Sábado 20 de abril de 2002
 

Murgas del sur: El nuevo poder del barrio

 

"Hay días en que me levanto con una esperanza demencial, momentos en los que siento que las posibilidades de una vida más humana están al alcance de nuestras manos. Este es uno de esos días".

Ernesto Sábato
"La resistencia"

 
No estamos preparados para las sorpresas.
A lo sumo, la reacción ante lo inesperado es una mueca refleja o una onomatopeya obligada tapando la luz de lo que apenas imaginábamos ver, o el sonido que jamás quisimos escuchar. Ese es el esquema del comportamiento argentino cuando aparece algo diferente, tal el caso de las murgas callejeras.
Cómo fue que el fenómeno irrumpió como una ventisca en el silencio de la árida y gélida estepa patagónica, es un enigma que va mutando en el proceso de la historia. Los que se sospechan culpables tienen nombre y apellido. Habitan además en el verde más esperanza a orillas del río de la Plata, a varios grados de longitud hacia el este desde donde se leen estas páginas.
No es casual que a principios de los noventa (una eternidad en estos tiempos) la necesidad de importar el paquete de la alegría hizo que Jaime Roos, Rubén Rada y las murgas "Falta y Resto" y "Araca la Cana" fuesen unos de los primeros navegantes -vía ferri- con destino hacia la piel del porteño. Así comenzó a destrabarse la neurosis de los Buenos Aires, una de las capitales con mayor índice de deseos reprimidos por metro cuadrado que hay en el planeta.
Los uruguayos del candombe se metieron en el mercado de su país hermano. Colaboraron con las cortinas musicales de algunos programas de televisión y radio (¿se acuerdan de las que pasaban en Radio Mitre o en "Peor es Nada", de Jorge Guinzburg?). Roos, además, había compartido grabaciones y arreglos de estilos con artistas como Patricia Sosa, Adriana Varela y Man Ray. Y Rada, ese negro (sin eufemismos, por cierto) de sonrisa ancha, desvergonzado que se atrevía a tocar los timbales cuando levantarse de la butaca en un teatro y menear el cuerpo apenas si contaba con una baja calificación por parte del público presente.
Pero de a poco, el humor de los argentinos dio un vuelco histórico. Esa jarana de los rioplatenses -instalada por un decreto de necesidad y urgencia, más la ayuda de una geografía política y social donde la promesa de llegar al Primer Mundo que duraría una década- se transformó en un carnaval en todo el país.
Las murgas en el sur del mundo se multiplicaron hace menos de cinco años en Río Negro y Neuquén. Treinta en la capital neuquina y otro igual número en Roca marcan las estadísticas.
Aparecieron como una sorpresa para las almas que residen en la periferia, que hasta hace no mucho tiempo miraban de reojo la modificación de los circuitos sociográficos.
Como decía el sociólogo Richard Sennet, "hay lugares donde predominan la mirada de los discursos", y se refería a los lugares comunes como el café, la plaza, o las calles en sentido moderno, ahí donde cada persona se sumergió en el más sumiso silencio de la ciudad, sin alterar ningún tipo de orden.

Sin embargo, hubo una época en la que la cultura de la diversión apareció como una amenaza para el poder político y, siguiendo la frase de Sennet, la murga irrumpió como una sorpresa que desorganizó el discurso de la mirada de la gente de barrio.
La última dictadura militar, por caso, representó para las murgas el secuestro y desaparición de sus espacios naturales. En algunos casos, la muerte entraba como un perro negro en las casas de sus integrantes y aguardaba sigilosa, expectante, con sus colmillos sedientos, hasta la salida del sol. Fue así que el decreto 21.319 golpeó a los malabaristas y cantantes callejeros. Firmado por Jorge Rafael Videla, Julio Bardi y Albano Harguindeguy, derogó el artículo primero de otro decreto ley. Los lunes y martes de carnaval en febrero ya nunca más serían feriados nacionales.
Así el movimiento murguero tuvo como última parada en este tercer milenio una estructura cada vez más creciente con un poder construido por normas propias: el barrio. Desde ahí, se sembró la semilla de una fuerza poco visible en términos de cambios globales, pero que sirvió para diseñar lo que ellos mismos llaman "la resistencia".
Juan Queopán pertenece a Murgueros Unidos de Roca. Como muchos de sus compañeros, se lo ve en los semáforos junto con amigos que hacen lo suyo a cambio de unas pocas monedas.
"Hay veces que la gente te tira el auto encima, no sé qué es lo que no se bancan. A veces te digo que nos discriminan", cuenta.
Alejando es miembro de la murga neuquina "Pido Gancho", que desde hace cuatro años apareció como una de las precursoras en esa capital. Los nombres que llevan son distintivos como los colores de un cuadro de fútbol, y por lo general hay una especie de hinchada cargada de sanas rivalidades. A los barrios neuquinos, Alejandro y las 14 personas que componen la comparsa llegan en bicicleta, con redoblantes colgados a la altura del vientre, témperas multicolor desparramadas en las mejillas. Los abuelos los miran con desconfianza por detrás de las cortinas.
El filósofo y ensayista León Rozitchner escribió que "la fábrica ha dejado de ser un poder social donde se engendra la resistencia". En la actualidad ese poder que acumulaba la desaparecida fábrica se trasladó a los pequeños poderes del barrio. Allí donde las cifras hablan de que el 22% de los seres están apartados de la cadena de montaje laboral y las normas no tienen otros sentidos.
Más allá del espectáculo y el espacio de contención, las murgas parecen levantar el lema de "no transar". De ser lo que dijimos que éramos, y de hacer lo que alguna vez prometimos que íbamos a hacer. Para Alejandro, éste no es el caso de la clase política.
"De esto aparece la necesidad de juntarse, así empezamos, a llamar a más gente que hace batucada que son de otras partes. Nosotros nunca competimos con nada, no nos interesan los premios. En un barrio donde no pasa nada y llega un montón de gente tocando y alterando a todo el mundo, llamándolos para que veas un espectáculo, esa gente no está acostumbrada. No es fácil decir vení a ver un espectáculo gratis. Todos te van a decir ¿y cuánto me cobrás?, ¿pero y ustedes son pagados o vienen a hacer campaña? Murga es para resistir, mostrar otra cosa. Hay cosas que son difíciles de comprar", comenta el joven.
Pero también hay murgas que son la prolongación de un proyecto político educativo, muy diferente de las danzas de los negros esclavos uruguayos que se divertían ridiculizándose ante sus amos con esos trajes elocuentes que hacían reír en la fiestas.
Se trata, a secas, de iniciativas ideológicas con un fondo de variopinta izquierda o progresista, que acompaña al conjunto de "demandas agregadas" de la sociedad de estos días. En Roca, por ejemplo, el Movimiento para la Educación Popular Rodolfo Orozco tiene su murga propia, como parte de un proyecto de arte y comunicación en las escuelas.
"La murga es sólo un vehículo de comunicación popular, de cómo acercar el arte a los barrios y no que la gente se acerque al arte. Nuestro proyecto está en las aulas con los chicos", nos comenta Margarita, una sus chicas.
También están "Los Crotos con Asfalto", una murga que reúne a casi un centenar de chicos en una de las barriadas roquenses más humildes y que por cierto les ha cambiado mucho su visión del mundo a través del juego.
"La Tribu", en cambio, legendaria agrupación murguera, ha perfeccionado el espectáculo de los malabaristas, el canto, un distinguido vestuario, con un costado más profesional.
Aunque también las hay que no son tan contestatarias y con un moderado apoyo a las revueltas sociales. El agrupamiento "Vení cuando quieras" por caso.
Cecilia es profesora de música y junto a las 25 personas que la componen comenta que "es como una descarga a tierra estar en la murga. Hay otras que son contestatarias, pero no es nuestro caso. Nosotros hacemos sólo música con los chicos. En general, la palabra murga tiene prejuicios que habría que desterrarlos. Hay padres que antes de que sus hijos vayan a un ensayo se quedan un rato porque quieren ver cómo es. La asocian con la droga ¡viste!, piensan cualquier cosa. Es que en una movilización toda la gente que está tocando un redoblante tiene un pañuelo al cuello, y te vinculan con algún partido. No tenemos nada que ver con la política...".
En San Martín de los Andes después de 104 años una comparsa comienza a entrar en escena. Cristina integra la murga "Nahuilen", que en lengua mapuche significa "Chispa de verano".
"En este tiempo es un lugar de contención. Imaginar que acá hubo poco movimiento en más de 100 años es terrible. Recién ahora con unas 25 personas nos estamos armando para trabajar con los chicos de los barrios, para que cada uno tenga su propia identidad para expresarse", dice.

Adriano Calalesina

   
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