Domingo 10 de marzo de 2002
 

Encontraron los restos de un reptil marino del período Cretácico

 

Un equipo de paleontólogos identificó el hallazgo en el paraje de Trahuncura.Los fósiles fueron ubicados por un joven criancero que perseguía sus chivas.

  TRAHUNCURA (enviado especial).- Entre piedras sueltas y en la cima de un cerro chato, un equipo científico identificó los fósiles de un reptil marino que habitó las profundidades de un mar que hace millones de años cubrió esta parte del planeta.
Los huesos estaban en el curso seco de una cañada mínima y a una elevación de 1.300 metros sobre el nivel del mar contemporáneo, muy cerca del centro de este paraje ubicado a 60 kilómetros de Loncopué y unos 80 de Las Lajas. Trahuncura, una palabra de origen mapuche, que significa "entre piedras".
Cuando uno deja la cinta de la ruta 40 no hacen falta explicaciones del porqué del nombre. De piedras se trata.
Los fósiles, precisamente, permanecían encriptados dentro de una roca durísima que el agua de las lluvias fue desgastando pacientemente durante un inmensurable período de tiempo. A ese lugar inhóspito, donde en febrero el frío puede ser diez veces más dañino que el calor, sólo llegan chivas desobedientes, ágiles, y tercas. Fue precisamente siguiendo a un bicho mañoso que el criancero Hugo Jara se topó con los restos de un ejemplar de ictiosaurio, una especie que gobernó los mares del Jurásico y del Cretácico durante más de 150 millones de años.
Hugo, que obviamente no sabía de qué se trataba, pensó en un uso práctico para esa "piedra rara". Imaginó un cenicero. Y se llevó el material en la mano (ver aparte).
El muchacho, que se mueve tan bien en el campo como aquellos animales lo hacían en el agua, desconocía tanto como este periodista los secretos del extinto mar patagónico y del fabuloso muestrario sobre el que camina buena parte de sus días. Y es que en éste y otros rincones del norte neuquino lo mismo que en el valle medio rionegrino, como en pocas partes del planeta, se exhiben para quien sepa verlos, fabulosos registros de un increíble mundo marino. Todo disimulado por piedras, alpatacos, jarillas y coirones, por nombrar sólo una parte del camuflaje natural.
Los fósiles hallados por el muchacho de Trahuncura pertenecieron a la especie pisciforme más exitosa de la que se tenga conocimiento. Los ictiosaurios fueron reptiles marinos (no se puede hablar de peces porque no tenían branquias) que descendieron de animales terrestres, los que a su vez habrían descendido de... peces. En fin, un verdadero revoltijo en el árbol genealógico que, paso a paso, los científicos empiezan a desentramar.
Con ese objetivo, a Trahuncura llegaron Sergio y Rafael Cocca, del museo Olsacher de Zapala, el paleontólogo de la Universidad del Comahue (UNC), Leonardo Salgado; y su colega y ex profesora de la universidad de La Plata, Zulma Gasparini, una de las máximas especialistas en reptiles marinos de todo el mundo.
El equipo, que funciona tan bien como la vieja pick up del museo zapalino, no tuvo problemas para, en un par de horas, determinar que se trata de los restos de un animal que midió algo más de un metro y medio de largo desde la punta de la cola hasta el extremo de su extendido hocico. Del bicho se encontraron los discos de la columna (esos que Hugo les vio forma de ceniceros), algunas costillas y restos que serían del cráneo, cuyas partes complementarias siguen bajo tierra. "Río Negro" participó de este particular viaje al fondo del mar y de la primera parte de un rescate que, por ahora, está interrumpido.
Gasparini explicó que los fósiles del ictiosaurio -lo mismo que todos los registros que descansan disimulados en los alrededores- datan de algo más de 120 millones de años, principios del período Cretácico.
Estos animales de respiración aérea tenían tamaños variados. Los más chicos no llegaban a los 40 centímetros, pero los más grandes alcanzaron e incluso superaron los 15 metros de extensión. Estos bichos que se comían unos a otros tenían una particularidad: el enorme tamaño de sus ojos, mayores a cualquier otro animal vivo o extinguido.
El especialista japonés Ryosuke Motani cree que esta descomunal adaptación tenía que ver con los hábitos alimentario de estos reptiles, que podían llegar a profundidades que ningún otro animal podía hacerlo. Estos bichos, explican los científicos, tenían un parecido a los delfines pero eran mucho menos amigables y no dudaban en usar con poderosos dientes. Ellos fueron amos y señores de una añeja versión del océano Pacífico, en tiempos en que la cordillera de los Andes dormía vaya a saber en qué impredecible capa tectónica. De piedras se trata.

Rodolfo Chávez
rchavez@rionegro.com.ar

   
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