siete y media y había quedado con unas compañeras en ir a comprar verduras más baratas en una chacra. Después tenía que volver a una manifestación en el centro y más tarde se reunía con los padres de la escuela para ver qué podían hacer entre todos.
Estaba cansada pero seguía sonriendo frente al espejo y no era para menos. Entre tantas actividades el otro día se había confundido cacerolazo con choripaneada y de pronto se encontró distraídamente frente a la parrilla con la cacerola en la mano. El morocho con olor a humo se quedó mirándola mientras le tiraba un chorizo en la cacerola y le dice irónico, "el puré se lo debo compañera". Muerta de vergüenza huyó hacia otra punta y se tropieza con su hijo adolescente.
-¡Qué hacés acá, tenés que estar en casa cuidando a tu hermano!
- Es que los estudiantes hacemos una marcha de antorchas... ¿Me regalás ese chorizo? y con el chorizo pinchado sobre la antorcha el chico se aleja cumpliendo con códigos básicos de la edad: zafar del hermano más chico, protestar y alimentarse.
Su hijo de seis años está solo, pero antes de ir a su casa pasa por el banco para pagar la tarjeta. El cajero le mira los Lecops con desprecio y se los rechaza. Más o menos como hará hoy un cajero norteamericano al pretender cambiar pesos en Wall Street.
La manifestación pasa por el banco y ella suma su bronca. Insulta, como nunca lo había hecho a quienes no le quieren pagar y a quienes no le quieren cobrar. Multiplicaba por miles de unidades las alusiones a la madre de zutano y enviaba a mengano hacia inciertos destinos cloacales. Estaba en eso, casi como siendo otra persona que nunca hubiera querido ser, cuando ve a su vecina que se había sumado a la protesta y traía a su hijo menor. Después del segundo de tranquilidad de ver a su hijo, se ruboriza. Toma conciencia que hace un segundo atrás había estado insultando como un barrabrava de Chacarita. Quizás a eso se deban los ojos abiertos como huevo duro de su pequeño.
¿Eso no hay que repetirlo, eh? le dice cariñosamente al oído, a sabiendas que es imposible salvar esas situaciones de tan salvaje espontaneidad. Tocan el timbre y María deja los pensamientos adentro del botiquín, agarra el bolso a la escapada, mientras añoraba el sano cansancio del doble turno y sesenta chicos alborotados a este agotamiento para sobrevivir tan lleno de incertidumbres. A pesar de todo cuando cerró la puerta de la verja, todavía la sonrisa le marcaba los hoyuelos.

Horacio Licera
hlicera@rionegro.com.ar
   
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