Lunes 1 de abril de 2002
 

La historia se repite

 

Por Susana Mazza Ramos

  Repasando algunas páginas de nuestra historia, puede observarse que en materia económica el comportamiento de muchos gobernantes -incluidos los de casi doscientos años atrás- guarda una asombrosa similitud, lo cual permite sostener sin duda alguna que en realidad no existe nada nuevo bajo el sol.
Los avances y retrocesos, las debilidades y contradicciones, los cambios sobre la marcha sin rumbo definido, el sometimiento a presiones de intereses poderosos, los "lobbies" desvergonzados que ya ni siquiera se niegan, la vigilia esperanzada por la actitud que organismos internacionales tomen sobre nuestras vidas, en fin, todo el repertorio de actitudes de las autoridades que es fuente y matriz de insomnios e infortunios para millones de ciudadanos, puede encontrarse en el pasado de nuestra patria.
La Junta Provisional Gubernativa publicó el 20 de setiembre de 1810 en "La Gazeta de Buenos Aires" un memorial en el que textualmente se expresa: "...Los pueblos deben estar siempre atentos a la conservación de sus intereses y derechos: y no confiar sino en sí mismos" y a renglón seguido: "El extranjero no viene a nuestro país a trabajar en nuestro bien, sino a sacar cuantas ventajas pueda proporcionarse. Recibámoslo en buena hora, aprendamos las mejoras de su civilización, aceptemos las obras de su industria, y franqueémosle los frutos que la naturaleza nos reserva a manos llenas; pero miremos sus consejos con la mayor reserva, y no incurramos en el error de aquellos pueblos inocentes que se dejaron envolver en cadenas, en medio del embelesamiento que les habrían producido los chiches y abalorios".
Cuando la Junta decidió disponer un nuevo reglamento de comercio -hasta entonces seguía con el impuesto en noviembre de 1809 permitiendo el comercio inglés- encomendó a Larrea y Sarratea que éste debía conciliar las ideas liberales con las ventajas que el país debía esperar de su comercio, pero "huyendo de toda dependencia extranjera".
La Asamblea de 1813 dispuso el 3 de marzo que las mercaderías extranjeras debían ser consignadas a comerciantes del país, lo mismo que los buques de bandera extranjera que las condujeran, anulando así el decreto de libre comercio lanzado por el Primer Triunvirato.
Pero en una nueva demostración de avances y retrocesos, la misma Asamblea siete meses después -el 19 de octubre- revocó la ley del 3 de marzo argumentando que en la práctica había resultado inútil porque "los extranjeros, sagaces o fraudulentos" sobornaban a los consignatarios criollos y ambos evadían la ley, y porque debía alentarse "la confianza de los especuladores sobre un país en revolución y amenazado siempre por los trastornos de la guerra".
En cuanto a la exportación del metálico, resalta la actitud esquizofrénica que mostraron algunos gobiernos al respecto: la Junta de Mayo lo permitió, la Junta Grande lo prohibió en enero de 1811, lo reimplantó en marzo de 1811 -atendiendo una protesta inglesa- y la volvió a prohibir en noviembre del mismo año, debido a la evasión determinada por los saldos negativos de la balanza comercial.
Los argumentos extremadamente "generosos" esgrimidos en la Asamblea de 1813 para permitir la libre extracción del oro y de la plata (tanto en monedas como en pasta) fueron que "los inmensos depósitos de plata y oro que contienen estas cordilleras deben quedar abiertos a cuantos hombres quieran venir a extraerlos desde todos los puntos del orbe". Tal desprendimiento fue recibido con tanto beneplácito y euforia, que aún prosigue en nuestros días la "fuga de metálico", ahora sí bajo el nombre "aggiornado" de divisas y depósitos bancarios, o el "patético" de ahorro de un pueblo esquilmado.
En cuanto a los créditos, Tomás de Iriarte cuenta -como testigo presencial- que el enviado de Rivadavia consiguió en Londres el empréstito de un millón de libras esterlinas (cinco millones de pesos) al ochenta y cinco por ciento de valor, ufanándose de que Chile, Perú y México lo hicieron con mucho mayor quebranto, quedándose el comisionado mexicano con una "utilidad clandestina" de más de un millón y medio de pesos.
¿Puede dudarse acaso de que la historia siempre se repite?
     
     
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